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sábado, 7 de octubre de 2017

LIBERALES,ABSOLUTISTAS Y OTRA SUERTE DE LIOS.


Cuando comenzó el toreo a ser un ejercicio retribuido, a constituir una profesión, estaba España en pleno dominio del absolutismo, y nadie trataba ni de discutir siquiera tal estrado, que entonces se consideraba dechado de perfección. Por otra parte, los que se dedicaban a la profesión taurina eran gentes del pueblo bajo, protegidas por los señores de las Maestranzas en su mayoría, y consideraban una profanación pensar otra cosa que no fuera la fiesta de toros, una vez que sus limitados conocimientos no les podían llevar a otros terrenos. La invasión francesa hirió la fibra patriótica del pueblo, y comenzó éste a mirar mal a los afrancesados. Ya hubo entonces un torero de alguna popularidad que huyó a Portugal, y de allí no regresó hasta que desapareció todo peligro de tener que divertir a los extranjeros fue éste el famoso Curro Guillen, a quien los partidarios del rey intruso quisieron dar más de un disgusto que él supo esquivar. Tras éste vinieron otros muchos, que bien puede denominárseles toreros políticos por lo macho que como tales se significaron. Antonio Ruiz (el Sombrerero) y Juan León fueron realista el primero y liberal el segundo en la época aquella en que cuando predominaban los unos eran perseguidos los otros, y el acomodaticio Fernando VII veía impasible las rabiosas luchas y se inclinaba del lado que más le convenía. Llevaron su pasión política y su atrevimiento aquellos diestros basta el extremo de salir un día en Sevilla, 13 de Junio de 1824, Juan León con vestido negro, y el Sombrerero con blanco, pues negros y blancos se llamaba a liberales y absolutistas respectivamente. La imprudencia pudo costar cara a Juan León, a quien los realistas persiguieron fuera de la plaza y en poco estuvo que no pagara a alto precios la osadía. Después de aquello, el Sombrerero en la plaza de Madrid, allá por el año 32, cuando había terminado para siempre el imperio de los realistas, toreó una tarde y puso de su parte todo lo que pudo para agradar; pero cuanto más afinaba en su trabajo mayor era la bronca de los que en años anteriores, por miedo a ser apaleados, callaban cuando el diestro entraba a matar y gritaba: «Así se mata a los picaros negros» 

Tan disgustado salió de aquella corrida, que marchó a La Granja a pedir a Fernando VII un castigo para los que tan duramente le habían tratado, y el castigo fue una real disposición prohibiendo que torease en Madrid el apasionado Juan Leòn.Por aquella época hubo un banderillero, José Vázquez (Muselina), quien en 1820 se puso a la cabeza del barrio del Perchel en Málaga, secundando el grito que dio Riego en las Cabezas de San Juan, y viéndose perseguido tuvo que emigrar a Inglaterra. Acudió a inscribirse en las listas de expatriados a quienes el gobierno inglés socorría según sus clases y categorías. Le preguntaron en qué sección se le incluía, y en vista de que casi todos se titulaban literatos, dijo sin titubear: «Como literato”. «Bien, pues firme usted aquí», le dijeron, y replicó sorprendido: «¿Pero es preciso saber escribir para ser literato?» 

Roque Miranda, matador de toros madrileño que tuvo grandes simpatías entre sus paisanos, se distinguió por ser liberal declarado, fue elegido sargento de la milicia nacional de caballería de Madrid, y dejó por entonces el toreo por considerar que no era compatible con su cargo. Por aquellos tiempos se hallaba de paso en Sevilla, con dirección a Cádiz, a donde iba a defender la libertad, amenazada por los llamados cien mil hijos de San Luis, y presenció una corrida de toros. El público se enteró de que Miranda estaba en la plaza y pidió que bajase a torear, lo que tuvo que hacer dejando la casaca y el morrión entre barreras. Clavo dos pares de banderillas, y de un buen volapié mato al toro, saltando rápidamente la barrera y recibiendo la ovación del público en el tendido entre los demás milicianos. Cuando en 1823 volvió a imperar el absolutismo, se tuvo que ocultar Miranda para evitar persecuciones de los blancos, y al poco tiempo se presentó de nuevo en público escudado en sus grandes simpatías. Al contrario que Miranda, Manuel Lucas Blanco, matador de toros valiente, hizo público alarde de sus ideas absolutistas, y fue voluntario en los escuadrones de caballería realista. Tuvo la desgracia de matar en riña al miliciano nacional Manuel Crespo de los Reyes, el año 1837, y murió en el patíbulo el 9 de Noviembre del mismo año. Quizá si no se hubiera significado como político, no habría sufrido "vergonzosa"muerte (considerada como tal en la epoca). Después de éstos, no hay ninguno que se signifique notoriamente hasta que vinieron las revueltas de mitad del siglo pasado, en las que algunos como el popular Fucheta y el picador Juan Álvarez (Chola) murieron el año 1856, en las afueras del Puente de Toledo el primero, y en la calle de Peligros el segundo, en lucha por las ideas liberales. Cuchares fue gran amigo de D. Juan Álvarez Mendizábal, y, por lo tanto, partidario de su política, aunque no quiso hacer de ello pública ostentación. Cuando vino la revolución del 68, el matador de toros asturiano José Antonio Suárez fue uno de los que contribuyeron personalmente al triunfo de la llamada Gloriosa, y expuso su vida en muchas ocasiones, al lado del popular Felipe Ducazcal (Felipe Ducazcal Lasheras -Madrid, 9 de julio de 1845 – 15 de octubre de 1891- fue un empresario, periodista y diputado a Cortes por Madrid (1888-1890).​ Propietario del teatro Felipe en los Jardines del Buen Retiro de Madrid.En 1868 imprimió clandestinamente las proclamas de la Junta Revolucionaria de Madrid. Durante el reinado de Amadeo I impulsó la Partida de la Porra, organización represiva compuesta en Madrid por unas treinta personas de carácter progresista que daba palizas y asesinaba a carlistas y moderados, perseguía a periodistas y disolvía reuniones de esas tendencias, así como asaltaba redacciones de periódicos conservadores). 

Después decae mucho el tipo del torero político, y sólo hay uno de verdadera acción, que es el célebre banderillero vascongado Antonio Pérez (Ostión), quien después de haber sido banderillero de toros desde 1871, el año 1873 se incorporó a los movilizados liberales y salió al campo a pelear contra los carlistas, en cuya patriótica tarea estuvo ocupado hasta que terminó la guerra civil. Lagartijo y Frascuelo tuvieron sus opiniones políticas, que el primero se cuidó mucho de no exteriorizar, al contrario de lo que hizo Salvador. Este, en los años que precedieron a la restauración borbónica, se declaró alfonsino y hasta fue oficial de milicianos, a las órdenes del duque de Sexto. Rafael simpatizaba con las ideas de Pi y Margall, pero no quiso hacer alarde público y fue amigo de hombres políticos tan defensores de la monarquía como Romero Robledo, al que algunas veces ayudó en las elecciones. 

Guerrita tampoco dijo esta opinión es mía, y vivió muy tranquilo con todos los hombres de todas las ideas.
Luis Mazzantini sí quiso siempre hacer constar su adhesión al trono, y en cuanto se retiró se sumó a las huestes liberales, y a éstas representa en el Municipio madrileño. En cambio, su hermano Tomás fue republicano convencido e intransigente. Antonio Fuentes hizo declaraciones republicanas en Zaragoza en un banquete que se dio en su honor el año 1903, aunque después, quizá por exigencias de la profesión, realizó actos de acatamiento a las personas reales. 

Enrique Vargas (Minuto), desde 1900 que se retiró hasta 1905 en que volvió a la profesión, figuró entre los liberales sevillanos. Vuelto a la vida activa, quiso seguir en los trabajos de muñidor electoral, y a poco le costó un disgusto, por lo que se cortó la coleta política. 

Fotos: Rigores, Mazzantini y Minuto.