Cierto que el gran torero cordobés lleva el mismo alias que su padre, del que lo heredó; pero no es menos cierto que, de no haber intervenido Machaquito, el diestro cordobés no se apodaría Manolete, sino Sagañón, lo que hubiera sido horrible para traerle y llevarlo con ditirambo en letras de molde. Mucho trabajo costó a Cagancho imponer su mote, y la serie de inventivas con que se le quiso explicar... Que sí al padre le llamaban así porque cantando se parecía a un pájaro conocido por tal nombre que si era porque, cuando forjaba ganchos para pozos, hacia apócope del adverbio de cantidad el indicar a los compradores el precio que sí era porque... Pero nada de esto hace al caso; lo que queremos poner de relieve, al hacer referencia al apodo del famoso gitano—que algunos cronistas, por sensibilidad pituitaria, trataron de transformar prosódicamente para que fuese menos malsonante—, es cuánto habría tenido que luchar Manuel Rodríguez para hacer respetar el Sagañón y que no se lo lanzaran a la cara en una de esas tardes en que el público se le pone de uñas porque no da más que media docena de estatuarios y veinte naturales sin moverse. Mas contemos las circunstancias históricas por las que —en virtud de la ley de herencia tauromáquica—
Fue en 1898 cuando Rafael Gómez (que entonces se apodaba Gallito y que a la sazón no contaba más que quince años) puso un telegrama a Machaco invitándole a salir al tren en Córdoba, para formar con él pareja, por haberse disuelto la que con Revertito había constituido hasta entonces. Rafael González, que nunca pecó de hablador, estuvo aquel día de lo más elocuente: «Buenas tardes. ¿Está usté bueno? ¿La famlia buena? Usté es El Gallo, ¿verdad? Pues yo soy Machaquito». Se estrecharon, como dos hombres formales; las manos, y Gallito hizo a su futuro compañero los honores del vagón de tercera en que viajaban.
—Y yo, ¿no podría ir con ustées?
—dijo a El Gallo un chiquillo de unos trece años, vestido con guayabera de dril, pantalón ajustado y gorrilla
—. Le arvierto a usté que yo banderilleo mu bien y soy mu valiente. ¿Verdá, Rafael?
—añadió, solicitende, can una ansiosa mirada, de aprobación de su amiga
—¿Y tú quién «íes?—le preguntó El Gallo.
—Manué Rodriguez, er Sagañón.
—¿Y qué eso ?
—No lo sé; así me yaman.
Pero Rafael no se prestaba a complacerle porque ya tenía completos los equipos. Tanto suplicó y lloró el chaval que, al fin, se compadeció de él y consintió en que les acompañase. Ya el tren en marcha. El Gallo volvió a preguntar al muchacho:
—¿Cómo dices que te yaman?
—Sagañón.
—No me gusta pa el cartel Y tu apeyío es poco pa torero. Habría que ponerte otro mote...
—Podríamos ponerle
—intervino Machaquito
—Manolete, como yaman a su podre...
—Sí. señó: Manolete Eso sera mejó.
Y así quedó convenido. Y al debutar en Valladolid, o los tres días de ocurrir esto, ya Manuel Rodríguez—padre del monstruo de la tauromaquia y tercero
en su familia llamándose Manolete —, en vez de figurar con su apodo de Sagañón, lo hizo con el que ahora se pronuncia con admiración reverente en todas las tertulias y corrillos taurinos.