Litografía de la Lidia |
Francisco Cazalla Moreno, el “Caíto”, al que generalmente se le anunciaba con el nombre de José. Lo sacó el Gordito con frecuencia como agregado por la tierra baja. Nació en Cádiz en 7 de Junio de 1841, No toreó en Madrid, fue picador ocasional, su oficio el de tratante de bestias (mulas, burros y caballos), “…que la mona era prestada, según consta en documentos fehacientes que aún existen, igualmente que el sombrero, la pescaraya, la banda, y todo cuanto el arreo compone de un picador; por lo cual, yo me sospecho que al tauromáquico oficio le sacaba poco medro quizás por tenerle asco, tal vez por presentimiento “ (“La revolución de Setiembre”, PEDRO IBÁÑEZ PACHECO “Cuentos Gaditanos” 1876).
En Cádiz, el 30 de Junio de 1869, le dio una caída el toro Enamorado, de D. Cándido Castrillón, Ganadero de la localidad gaditana de Vejer) y haciendo por él en el suelo, lo alcanzó en un derrote en la cabeza, arrancándole y arrollándole el cuero cabelludo de la región occipital. Declarada la gangrena, falleció en el Hospital de Cádiz el 14 de Julio de 1869.
La cogida que causó la muerte a este lidiador fue sumamente extraordinaria. Al poner una vara fue derribado del caballo, y al citar el matador a la res para hacer el quite, tiró ésta un derrote y enganchó por bu base la coleta del picador, ocasionándole una herida por arrancamiento en la región occipital, cuyo colgajo fue completamente separado de la cabeza y lanzado por el toro a algunas varas de distancia. Conducido al hospital fue curado por el doctor Cordón, quien, de manos de un mozo de plaza tomó el colgajo, lo lavó con agua tibia para quitarle la arena adherida a la superficie cruenta, cortó la coleta y lo reaplicó, fijándolo con varios puntos. Al cabo de algunos días el colgajo estaba adherido y el estado de Cazalla era satisfactorio, pero fue invadido por el tétano y terminó su existencia en la mañana del citado día.
Como complemento reproducimos íntegramente La revolución de Septiembre, de los cuentos gaditanos de Pedro Ibáñez Pacheco de 1876 :
LA REVOLUCIÓN DE SETIEMBRE
Era el señor de Caíto un simpático torero,
según unos, de esperanza,
según otros, de camelo;
pues decían estos últimos,
que nunca midió más suelos
en sus suertes arriesgadas
tan incomparable diestro,
que el redondel de esta plaza,
y alguna vez el del Puerto;
y eso, a fuerza de mil súplicas,
de compromisos y empeños,
pues todo el mundo sabía
que era un diestro de recelo,
es decir, de los llamados
de camama o de paseo;
más claro, de los que salen
sólo en los casos extremos
por estar los de la tarde
bizmados o medio muertos.
Y que aseguran lo fijo
los que tal dicen, es cierto;
pues en los muchos carteles
que al escribir este cuento,
como datos, a la vista
en este momento tengo,
no se encuentra que Caíto
saliese a lucir el cuerpo
en más plazas que las dichas;
y además sé por extenso,
que en tiempo de la parada
por ganarse el sustento,
era corredor de bestias,
olvidando lo torero;
que la mona era prestada,
según consta en documentos
fehacientes que aún existen,
igualmente que el sombrero,
la pescaraya, la banda,
y todo cuanto el arreo
compone de un picador;
por lo cual, yo me sospecho
que al tauromáquico oficio
le sacaba poco medro
quizás por tenerle asco,
tal vez por presentimiento;
si fue así, tuvo razón,
que el pobre murió de cuernos.
Pero dejando esto a un lado
para asunto de otro cuento,
bástenos, por hoy, decir
que este apreciable mancebo
honor de la gente crúa,
y regocijo del templo
que llaman mulabardó,
vulgarmente matadero,
a fin de que me comprendan
los que en el arte son legos,
cuando el señor de Topete
y sus bellos compañeros
confeccionaron la honra
que nos trajo
a Carlos sétimo
,
los cantoncitos dichosos
y lo demás que sabemos,
y entró aquella madrugada
de aquel Setiembre,
tan bueno
y fecundo en peripecias,
al son del himno de Riego
en la gran ciudad de Cádiz,
para armar aquel jaleo
de abrir cárceles
y echar
por las calles a los presos,
y todas las demás cosas
que en la memoria tendremos
mientras aliente la vida
nuestros miserables cuerpos;
el intrépido Caíto
liberal de pelo en pecho,
tomó parte muy activa
en tan glorioso suceso;
recorriendo alborozado
los más peligrosos puestos,
como son la Sacristía
y la tienda de Modesto,
el Siglo, el Candil, la Parra
y otros sitios como estos,
consagrados al dios Baco
en Cádiz, desde ab aeterno.
Iba nuestro buen Caíto
en un jaco caballero,
dando destemplados
vivas
y esgrimiendo
un sable viejo,
seguido de grande golpe
del entusiasmado pueblo,
que libre de sus cadenas
vociferaba contento,
las toscas barbaridades
de aquel borracho aplaudiendo.
En esta forma, llegó,
según autores muy serios
que este episodio relatan,
mil plácemes recibiendo,
de los ilustres patriotas
que formaban su cortejo,
a la tienda del Castillo,
taberna que,
a lo que entiendo,
está, si no me equivoco,
en la calle del Fideo,
esquina a la del Marzal,
cansado ya y sin aliento;
y queriendo refrescar,
ató a la ventana el penco,
y seguido de sus próceres,
se coló nuestro hombre,
dentro:
pero es el caso maldito,
(¡quién había de creerlo!)
que un grupo de liberales
y honradísimos sujetos,
de los muchos que aquel día
realzaban el suceso,
pasando por aquel sitio
y observando aquel jamelgo
sin jinete, calculando
sin duda
que era mostrenco,
por derecho de conquista,
se lo llevaron corriendo:
«No lo busque usté ya más,
que hace poco lo cogieron
unos cuanto, y de seguía
se fueron con él corriendo;
y asegun lo que najaban
en la Isla están lo menos».
Convencido por lo dicho
nuestro infelice torero,
que el robo de su caballo
no tenía ya remedio,
siendo excusado negocio
el empeñarse en ponérselo,
marchose para su casa
mil ideas revolviendo,
y exclamando entre suspiros
con honores de regüeldos:
«Esto no es revolución ni puede ni podrá serlo».