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miércoles, 1 de abril de 2009

Los nudos del amor (reflexiones)

Hablaré nuevamente del amor. Tengo la mala costumbre de volver regularmente a él. Porque, si bien es cierto que hemos cambiado aprendiendo a subvertir las viejas metáforas que nos significaban, el amor sigue siendo para la gran mayoría de nosotras un asunto de primera importancia aun cuando ya no es el único centro de gravedad de nuestras vidas como hace un siglo. Lo difícil ahora es componer, es equilibrar nuevas formas de ser en el mundo, a veces contradictorias pero que definen hoy a las mujeres modernas y urbanas. Y después de dos o tres décadas de aprendizaje de nuevas prácticas de sí, el amor sigue ahí. Un amor que debe confrontarse ahora con nuevas y múltiples aspiraciones duramente ganadas y frente a las cuales no hay retrocesos posibles.

Entonces está el amor, pero está el otro amado que obliga a componer con la diferencia; está el amor, pero está la necesidad de realización personal; está el amor, pero está la vida cotidiana que devora el amor; está el amor, pero está el deseo de autonomía, a menudo mortal para la vida de pareja; está el amor, pero está el deseo de hijos que se interpondrán en el dúo amoroso; está el amor, pero está el ejercicio de la ciudadanía; está el amor, pero está la vida laboral o profesional; está el amor, pero está el inaugural deseo femenino de soledad; está el amor heterosexual, pero surgen otras opciones a la esquina del deseo; está el amor, pero están los inconscientes y las historias de cada cual; está el amor, pero están los otros amores del pasado; está el amor, pero está la fragilidad de lo humano; está el amor, pero están sus viejos imaginarios que siguen actuando; está el amor, pero está el odio, tan cerca...

Definitivamente, el advenimiento de una mujer sujeto social, de una mujer sujeto de derechos y de deseo, generadora de palabra, de cultura, de mundos, nos coloca en el centro de difíciles encrucijadas que lo más a menudo tenemos que resolver solas. Ya no podemos sacrificar todo a nombre del amor, ya no queremos seguir con esta cultura del amor que nos definía hace un siglo; una cultura que era portadora de algunas felicidades y de muchas desgracias cuando las mujeres necesitábamos entonces ser amadas para existir.

Ya no, pero equilibrar nuevos deseos, nuevas posibilidades con antiguas nostalgias, hacer el duelo de viejos imaginarios y concepciones románticas del amor para dar entradas a estas inaugurales maneras de significar nuestras existencias, no es fácil ni puede hacerse en una o dos generaciones, más aun cuando sentimos que los hombres que más amamos no han logrado solidarizarse del todo con nosotras. Y esta solidaridad solo podrá generarse cuando ellos asuman que ese nuevo camino emprendido por las mujeres para redefinirse ellas en el amor, representa una oportunidad para plantearse una nueva pregunta relativa a su masculinidad, ya no desde una conciencia de la pérdida de este lugar privilegiado en la ecuación del amor, sino desde la profunda convicción de participar en la construcción de un nuevo pacto amoroso, más fértil desde la equidad y por esto más humano.

Sí, pero mientras logramos convencerlos, tenemos que ser acróbatas y lanzarnos al vacío, sin red. Nos tocó aprender a volar. Y bien, después de todo, no lo hacemos tan mal y, por lo menos, volamos. (Ana Isabel Román)

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