Son dos tipos clásicos, seres que se hallan en el tendido, desde que
se empezaron a lidiar toros; son inmortales, sin ellos me parecería
que falta algo en una corrida ."'tendría mis dudas de si la fiesta
de los toros ha dejado de ser; son imprescindibles y como las hetairas en
las grandes urbes "son un mal necesario". Son las válvulas de seguridad de
los tauródromos, algo así como el Clown de los circos, el entretenimiento
o la pieza cómica de las compañías dramáticas.
El hombre que pita es un ista, curange hasta las cachas; pita sin ton ni
son siempre que no torea su ídolo al que aplauden continuamente hasta encallecerse las manos cuando torea.
Chifla hasta la dilatación bronquial a todos los demás. Es un virtuoso del
pito y-un flemón del tendido; hay que librarse de él como de caerse en una
colmena, pues es peligroso y dañino para ciertos aparatos orgánicos de los
vecinos. Algunos he visto que le han tenido de vecino, con hemorragias timpánicas cuya etiología no era otra que la vecindad del hombre que pita.
Es irascible y peligroso, pues si alguien en súplica defendida de su
Trompa de Eustaquio y, arpa timpánica le ruega que baje y enfunde el
pito, se irrita y entonces sopla más que una locomotora o que un Reefere.
Hay que dejarle, pues no ha nacido para otra cosa; soplar el pito en
el tauródromo.
Palabra... Si la voluntad, esfuerzo y trabajo que pone en ese menester lo
empleara en otra causa sería un... benemérito de la Patria.
Y luego me dirán que en las plazos de toros no son escuelas de psicología.
El otro, el que echa el sombrero, es digno de mejorables consideraciones;
es ei hombre apacible, es el aficionado desconocido : surge espontáneamente, de un balconcillo, de una grada, de un tendido, es más candido que una comedia del Círculo Tradicionalista; aparece, como los hongos donde menos os lo esperáis; no daña a nadie, ni molesta a nadie.
Es el solitario, el contemplativo que no halla otra ni mejor manera de expresar su entusiasmo que echar el sombrero. A lo mejor por un puyazo en una paletilla, una banderilla en los cuartos traseros o una estocada en los bajos; veis aterrizar en barrena un magnífico paja que descubre una majestuosa alopecia que brilla como el mingo de un billar; es que el hombre que echa el sombrero a visto algo, en lo que vosotros demostraríais; que en medular reflejo le ha echo desposeerse
del adorno que cubre su cabeza. ¡ Oh arcanos de las células cerebrales,
.que de cosas almacenáis dentro de-ese estuche craneano que adorna y
remata el esqueleto! y para que veáis, lo que son las cosas y la necesidad que hay de filosofar sobre estos casos que pueblan los tendidos, hacen la siguiente prueba ; acercaos al primero, tomando todas las precauciones que requiere el caso y decidle
—Amigo, me hace usted el favor de decirme ¿por qué toca el pito con
esta saña tan manifiesta y molesta?
Os mirará desorbitado, con las pupilas dilatadas, congestionado y cianótico
y una cara olírnpica y rictus de desdén, para toda contestación se
pondrá a soplar el pito, con peligro pulmonar y deterioro de su red arterial.
Es un caso clínico digno de un estudio en un gabinete frenopático.
Al segundo, no hay que interrogarle, basta con la inspección ocular;
es un candidato a una celda en un psiquiatrico.
Son dignos de lástima pero hay que cuidarlos, pues como dije, son
necesarios en los tauródromos; sin ellos perdería nuestro espectáculo algo
de lo castizo, de lo clásico, de lo que hace falta para disfrazar el plato
cuando este no es apetitoso.
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