Alcanzo las cimas del triunfo, pero pronto hubo de eclipsarse su buena estrella. En su vida profesional no pudo amasar una fortuna que le permitiera una existencia desahogada al retirarse de los ruedos. Sintió la pesadumbre del fracaso y la dolorosa angustia de la impotencia, después de haber sido una gran promesa.
Nació en Sevilla en 1897, y fue un caso verdaderamente asombroso de precocidad taurina, un niño prodigio, que, a los once años de edad, practicaba ante los becerros las suertes más diversas de la lidia, con desenvoltura y arte singulares, que embelesaban a las multitudes.
En 1909 ingresó en la cuadrilla de Josélito y Limeño. Dos años después, en virtud de la ley de Protección a la Infancia, las autoridades prohíben sus, actuaciones. En 1912 forma cuadrilla con José Sánchez «Hipólito», con quien alterna hasta 1913. Las dos temporadas siguientes torea poco, pero en plazas de importancia y con éxito muy lisonjero. Su campaña más brillante es la de 1916; se apaga un tanto en la posterior. aunque vuelve a encumbrar, señor dos tardes soberbias en Madrid, y el 11 de agosto de 1918 recibe la alternativa en San Sebastián de manos de Joselito. su compañero de la niñez.
A partir de entonces, la apatía, que se manifestó a lo largo de toda su carrera, se acentúa notablemente; a la desidia se une la desgracia. El lidiador fino y hábil, con madera de figura preeminente, en el que los aficionados hablan puesto cálidas ilusiones, se va oscureciendo.
Los críticos que testificaron las actuaciones de Pacorro afirman que, en sus tardes felices, el sevillano hacia primores con la capa e interpretaba insuperablemente el toreo al natural. Eduardo Palacío Valdés ha dicho que Pacorro, inspirador del estilo de Chicuelo, inventó el lance conocido por chicuelina. Según el mentado crítico, en una ocasión, hallándose en la Cuesta de las Perdices, Pacorro dijo a Chicuelo: «Si me sale un toro claro voy a hacerle esto», y simuló la suerte que luego habla de dibujar con elegancia soberana Manuel Jiménez, quien, al fin y al cabo, fue el primero en realizarla ante los públicos, y, por consiguiente, es lógico y legítimo considerarlo como su creador.
Las condiciones de artista puntero atesoradas por Pacorro no estuvieron auspiciadas por los arrestos necesarios y suficientes para que el espada se mantuviera en tesitura lucida.
«Pacorro no quiere salir del estancamiento en que por su propia voluntad se encuentra», decía «Don Criterio» al reseñar la corrida del 20 de abril —Domingo de Resurrección— de 1919, en la que Francisco alternó con Rafael «El Gallo» y Manolo Belmonte, en la lidia de seis toros de Nandín. En la segunda de feria de aquel mismo mes y año, frente a reses de Santa Coloma, y con Juan Belmonte y Saleri como compañeros, Pacorro estuvo «medroso en general».
Fueron dos grandes oportunidades desaprovechadas por el diestro, quien habría de hundirse más y más cada temporada.
Renuncia a la alternativa en 1924 para torear como novillero, pero ya no logra remontarse. El año de 1929 es el de su retirada definitiva.
He aquí, en síntesis, la biografía de Pacorro, un torero con cualidades de privilegio, que no llegó a la alta meta que correspondía a sus dotes excepcionales. Su temperamento y el destino se aliaron para que sus sueños de gloria y de fortuna no se realizaran.
Francisco Díaz —así se llamaba el mal aventurado lidiador— se fue pobre de los ruedos, pobre ha vivido desde su triste ocaso, desempeñando humildes menesteres, y pobre de murió en Madrid. Pacorro se extingió a los cuarenta años de su muerte como artista. En la memoria de los aficionados de su época pervivirán las proezas de aquel niño sabio del toreo, que quizás no cuajara, al hacerse hombre, por saber demasiado.
Puedo aportar el dato de que estuvo casado con la actriz Nieves Suárez. Su boda constituyó todo un acontecimiento social porque ambos eran populares.
ResponderEliminarSu mujer fue Marina Torres, actriz y modelo
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