Toreros asturianos ha habido pocos. Y masones, sólo uno: Bernardo Casielles Puerta. Lo que destaca de este gijonés y le hace singular es que consiguió aunar en su figura el arte de Cúchares, por un lado, y una azarosa vida que le llevó a combatir en la Guerra Civil, participar en una logia masónica y triunfar en ruedos del otro lado del Atlántico.
Nació un 25 de julio de 1895 en Gijón, hijo de un trabajador del Ferrocarril del Norte. Pronto aparecieron sus deseos de ser torero, aunque también tenía dotes de actor, pues llegó a participar en una obra de teatro en su etapa estudiantil. Pese a las buenas aptitudes de quienes le vieron sobre las tablas, su afición era otra. Con la ayuda del aficionado García Santos aprendió las suertes del toreo. Faltaba darse a conocer. La fecha elegida fue el 15 de agosto de 1912, en una corrida mano a mano con Manolete, padre, y Cocherito de Bilbao, con toros de la ganadería del Duque de Veragua. Durante la lidia del quinto toro, jabonero de mucha seriedad, saltó desde el tendido y tras tres pases de rodillas y remate de pie saludó ante una clamorosa ovación.
Perseverante, tenaz, de mucho genio, entre arrogante y presuntuoso, era el carácter de Casielles, lo que explica su afán por conseguir ser figura del toreo. Una vocación donde la suerte, aunque no siempre, marca la hoja de ruta. El azar quiso que actuando de sobresaliente en la plaza de toros de Vista Alegre, en Carabanchel, el diestro titular fuera cogido. El gijonés se quedó solo para estoquear dos novillos de Tovar y otros tantos de Terrones. El destacado triunfo le permitió comenzar a torear por muchas plazas de España, donde consiguió numerosos éxitos hasta tomar la alternativa, el 19 de septiembre de 1920, en Oviedo. Saleri II, como padrino de ceremonia, le cedió al toro «Marqués», de la ganadería, curiosamente, de Veragua, del que obtuvo los máximos trofeos (dos orejas y rabo). En su confirmación (en Madrid) le acompañaron Fortuna y Emilio Méndez, en un encierro del Marqués de Lleu.
Su paso por el continente americano, quizás por una mano negra que le impedía tener éxito en su país, estuvo marcado por los triunfos y por el amor. Toreó en México con Rodolfo Gaona y Juan Belmonte en 1922. Unos años después, según publica «El Noroeste» el 11 de febrero de 1925, fue detenido en ese mismo país tras enamorarse de una joven mexicana, Amparo Fuentes. El padre, millonario, denunció al torero. Ante el amor que ella declaró que los unía, el juez dejó en libertad a Casielles.
Durante sus últimas temporadas fue intercalando los paseíllos con las reuniones de la masonería. Se inició en la logia madrileña hispanoamericana n.º 379 del Gran Oriente español. Tras las pruebas pertinentes para hacer efectivo su ingreso, se inicia en la masonería el 1 de junio de 1921. Con el tiempo va escalando posiciones en los distintos grados que forman la parte jerárquica de la logia. Pasa al grado de compañero el 20 de julio de 1922, mientras que el 16 de junio de 1923 llega a convertirse en maestro masón, año en el que sufre una cornada en Venezuela que le hace bajar su nivel para después retirarse un año más tarde en la plaza de Vistalegre de Madrid.
La vida de Casielles no estuvo exenta de desgracias. Su hermano, Miguel Casielles, quiso seguir sus pasos sin que el matador pudiera impedirlo a sabiendas de la dureza interna del mundillo: en la plaza de toros de Tetuán de las Victorias, un 19 de agosto de 1934, un toro de la divisa de María Montalvo le infirió varias cornadas en el vientre de las que no se pudo recuperar.
Estar inmerso en una logia masónica hizo a Casielles ponerse del lado del bando republicano cuando comenzó la Guerra Civil española. Tras ser herido en el frente, en Guadarrama, fue elevado al rango de capitán. Durante la dictadura franquista fue condenado en 1944 por el Tribunal de Represión de la Masonería y el Comunismo a doce años y un día de prisión. Se había exiliado a Caracas tras la derrota republicana y en ese país se ocupó de la explotación agrícola de su esposa mexicana. Allá pasó muchos años, hasta 1964, en que decide volver a su país, su tierra, sus calles, pues el torero no perdonó un verano en que no pasease por su Gijón natal hasta su muerte, en 1983, en Colmenar Viejo, siendo posteriormente enterrado en Oviedo, donde tiene una calle a su nombre. Lo que no ocurre en su ciudad natal.
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