Manuel Domínguez
tuvo fama de ser un jactancioso matón o baratero nada mas lejos de la realidad,a aclarar este error—por desgracia muy generalizado—
van encaminados estos renglones que
al propio tiempo sirven como recuerdo a la
memoria del valiente y pundonoroso espada
sevillano, tan discutido por los públicos y aun
por algunos historiadores del toreo.
Fué Domínguez un hombre de corazón templado
para las luchas do la vida, que jamás
sintió lo que so denomina miedo, ni cedió a
nadie que pretendiera imponerselo..
Valiente por temperamento, eligió el oficio
do torero por convicción propia, cruzó los
mares en busca de gloria y en vez de hallar
el camino de rosas de sus ensueños, encontró intrincadas sendas cubiertas do abrojos,
las que siguió con paso firme, como si para
él no existiesen obstáculos.
Alto, de formas correctas, musculoso, de
temperamento sanguíneo, dulce en el decir,
con trato do gentes, formal y circunspecto,
respetaba y se hacía respetar, poro jamás
buscó pendencias ni rehuyó compromisos, y
tan pronto se le veía empuñar el látigo y el
cuchillo de mayoral de negrada, como el sable
de cabecilla de partida en las revueltas políticas,
o de capataz en los saladeros de las Pampas
Argentinas, y en todo momento fué el ]primero en el cumplimiento del deber y en hacerlo cumplir á los demás a toda costa.
No pretendo hacer una completa y minuciosa
biografía de esto matador de toros; para
ello me falta espacio y competencia suficiente;
por lo tanto, me limitaré a relatar algunos
episodios de su vida, con los que pretendo
demostrar que el citado torero fué todo un
carácter y que sus hechos son modelos do valor,
entereza y gran corazón.
Había nacido en Gelves (Sevilla) el 27 de Febrero do 1816; huérfano de padre, pasó la infancia al lado de su tío, D. Francisco do Paula Campos, capellán do las religiosas de la Paz, de Sevilla, el cual lo hizo estudiar en el colegio de la Compañía y en el que permaneció hasta la muerte do su pariente y protector; motivo por el mal abandonó los estudios dedicándose al oficio de sombrerero.
Visitó con frecuencia la
escuela de Tauromaquia, escuchando las lecciones
teórico-prácticas que el famoso Pedro
Romero daba a sus discípulos, y tanto se aficionó
a la lidia de reses bravas, que ya en 1834
trabajó como banderillero de Juan León, al
año siguiente con Lucas Blanco, y el 26 de Septiembre de 1836 recibía la alternativa
en Zafra, embarcando inmediatamente para
América.
En aquellos países permaneció diez y siete
años, y los semi salvajes gauchos lo hicieren
pasar malos ratos, hasta el punto de tener que
pelear seriamente con uno de los subordinados
que pretendió imponérsele, viéndose en
la necesidad de darle muerte.
No obstante no
haber provocado el lance y obrar en justa y
legítima defensa, lo hubiera pasado muy mal a no ser por la benéfica protección del general Se batió por Frutos Rivero en Montevideo;
fué hecho prisionero en la batalla de Casero
y logró escapar de noche con algunos más que
esperaban ser ajusticiados al siguienlo día,
pues fué casi de noche cuando los hicioron
prisioneros, y los enemigos no tuvieron tiempo para
fusilar o degollar a todos.
Harto de sufrir infortunios y desdichas en
América, regresó á la madre patria en 1853
en situación muy precaria, y con deseo de ganar
dinero con los toros, porque se hacía la reflexión
siguiente:
—«Si consiste en arrimarse, me sobra corazón
para colocarme más cerca que el primero.Pero como el toreo no consiste únicamente
en estar cerca do los toros, resultó casi un
fracaso cuando se presentó en Sevilla para
alternar con Antonio Conde. Bien que es necesario
tener en cuenta, que había pasado
ocho años sin torear, y las reses de Lesaca y
Andrade lidiadas aquel día, no llegaron á la
muerte en condiciones de estoquearlas recibiendo,
suerte favorita de Manuel Domínguez.
En Madrid se presentó el 10 de Octubre de
1853; alternó con el Salamanquino, Cayetano
Sanz y el Lavi, recibiendo los trastos del
primero, que lo cedió el toro Balleno (retinto)
de Martínez. El público madrileño lo recibió
fríamente, pues aunque vio en Domínguez al
torero de bravura indomable guapo y gallardo
en la suerte de recibir—para la que no
hace falta la agilidad de que en absoluto carecía—
comprendió que aquel hombro torpe y
pesado no justificaba la fama de que venía
procedido y le puso la proa, quizás con más
ensañamiento del que se merecía.
La vida de Manuel Domínguez es una serie
no interrumpida de rasgos de serenidad
pasmosa. La horrible cogida de 1857 en el
Puerto, la soportó con la mayor entereza hasta
el punto de permanecer en pié algunos minutos
con el ojo vaciado en un pañuelo que él
mismo tenía en la mano.
En la plaza, jamás admitió advertencias ni
consejos de nadie.
Toreaba con Don Gil en Cádiz, y observando éste, que Domínguez se disponía para recibir á un toro que estaba humillado, le
dijo:
—No le cite usted ahí, Sr. Manuel, que se
lo come a usted.
—Don Gil, cuando á usted le toque, mata
sus toros como pueda; á mí me deja usted en
paz.
Recibió al toro; fué volteado y resultó con
una cornada en un muslo que le tuvo tres
meses sin torear.
El notabilísimo banderillero Lillo, se permitió
decirle en el momento que cuadraba
un toro:—¡Ahora, señóManué!—; en el acto se
vuelve éste y alargando al banderillero, espada
y muleta, le dice:—¡Toma, mátalo tú!
En cierta capital de provincia, se corrieron
voces de que no quería Domínguez torear si
no se ponían en el ruedo burladeros. Le llamó
el gobernador para decirle que no so ponían
porque afearían el círculo.
—Miento quien haya dicho eso... contestó
Manuel. Por mí, que suban hasta el cielo la
barrera, que para nada la necesito.
Encontrábase en un colmado de Sevilla
acompañado del desgraciado matador de toros
Manuel Trigo, cuando penetraron en el
establecimiento dos guapos con deseos do armar
camorra. Pidieron una docena de cañas;
invitaron a beber á Trigo, y éste, por evitar
cuestiones, condescendió; enseguida, el más
terne tomó otra caña y llegóse a Domínguez
diciendo:
—Vamos, ahora osté, señó Manué.
—No bebo—contestó secamente Domínguez.
—;Cá, hombre!.. Esta se la bebe osté.
—Y yo, digo que no.
—Pues se la vá osté á bebé á la fuerza,
porque...
No pudo terminar la frase, porque el torero
descargó tan tremenda bofetada en el rostro
del guapo, que éste rodó por el suelo y
con él la mesa, sillas, velón y cañero. Quedó
á oscuras la habitación, salieron los otros á la
carrera, apostándose en la puerta, y al salir
Trigo le confundieron con Domínguez, atravesándolo
con un estoque.
Llegó a la vejez muy apurado de recursos
y algunos ganaderos sevillanos pretendieron
celebrar una corrida á beneficio suyo; ésta no
se llevó a efecto, porque Domínguez dijo que
aún no pedía limosna y que si esto sucedía
tendría el valor suficiente para salir a la calle
y alargar el brazo solicitando un pedazo de
pan, porque no quería ser gravoso á nadie.
El 6 do Abril do 1886, murió en Sevilla; los
que acudieron al saber la noticia, en vista del
pobre aspecto de la vivienda, se dispusieron a
costear el entierro, poro uno de sus íntimos
manifestó que nada hacía falta, porque hacía
tiempo que Manuel Domínguez le había entregado
mil pesetas para que al llegar este caso
no tuvieran que molestárse los amigos.
Este era Manuel Domínguez y Campos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario