En un pueblecito del país vasco, llamado Murueta, en Vizcaya, el 5 de noviembre de 1887, nació un niño que se llamó ZACARIAS LECUMBERRI, quien muy joven llegó a ser CAPITAN de la Marina Mercante Española, y que después, lo que es casi increíble, llegó a ser TORERO. Y digo increíble, porque no se entienda fácilmente que puedan ligar dos profesiones tan disímbolas, pero el paso de los hombres por este mundo, hace a veces, que un acólito se vuelva ratero, y que un delincuente se haga religioso.
Estudió Zacarías en el puerto mercante Deusto, y quizá por la diaria visión de las cosas relacionadas con el mar se le metió en la mente al niño, ser marino… y marino fue, comenzando desde camarero, hasta llegar a ser Capitán del barco “Naired”, que era propiedad de la Unión Española de Explosivos, esto, contando apenas con VEINTE Y DOS años, cuando sucede lo que fue un hecho difícil de imaginar. Resulta que el “Naired” llegó a aguas sevillanas, y se celebraba en la Real Maestranza una corrida de toros, a la que Lecumberri asistió, y el brillo del espectáculo lo deslumbró de tal manera, que a partir de entonces, sólo pensó en la popularidad y en las ovaciones que la lidia de los toros proporcionaba a sus protagonistas.
Al volver un barco a Bilbao, había desaparecido de su tripulación el Capitán Lecumberri, que se había quedado en la ciudad a orillas del Guadalquivir, donde hizo amistad con otros aspirantes a toreros.
Pasó años de sinsabores, como todos los “maletillas”, con peligros de su físico, pero al cabo de dos años, regresó a Vizcaya, y a pesar de tener su título de piloto marítimo, no renunció a la lucha por la gloria taurina, y comenzó a “echar capote” pro los pueblos de su región, hasta que debutó formalmente en la Plaza de Idaucho, situada en el barrio de Bilbao del mismo nombre.
Fue el 24 de octubre de 1909, y el triunfo fue grande.
Debutó como novillero en Madrid el 20 de agosto de 1911.
En otra ocasión, siempre en la Plaza de Madrid, este hombre, quien además era muy fuerte, por los ejercicios marítimos que había practicado, se enfrentó a un toro que no doblaba las extremidades a pesar del estoconazo recibido, por lo que el diestro se fue hacia el bovino, y tomándolo por los cuernos lo tumbó, armándose una gran sorpresa en los tendidos.
Pese a que Zacarías estoqueada bastante bien, no consumaba la suerte de matar con limpieza y por esa causa, siempre salía volando por arriba del lomo del astado. Por causa que no aparecen en su biografía, este singular torero, nunca tomó la alternativa. Generalmente sus estocadas eran de efecto fulminante y producían gran emoción en los espectadores, pero generalmente también, como he dicho, Zacarías salía por los aires, recorría el lomo del toro, y salía de la suerte por la cola. Nunca pudo, o nunca quiso corregir el defecto de la suerte de matar.
Pese a que Zacarías estoqueada bastante bien, no consumaba la suerte de matar con limpieza y por esa causa, siempre salía volando por arriba del lomo del astado. Por causa que no aparecen en su biografía, este singular torero, nunca tomó la alternativa. Generalmente sus estocadas eran de efecto fulminante y producían gran emoción en los espectadores, pero generalmente también, como he dicho, Zacarías salía por los aires, recorría el lomo del toro, y salía de la suerte por la cola. Nunca pudo, o nunca quiso corregir el defecto de la suerte de matar.
Tenía ya Lecumberri sus 72 años cumplidos, cuando un periodista le hizo una entrevista, al otra vez Capitán de la Marina Mercantes Española, y le preguntó acerca de su vocación, recibiendo como respuesta:
¡Torero, siempre torero! … ¡Primero torero y después marino!, porque el periodista le había preguntado: “¿Qué le gustaría ser si volviera a nacer de nuevo?”
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