Tortero fue hombre de singulares
energías. Tantas, que a los sesenta y cinco
años se retiró de los toros, y que en la fiesta
de su despedida consiguió matar los que le correspondieron
en suerte y banderillearlos, por
añadidura. A los diez y ocho años, Enrique
Santos fué revolucionario. Es decir, que en 1873,
cuando la República, el Tortero agarró un fusil
y se fué a las barricadas, con un escuadrón de
Caballería que estaba en la plaza de Armas de
Sevilla. Más tarde fué soldado de Ingenieros, en
Cádiz, y cabo de gastadores en su regimiento.
Había intentado un beneficio para librarse de
quintas. Pero se perdió el dinero. Y lo que no
logró de esta manera pudo conseguirlo brindando
a su coronel la muerte de un toro en una becerrada
en la que alternaba con un sargento, A
partir de entonces, volvió a la cuadrilla de Chicorro,
y hacia 1884 era matador, que alternaba con
Marinero y Bienvenida Lujan, el abuelo de los actuales
Bienvenida. Entonces supo, por primera
vez, lo que era morirse.
El día de la Virgen de la
Esperanza le dio un toro una terrible cornada.Vio un curioso salir un entierro de la calle donde
estaba su casa y dio al Tortero por difunto.
Un amigo, de ésos que no faltan, fué a visitarte
y le leyó puntualmente los detalles prolijos de
su agonía y de su entierro. Enrique Santos se lo
agradeció mucho y no volvió a hablarle nunca,
que es lo menos que merecía.
Vino luego la época de los triunfos. La alternativa,
que recibió en Madrid de manos de Frascuelo.
El torear en Montevideo y en La Habana con
Mazzantini. El contrato fabuloso, por cincuenta
mil duros y dos beneficios. Don Luis ganó en el
suyo diez y siete mil pesos y cerca de ocho mil
el Tortero. De esos episodios triunfales quedó algún
rastro sangriento.
Un toro de Veragua le dio, en la Plaza de Madrid,
cuatro cornadas porque al lancearlo tropezó
con el árbol de la pólvora. Entonces, como
fin de fiesta, se quemaban en la plaza unas ruedas
de fuegos artificiales. Pero lo más terrible
fué lo de Méjico. Había allí cinco plazas de toros.
Ponciano Díaz era un "charro" que había ideado un toreo especial a caballo, que comprendía, además de la suerte de banderillear, otras de derribar toros con el lazo y la de cabalgarlos por los vaqueros que formaban su cuadrilla. El espectáculo era vistoso, sobre todo por la gallardía salvaje de los potros. Aquello se llamaba rodeo, jaripeo y manganeo.
Ponciano era socio con el gobernador del Estado de una de las plazas mejicanas, y no encontró medio más eficaz de suprimir la competencia que el prohibir las corridas. Hubo una revuelta en la que mataron a un vendedor de joyas, y a un torero le encontraron una puntilla manchada de sangre. De todo aquel barullo resultó que un policía requirió al Tortero para que fuese a ver al gobernador. Pero en lugar de conducirle al Palacio del Gobierno le metieron en Belén, edificio nada confortable, que servía de presidio. Resultó, a lo último, que le acusaban de no haber pagado a nadie, y como no era cierto, pusieron a Enrique Santos en libertad. La utilizó para salir del país más que de prisa. A los ochenta años, el Tortero quiso fundar una escuela de tauromaquia, de la que pretendia ser director y maestro.
Ponciano Díaz era un "charro" que había ideado un toreo especial a caballo, que comprendía, además de la suerte de banderillear, otras de derribar toros con el lazo y la de cabalgarlos por los vaqueros que formaban su cuadrilla. El espectáculo era vistoso, sobre todo por la gallardía salvaje de los potros. Aquello se llamaba rodeo, jaripeo y manganeo.
Ponciano era socio con el gobernador del Estado de una de las plazas mejicanas, y no encontró medio más eficaz de suprimir la competencia que el prohibir las corridas. Hubo una revuelta en la que mataron a un vendedor de joyas, y a un torero le encontraron una puntilla manchada de sangre. De todo aquel barullo resultó que un policía requirió al Tortero para que fuese a ver al gobernador. Pero en lugar de conducirle al Palacio del Gobierno le metieron en Belén, edificio nada confortable, que servía de presidio. Resultó, a lo último, que le acusaban de no haber pagado a nadie, y como no era cierto, pusieron a Enrique Santos en libertad. La utilizó para salir del país más que de prisa. A los ochenta años, el Tortero quiso fundar una escuela de tauromaquia, de la que pretendia ser director y maestro.
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