La tragedia se manifiesta en muy diversas facetas. Las más extrañas suele asignarlas el destino -que es cruel e
impredecible- en la fiesta de los toros.
Un artista que viste de luces es marcado con la tragedia y son infinitos los casos de muchos que han perdido la
vida en las astas de los toros bravos, en las defensas del símbolo del espectáculo. Tal situación es normal,
lógica, y las víctimas se convierten en héroes y se sitúan en la leyenda.
Tal es la historia del matador de toros sevillano, Manuel García López, mejor identificado con el seudónimo de
Maera. Un diestro que el destino le depara un final sin compasión alguna. Sí, un deceso que Maera no esperaba
ni hubiese deseado.
Conociendo el concepto de los toreros, su forma de pensar y sus deseos, a Manuel le hubiese ilusionado que el
final de su existencia, se hubiese consumado en las astas de un toro bravo y en el ruedo de una plaza de
máxima jerarquía.
Sin embargo, el destino no cumple anhelos. A este infortunado matador, lo lógico y normal, no le causa la
muerte un fiero astado, sino una terrible y, en aquella época, incurable enfermedad: la tuberculosis. Un
suceso insólito, ¡su mala estrella estaba marcada así!
Se siente la crueldad en su tragedia, dado que los acontecimientos se suscitan cuando el sevillano está en
pleno apogeo, en plena madurez taurina, tras conquistar una gran campaña y, lo que provoca más dolor, a los
28 años de edad.
Peón de Belmonte
Manuel García López nace a fines del siglo XIX, en 1896, en lo que en España llaman la tierra de María Santísima.
Sí, en el famoso barrio de Triana en la barroca Sevilla.
Pronto, lo envuelve la pasión por la fiesta brava. Antes de cumplir 20 años, en 1915, era integrante de la
cuadrilla del Pasmo de Triana Juan Belmonte.
Su labor reúne desparpajo y actitudes manifiestas, tales que
pronto alcanza la categoría de peón de confianza.
En esa cuadrilla de tanta prosapia, aprende el oficio a la perfección durante tres años. Le sirve el lapso para
adquirir experiencia, sitio con el toro y soltura.
En los años de 1919 y 1920, se le ve actuar en novilladas. Camina firme y siempre superándose de una actuación
a otra. Tanto que se hace matador de toros, en 1921, con 25 años de edad, muy joven en la profesión en la
añorada y romántica época.
La ceremonia se realiza en la plaza del Puerto de Santa María y se la confiere nada menos que Rafael Gómez El
Gallo.
Maera asciende en forma vertical y, a la vez, con una aureola de éxitos. Da la pelea a los maestros de ese
entonces con dignidad y, sobre todo, con torerismo. Su trazo reúne poder y actúa con talento. Bien dicen los
profesionales que pensar en la cara del toro es una virtud muy elocuente. Ese era su secreto.
Al año siguiente, en 1922, el 15 de mayo, en las festividades del santo patrón de Madrid, San Isidro, confirma la
alternativa de manos de Diego Mazquiarán Fortuna, es testigo de la ceremonia Manuel Jiménez Chicuelo.
Esa campaña es determinante para Maera. Sus éxitos los eslabona en todas las plazas del suelo hispano. A fines
de ese año, en el ciclo 1922-1923, brinca el charco y viene a México. Actúa en la plaza de toros El Toreo de la
Condesa, suma seis fechas, corta tres rabos que es número significativo para calibrar el nivel de sus éxitos
obtenidos en nuestra patria y el tamaño del torero que llevaba dentro del cuerpo.
Conquista México
Se reitera que Manuel García tiene una brillante campaña española en 1922 y ese mismo año se presenta en
México.
Un torero alto y delgado, valiente, banderillero notable, muletero poderoso y buen estoqueador.
Debuta en México el 19 de noviembre de 1922 en "El Toreo". Según la pluma del maestro Heriberto Lanfranchi,
en su obra Los toros en México y España, alterna con Matías Lara, Larita, con toros de La Laguna. Estuvo bien
en su actuación.
Tampoco hay trofeos en la segunda gira, el 16 de ese noviembre, alternando con Rafael Gómez El Gallo y José
Ramírez Gaonita, con astados de Piedras Negras. En la tercera, 17 de diciembre, encuentra un clima de
hostilización en tierra mexicana.
Pero, no hay mal que dure 100 años, según el viejo refrán y en la cuarta, el 7 de enero de 1923, alternando con
El Gallo y con el califa leonés Rodolfo Gaona, en sexto lugar torea a Queretano de Atenco.
Le arma un lío
grande y aunque un fuerte golpe le hace sufrir ligera conmoción al entrar a matar, deja gran estocada. Su
cuadrilla le lleva a la enfermería las orejas y el rabo del bravo burel.
La quinta fecha fue el 21 de enero, con Juan Silveti y Marcial Lalanda. con la Laguna, pero no se realizan cosas
extraordinarias.
Sí las hubo en su última actuación en la ciudad de México, el 28 de enero. Con ocho estupendos toros de
Piedras Negras. alterna con Gaona, Silveti y Lalanda. Una tarde cumbre del sevillano, pues le corta las orejas y
el rabo a Nevero y los mismos trofeos a Pajarito.
Con este toro, Silveti hace un quite y un desplante de rodillas por un prolongado lapso, y Maera realiza el suyo:
extiende el capote y sentándose sobre él aguanta un buen rato al ejemplar tlaxcalteca.
Es triunfal esa temporada de 1923 en España, al igual que la del año siguiente, 1924. En La Corte (Madrid), el 11
de julio, obtiene un gran triunfo y gana la Oreja de Oro, en competencia con Nicanor Villalta, Marcial Lalanda y
José García Algabeño. El 18 de noviembre de ese calendario actúa en Melilla, Marruecos, y corta las orejas a sus dos toros.
En la noche se siente mal e, inclusive, no asiste al banquete que en su honor ofrece el general Sarjujo.
Las altas fiebres, por la lesión pulmonar que padecía debido a la tuberculosis, eran espantosas. Retorna a Sevilla
sólo para cerrar los ojos para siempre días después, el 11 de diciembre.
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