El miércoles, 21 de mayo, el
cielo de México estaba encapotado
con gruesos nubarrones,
que de tiempo en tiempo
dejaban manar una mansa
llovizna.
El ambiente, húmedo y gris,
propicio para recordar los versos
de Verlaine, "Llora el cielo sobre
la ciudad, como llora sobre mi
corazón", fue el marco adecuado
para que a las cinco de la
tarde, en el panteón de Dolores,
se diera cristiana sepultura a los
restos mortales de Rodolfo Gaona,
el más famoso de los toreros
mejicanos de todos los tiempos.
El tiempo inclemente restó asistencia, pero no excusó la ausencia
de la mayoría de los toreros
jóvenes de México, en particular
de alguno que gozó de las
mayores simpatías por parte del
ilustre lidiador desaparecido.
También se comentó con acritud
la ausencia de una representación
oficial, porque Rodolfo
Gaona fue un mexicano que dio
lustre y brillo al nombre de su
país, más allá de sus fronteras,
con mayor eficacia que muchos
diplomáticos.
Por otra parte, no se compagina
el hecho de haberle honrado
en vida, dando su nombre a una
avenida de la capital mejicana.Si estuvieron fueron las viejas glorias de la torería
mejicana y una de la
española. Entre aquéllas, Chucho
Solórzano, Luis Castro "El Soldado",
Heriberto Garcia, David Liceaga,
Andrés Blando, Alfonso
Ramírez "El Calesero". Joselito
Huerta, Manuel Gutiérrez "El Espartero" y con la representación española, el genial torero gitano
Joaquín Rodriguez "Cagancho".
Tampoco faltaron a la cita Mario
Moreno "Cantiflas" y la plana
mayor de la Casa Pedro Domecq,
de México, siempre ligada
a la Fiesta nacional .
En la capilla ardiente, una simpática
presencia, la de María
Conesa, una madrileña que en la
primera década del siglo en que
vivimos enloquecía al "todo México " de su época, con su garbo
y su picardía, sobre el tablado
frívolo del desaparecido teatro
principal.
Los triunfos de María en aquellos
años venturosos corrían parejos
con los que en los ruedos
lograba Rodolfo Gaona "El Califa
de León", con su dibujada elegancia
en el toreo de capa y de
muleta y su arte excepciónal de
gran banderillero.
Pero si en el entierro de Gaona
faltó la despreocupada torería
joven, si no hubo una representación
oficial, sí estuvo, en
cambio, ante su tumba, el pueblo
de México, dejando sentir su presencia
cuando una mujer de
edad madura y humilde vestimenta
pronunció unas cuantas emotivas frases para pedir 'que
no hubiera lágrimas, sino pañuelos
al aire, como en sus tardes
de gloria, para decir adiós al
maestro". La oración fúnebre, bella e
inspirada, la pronunció el
periodista Roque Armando
Sosa Ferreiro, gaonista de la Vieja
Guardia. Entre otras cosas dijo:
«Rodolfo Gaona es un símbolo
insustituible de la torería mexicana.
En él se fundieron las
virtudes de nuestros ancestros,
indios y españoles. Mestizo medular,
mejicanismo en su carne,
en su sangre y en su espíritu,
fue siempre indio y español, con
acendrada y fervorosa devoción
a México y España".
Y terminó: "Ayer las campanas
de León tocaban a gloria
por los éxitos del torero."
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