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lunes, 10 de febrero de 2014

EL DUQUE DE PINOHERMOSO


Carlos Pérez-Seoane y Cullén, duque de Pinohermoso, conde de Villaleal y gentilhombre de España, había nacido en Roma, en la Embajada de España en el Vaticano, donde su padre, el conde de Velle, ocupaba un destacado cargo diplomático. Tras realizar sus pri- I meros estudios en Madrid, ingresó en la Escuela de Caballería de Valladolid, llevado de su vocación militar y su afición por la equitación, que le lleva a participar en concursos hípicos e incluso correr Duque de en carreras de caballos.

Su dedicación al toreo es algo tardía actuando por primera vez a pie en un festival en Jerez en octubre de 1942 con el gran rejoneador portugués Joao Nuncio, Alvaro Domecq, Juan Belmonte y Rafael «El Gallo». En corridas de toros se presenta por primera vez a torear a caballo en Barcelona, en septiembre de 1946. Los años inmediatos son los de su mayor actividad como rejoneador, rebasando en sucesivas temporadas la cifra de cuarenta actuaciones. A partir de 1952 sus actuaciones públicas disminuyen ostensiblemente, aunque no así las de festivales benéficos y fiestas taurinas a puerta cerrada. Entre éstas hay que destacar la celebrada en Madrid en la que lidiaron a caballo, cada uno un novillo, Conchita Cintrón, Alvaro Domecq, Juan Belmonte y el duque de Pinohermoso. Entre las corridas de toros que merecen recordarse destacan su felicísima actuación en la celebrada en Barcelona en 1952 a beneficio de los leprosos, en la que además cargó con la responsabilidad de ser empresario, y la celebrada en Sevilla en 1953 a beneficio de «la vejez del torero». Blasón muy calificado de su arte a caballo fue alternar en Jerez con la Escuela Española de Equitación de Viena en una exhibición llevada a cabo en mayo del 54, en la que rejoneó un toro. 

Finalmente, tuvo gran repercusión su actuación en la corrida celebrada en Madrid en octubre de 1956 con motivo de la visita del presidente de la República de Filipinas Elpidio Quirino. Tales fueron los acontecimientos taurinos más notables de este gran caballero, deportista y torero, que llenó una época del toreo a caballo y cuyas actuaciones fueron siempre totalmente desinteresadas dedicando sus honorarios a obras benéficas.

Pero si de su arte únicamente nos queda el recurdo, quiso dejarnos también un resumen de las reglas que deben regir el rejoneo y que él llamó «DECALOGO DEL REJONEADOR», condensado compendio de la doctrina del arte de torear a caballo, y que podríamos sintetizar así: Amar a los caballos. Clavar de frente, dejándose, del enemigo. Llevar a la res templada de un tercio a otro y nunca realizar las suertes amparándose en las tablas... De él y de su decálogo podríamos decir que hizo io que aconsejaba y escribió lo que hizo. Y lo uno y lo otro con sumo acierto.

DECÁLOGO DEL REJONEADOR.

1º.- Amarás a los caballos y los trabajarás de tal manera que luego no te protesten durante la lidia. Procura que no los toquen, pues, además de ser feo, dificultará su doma.

2º.- No hagas uso habitual de los auxiliadores.

3º.- Déjate ver del enemigo. No entres nunca por sorpresa.

4º.- Al clavar, ve de frente, y, en el momento de hacerlo, procura que el caballo, con perfecta colocación de cabeza y cuello, mire a la res.

5º.- Deja llegar a ésta hasta el propio encuentro del caballo (no al estribo), y clava de arriba abajo.

6º.- Al torear, lleva la res templadamente de un tercio a otro.

7º.- En los rejones de muerte, de la manera de llevar éstos dependerá el resultado que obtengas.

8º.- Las suertes realízalas en los medios, de ser posible, y si no, al sesgo o de dentro a fuera. Por dentro, amparándose en las tablas, no tienen valor alguno.

9º.- Será rejoneador el que en estas condiciones no pase en falso. El público también saldrá ganando.

10º.- Cuando intentes algún aire de alta escuela, procura hacerlo correctamente; como si no hubiera toro en la plaza.

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