Matador de toros mexicano, nacido en Jaso (en el estado de Hidalgo) el 14 de agosto de 1914, y fallecido en las proximidades de Matamoros (en el estado de Chihuahua) el 3 de agosto de 1953. Tras aprender los fundamentos de oficio taurino y foguearse en sus primeras novilladas por las plazas de su país natal, cruzó con decisión el océano Atlántico y se presentó en los cosos españoles, dispuesto a que fuera la primera afición del mundo la que le consagrase o no como una gran figura del Arte de Cúchares.
Así las cosas, el día 12 de abril de 1935 se presentó en las arenas de la madrileña plaza Monumental de Las Ventas para enfrentarse, en compañía de los toreros noveles Miguel Palomino y Lorenzo Garza, a un lote de novillos marcados con la señal de Gabriel González. Inserto, ya, en los circuitos taurinos de la Península Ibérica, continuó lidiando algunas novilladas durante aquella campaña hasta que, al término de la misma, se le ofreció la oportunidad de integrarse en el escalafón superior de los matadores de reses bravas.
En efecto, el día 16 de septiembre de 1935 Ricardo Torres compareció en las arenas de la Ciudad Condal para recibir la alternativa de manos del afamado espada madrileño Marcial Lalanda del Pino; el cual, bajo la atenta mirada del coletudo sevillano Antonio Posada Carnerero, que hacía las veces de testigo, cedió al toricantano los trastos con los que había de muletear y despenar a Verdejo, un burel retinto que había pastado en las dehesas de don Julián Fernández.
Unos meses antes del comienzo de la Guerra Civil española, Ricardo Torres tuvo la fortuna de poder confirmar la validez de su doctorado taurino en el coliseo de la capital de España, en el transcurso de una corrida que, verificada el día 12 de abril de 1936, anunciaba en sus carteles la lidia y muerte de ocho toros. Fue su padrino de confirmación el célebre matador madrileño Victoriano Roger Serrano ("Valencia II"), quien, ante los testigos José Amorós Cervigón ("Pepe Amorós") y José Gallardo Montesinos ("Pepe Gallardo"), facultó a Ricardo Torres para que diera lidia y muerte a un astado perteneciente a la vacada de Pallarés.
El brutal estallido de la contienda fratricida interrumpió la prometedora andadura taurina que el diestro mexicano acababa de emprender en España, lo que no fue óbice para que los buenos aficionados de entonces recordaran siempre las extraordinarias maneras apuntadas por Ricardo Torres, de quien el escritor e historiador de la tauromaquia Néstor Luján habló elogiosamente en sus libros, para significar que, por encima de todo, practicaba un toreo "académico y retocado".
De regreso a su México natal, el torero de Jaso renunció a la alternativa recibida en España para doctorarse ante sus paisanos, en el transcurso de una función de toros que se verificó en el coliseo de la capital azteca el día 10 de diciembre de 1939, con la presencia del diestro José Ortega en calidad de padrino. Continuó toreando en plazas de Ultramar durante varias temporadas, hasta que un desgraciado accidente de circulación, acaecido en el estado de Tamaulipas, el 3 de agosto de 1953, puso fin a su vida el día siguiente.