Matador de toros español, nacido en Iniesta (Cuenca) el 16 de junio de 1929, y fallecido en la bahía de Montego (Jamaica) el 5 de enero de 1960, a consecuencia de un accidente de aviación. A pesar de la coincidencia en los nombres, apellidos y apodos taurinos, no guarda ninguna relación de parentesco con los toreros de la célebre dinastía sevillana de los "Chicuelo", fundada a finales del siglo XIX por Manuel Jiménez Vera. En cambio, sí dejó tras de sí una sucesión familiar, encarnada en la figura de su sobrino, el matador de toros Ricardo Sevilla Jiménez ("Chicuelo de Albacete").
Aunque de orígenes conquenses, Rafael Jiménez Díaz se crió desde muy niño en Albacete, donde empezó a dar sus primeras muestras de querer dedicarse profesionalmente al mundo de los toros. Así, tras intervenir en diferentes festejos populares celebrados en su entorno local, en 1952 debutó en una función de novillos sin picadores verificada en el coso de la capital albaceteña, con lo que dio inicio a una larga andadura de aprendizaje novilleril que, tras dos años de dura brega, le llevó de nuevo al redondel de dicha ciudad manchega, esta vez para debutar en una novillada asistida por el concurso de los del castoreño. Corría, a la sazón, el día 24 de junio de 1952, fecha en la que compartió cartel con los jóvenes principiantes Fernando Jiménez y César Girón.
Ya desde estos preludios de su trayectoria torera supo advertir la afición que este "Chicuelo II", en contraste con todos los miembros de la genuina saga de los "Chicuelo", andaba demasiado ayuno de cualidades artísticas; sin embargo -y para completar la simetría opuesta con sus homónimos-, suplía esta grave carencia haciendo alarde de un valor desmesurado, un arrojo temerario que le permitió firmar un gran número de contratos durante esta etapa inicial de su carrera. Así, en efecto, en la campaña de 1953 tomó parte en cerca de medio centenar de novilladas, entre las que resulta obligado destacar la que suponía su presentación en Madrid, ante la primera afición del mundo. Tuvo lugar este debut el día 12 de julio de la referida temporada, fecha en la que el joven Manuel Jiménez Díaz se enfundó el terno de luces para medirse, en compañía de los novilleros "Cagancho" (hijo) y Carlos Corpa, con un encierro procedente de las dehesas de don José Tomás Frías.
Sus alardes temerarios habían concitado en torno a su persona una justificada expectación, ya que en todas sus actuaciones era capaz de generar un clima de tensión, presidido por la angustia y el miedo, en el que las volteretas, los atropellos, los revolcones y cualquier otro género de tropiezo con los toros eran tan continuos como sus ímpetus a la hora de volver a ponerse, con renovado arrojo, delante de las astas de las reses. No es de extrañar, pues, que al término de aquella temporada de 1953 se esperase con ansiedad la toma de alternativa de "Chicuelo II", que tuvo lugar en el coso de la ciudad del Turia el día 24 de octubre del mencionado año. Fue su padrino el afamado espada toledano Domingo López Ortega ("Domingo Ortega"), quien, en presencia del diestro madrileño Dámaso Gómez Díaz, cedió al toricantano los trastos con los que había de dar lidia y muerte a estoque a Palomito, un ejemplar criado en la ganadería de doña Pilar Sánchez Cobaleda.
Durante la siguiente campaña de 1954, en el transcurso del ciclo ferial de San Isidro correspondiente a dicho año, pisó la arena de la madrileña plaza de Las Ventas para confirmar, ante la primera afición del mundo, su inclusión en el rango superior de los matadores de reses bravas. Venía, a la sazón, acompañado en los carteles por el coletudo salmantino Emilio Ortuño Duplaix ("Jumillano"), que comparecía en calidad de padrino en la susodicha ceremonia de confirmación, y por el matador albaceteño Pedro Martínez González ("Pedrés"), que hizo las veces de testigo. El toro de la confirmación, que atendía a la voz de Acusón, pertenecía a la vacada de don Carlos Núñez.
Durante varias temporadas, el valor exagerado y seco de "Chicuelo II" bastó para que los aficionados comunes llenasen las plazas donde estaba anunciada su presencia; pero, poco a poco, la mayor parte del público cedió en favor de los aficionados más puristas, quienes desde el comienzo denunciaron la falta de cualquier otro interés en el toreo noble y esforzado de Manuel Jiménez Díaz. Así, ante la pérdida constante del apoyo del vulgo, el día 5 de octubre de 1957 toreó su última corrida en la pequeña localidad conquense de Belmonte, retirada que no le impidió reaparecer en el coso de la capital valencia el día 3 de mayo de 1959. Pero esta vuelta a los ruedos era más fruto de su afición que del interés que despertaba en los tendidos, por lo que optó por concentrarse en conquistar el favor de los espectadores hispanoamericanas, consciente de la mayor bondad del público y la menor fiereza del toro ultramarinos. En dicho empeño andaba cuando la fatalidad, en forma de espantoso accidente aéreo, truncó de golpe su existencia en la jamaicana bahía de Montego, donde el 5 de enero de 1960 fue a estrellarse la aeronave en que viajaba el desventurado torero.
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