Hijo del teniente de la Guardia Civil don Ramón Alonso Mayoral y de doña Casilda Berta fue el picador Rafael Alonso y Bertoli, «el Chato», nacido en Olvera (Cádiz) el día 11 de septiembre de 1862; cuando tuvo edad para dedicarse a alguna ocupación comenzó a trabajar en el oficio de cerrajero, por el que, desde luego, no manifestó inclinación alguna; pero, en cambio, mostró grandes deseos de ser torero de a caballo, consecuencia, sin duda, del mucho entusiasmo que desde niño sintió por la equitación, tal vez por practicarla desde su más temprana edad en el cuartel donde habla nacido. Residió casi siempre en Sevilla, y la protección recibida del excelente picador Manuel Bastón le facilitó el aprendizaje, pues por recomendación suya empezó a picar en las novilladas en 1881, cuando apenas con-taba diecinueve años. Las primeras corridas serias las toreó a las órdenes de Manuel Fuentes, «Bocanegra»; se presentó en Madrid, agregado a la cuadrilla del «Espartero», en la segunda corrida dé Beneficencia del año 1886, celebrada el 19 de septiembre («Frascuelo», Ángel Pastor, Mazzantini y El Espartero», con cuatro toros de don Antonio Hernández y otros cuatro de don Enrique Salamanca) ; al final de aquel año formó parte de la plantilla de picadores de Fernando Gómez, «el Gallo»; en el invierno de 1887-88 estuvo con «Guerrita» en La Habana, y cuando, al terminar la temporada de 1890, separóse «Badila» de la cuadrilla de Mazzantini, le reemplazó éste con Rafael Alonso.
Con figura brava y briosa, valiente y hábil delante del toro, picador bien enterado y dotado de gran voluntad, en el ario 1891 se colocó en primera línea, formando con «Agujetas», «Badila» y «Pegote» el más lucido cuarteto de varilargueros que hubo en la ultima década del pasado siglo. Junto a Mazzantini hizo sus mejores campañas; no le abandonó hasta que tan famoso estoqueador dejó la profesión, y quince años en una cuadrilla tan señalada como la de don Luis representan un ejercicio muy considerable, una actividad fecunda y bien trabada que los aficionados de su tiempo estimaron en cuanto valía. Dicho Mazzantini le profesó siempre gran cariño y llegó a tener con él las mismas consideraciones que si de un individuo de su familia se tratara, a las que correspondió «El Chato» con el cariñoso respeto que se puede guardar a un hermano mayor.
Frecuente era en aquel don Luis Mazzantini y Eguia, tan ampuloso y amigo de todo ripio en la conversación, llamarle con acento entre humorístico y solemne: ¡Señor Alonso...! Al retirarse el repetido matador guipuzcoano ingresó «El Chato» en la cuadrilla de Antonio Montes; a mediados de la temporada de 1906 pasó a la del «Algabeño», en la que también permaneció poco tiempo, y después se esfuma, deja de estar en circulación, como si a un picador de tan aventajadas partes como él le tuvieran reservada los hados una nueva vida, pero es que en la del buen Rafael Alonso coincidió el eclipse con la iniciación de una crisis que habría de tener lamentable solución. Aparte de sus condiciones de artista, tan elogiadas por todos sus contemporáneos, de cian cuantos llegaron a cultivar su trato que era muy simpático y uno de los hombres más honrados que podían encontrarse, además de, tener una gracia muy acusada y personalísima que le granjeó el cariño y la amistad de personas de clase elevada, pues hay que advertir que Rafael Alonso fue hombre culto, de una cultura relativa, claro está, pero con rasgos característicos que a veces le hacían filosofar ingeniosamente a su manera.
El defecto de su apéndice nasal contribuía principalmente a hacerle, físicamente, feo de verdad, y él era el primero en hacer alarde de tal fealdad diciendo que no habla «hombre más feo y de cara más rara en España y América». De modo es que, «a confesión de parte...» Hombre ahorrador y de vida metódica, consiguió reunir, si no una gran fortuna, el capitalito necesario para poder pasar una vejez serena; pero la fatalidad no le permitió disfrutar lo que con tanto peligro fue acumulando corno laboriosa hormiga. Como todos los picadores de su tiempo, sufrió muchas y fuertes caldas, y entre sus percances de mayor importancia, o que mayor resonancia tuvieron, debemos señalar el de su cogida en Madrid el 31 de mayo de 1896. Se celebraba la undécima corrida de abono, con los diestros Mazzantini, Reverte y «Algabeño» y seis toros del duque de Veragua para picar al segundo de éstos, llamado «Sereno», «sardo por la cara, por la capa negro, bien colocadito, con el cuerpo lleno, bonito de estampa y fino de remos», según escribiera un revistero de tal corrida formaron la tanda «Agujetas» y «El Chato: y al poner éste la segunda vara cayó al descubierto.
El toro, pegajoso, hizo por el bulto y le corneó varias veces, sin que los mata-dores pudieran evitarlo, a pesar de acudir so-lícitos al quite y recurrir Mazzantini al coleo, y el resultado fue que Rafael Alonso sacó del trance una herida de ocho centímetros, en la región axilar, y otra de tres en la cara interna superior del brazo izquierdo, de cuyo percance se habló mucho por coincidir con el que el mismo toro ocasionó al valiente y popular Reverte, al recetar éste una gran estocada. El notable picador tuvo muy lamentable fin; los muchos porrazos sufridos desde su Juventud le llevaron a un estado de propensión a las alucinaciones, a los estados patológicos del espíritu, hasta hacerle perder la razón y llevarle a un estado que inspiraba verdadera lástima a todos los que le habían conocido siempre de buen humor, siempre con una frase de gracia en los labios, y, completamente loco, dejó de existir, en Sevilla, el día 3 de junio del año 1910.
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