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lunes, 23 de junio de 2014

LA MUERTE DE ANTONIO MONTES



Mala sombra tuvo en México el cartel formado por Antonio Fuentes, Antonio Montes y Ricardo Torres. El 14 de Enero de 1906, los anuncios que llenaban las calles, leídos con inmensa satisfacción por millares de aficionados, rezaban que Fuentes, Montes y Bombita, juntos por vez primera, torearían en la plaza mejicana, causando ese cartel entusiasmo tan vivo, que el circo resultó pequeño para contener tanta gente. Y aquella tarde un toro de Piedras Negras cogió a Bombita al intentar cambiarle de rodillas y le lastimó gravemente. Un año después, día por día, el 13 de Enero de 1907, los mismos prestigiosos nombres figuraban por segunda vez en el cartel. Los partidarios del toreo clásico, serio, elegante, maravilloso, tenían singular adalid en Fuentes; los que gustaban del arrojo sin límites, los que gustaban de emociones tremendas, veían en Montes la encarnación más acabada de la temeridad, y, finalmente, aquellos que gozaban con los jugueteos, con los primores y galas del toreo alegre, encontraban en Bombita a la personificación de su ideal. Y allá se fue a la plaza la gente entusiasmada y llenó los palcos, tendidos y barreras, y alborotó con su algazara y animó la fiesta con su alegría. 

La bravura y nobleza del primer toro de la tarde, del marqués del Saltillo, proporcionó a Fuentes lucido triunfo, que le premió el concurso con palmas y vítores. Y Montes, con el natural afán de emular las excelencias del toreo de Fuentes, en cuanto vio salir de los chiqueros al segundo toro, de Tepeyahualco, acudió a él, haciendo gala de esos arrestos suyos que arrebataban al público. Tan en corto y tan ceñidos fueron los lances con que le burló, que el toro se le metió debajo, le empitonó y le arrojó al suelo, sin más desavío ,que la taleguilla destrozada, que reparó el mismo Montes atándose en ella un pañuelo. Los aplausos le enardecían, y con valentía que rayaba en locura, se metió a los quites, alardeando., muy justamente de inacabable temeridad. Y después, en el trasteo de muleta, cada pase arrancaba un grito de entusiasmo y de susto. En el instante de cuadrar, y cuando se disponía el matador a arrancarse sobre el toro, Fuentes le gritó: "aligera". Fuentes notó que el de Tepeyahualco estiraba el cuello, que humillaba, defendiéndose; por lo tanto, había que entrar a matar de cerca y con todos los pies. 

De ahí su aviso, o no oyó Montes la advertencia o no hizo caso de ella, confiado en su valor. Entró despacio, muy por derecho, con imponente valentía y admirable vergüenza. El toro, que vio adelantar lentamente la figura del matador, no hizo más que alargar la gaita, y cuando Montes le hundía en lo alto del morrillo el acero, le cogió, le levantó en vilo y le enganchó nueva-mente, volteándole y metiéndole toda el asta por la nalga izquierda. La estocada era de muerte. Allí mismo quedó el toro sin vida, en tanto que el desdichado lidiador era conducido a la enfermería. Era la herida tremenda, herida de caballo. Tanta sangre brotó de ella, que el calzón blanco de uno de los monos que le levantó de aquella arena, quedó tinto en rojo, el mozo volvió al ruedo con aquella inmensa mancha sangrienta, y el público, horrorizado, le obligó a gritos a retirarse. Fuentes apoyó la frente sobre la barrera y lloró, a la vez que Ricardo Torres, pálido y con la tremenda impresión retratada en el semblante se quedó un buen rato inmóvil. Y al fin, dominándose uno y otro, y bajo la impresión de dolor y de conmiseración hacia el pobre compañero, a quien curaban en tanto.


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