Un torero que reunía virtudes excepcionales, arrojo, elegante figura, se justificaba, como dicen los toreros,
ante el burel. Sin embargo, su signo era opuesto a sus cualidades y el público no le reconoció sus dotes en su
quehacer taurino, del que realmente era merecedor.
En efecto, Fabrilo era un elemento agrupado en la lista de toreros para toreros y no visibles para el
conglomerado de aficionados de tendido. La diferencia de criterios entre unos y otros es abismal. Así se miran
las cosas con distintos espejuelos.
Julio Aparici nació en Ruzafa, provincia de Valencia, el primero de noviembre de 1866. Desde muy joven destacó
en su debut en esa plaza de Levante el 3 de octubre de 1885, cuando aún no cumplía los 19 años. Dejó patente
en el ánimo de los asistentes su arrojo, su buena figura y el refinado gusto para elaborar con desparpajo las
complicadas suertes del toreo.
Impresiona en Madrid
Fabrilo camina veloz, torea en muchas plazas de primer orden y da pábulo a que se le tome en cuenta para
debutar en la siempre temida plaza de Madrid. Lo anterior sucede el 27 de febrero de 1887 y causa en la Villa
una profunda impresión.
El hecho de que la empresa le haya ofrecido la alternativa al año siguiente, el 23 de septiembre de 1888, lo dice
todo. No obstante, lo abandonó la buena suerte, luego de que el festejo se suspendió por lluvia. ¿Se puede,
acaso, lidiar esos contratiempos?
Julio siguió con el mismo ánimo, pues tomó la borla de matador de toros el 14 de octubre de 1888 en su
querida Valencia, de manos de un maestro reconocido como Antonio Carmona El Gordito.
Y ese mismo año realizó campaña en La Habana, donde la fiesta adquiría interés, crecía con jerarquía y se programaba un número importante de festejos con los "monstruos" de la torería de la época. La excursión en Cuba fue triunfal para Fabrilo. Cayó de pie, dan fe de ello las crónicas de los revisteros de la época en La Habana. Al retornar a la península, Fabrilo confirmó la alternativa en Madrid, en un cartel de alto nivel con el maestro Salvador Sánchez Frascuelo como padrino y Luis Mazzantini como testigo de esa ceremonia.
Y ese mismo año realizó campaña en La Habana, donde la fiesta adquiría interés, crecía con jerarquía y se programaba un número importante de festejos con los "monstruos" de la torería de la época. La excursión en Cuba fue triunfal para Fabrilo. Cayó de pie, dan fe de ello las crónicas de los revisteros de la época en La Habana. Al retornar a la península, Fabrilo confirmó la alternativa en Madrid, en un cartel de alto nivel con el maestro Salvador Sánchez Frascuelo como padrino y Luis Mazzantini como testigo de esa ceremonia.
Capilla ardiente de Fabrilo |
Se lidiaron toros de
la temida divisa de Miura y el toro de la confirmación se llamó Neblina, un ejemplar de capa cárdeno.
En 1890, cabe señalar, se acentúa la personalidad de Julio Aparici y compite con los ases de mayor renombre
en el escalafón. No obstante, en Madrid torea poco y el exigente aficionado de la Villa del Oso y el Madroño lo
considera un torero de segunda fila. Los empresarios le restan méritos y actúa, después de la confirmación, en
sólo cuatro corridas.
Con un signo trágico
Sí, hay matadores de ese corte, que son admirados por toreros y el público no concluye por aceptarlos.
Inclusive, la enciclopedia Cossío advierte otra virtud del torero:
"Fabrillo" se distinguió por su elegancia y tacto para vestir, y provocó admiración entre los espectadores los
maravillosos trajes con los que se presentaba en las plazas.
Como fuese el caso es que a Julio no se le reconoció el nivel real que como matador de toros reunía.
Su signo, como profesional de la fiesta brava, se designó con la sombra fatal de la tragedia y se convierte en
otra víctima de la misma, que lo lleva a la leyenda.
El destino le aguardó su final. Era la tarde del 27 de mayo de 1897, en cuya fecha se programó en su natal
Valencia un festejo con un encierro de José Manuel de la Cámara.
Paso de la comitiva funebre por la calle Bolseria |
El quinto toro de nombre Lengüeto, con
presencia y romana, tomó ocho varas y, desde luego, que se enseñorearon de inmediato las malas condiciones
para poder lucirse con él.
El conglomerado, asistente al coso, solicitó que los maestros cubrieran el segundo tercio. Todos se negaron,
era evidente que el burel no iba a colaborar en el lucimiento.
Las protestas se hicieron más sonoras y ante esa actitud, Fabrilo no tuvo otra opción, tomó las banderillas y se
dispuso a adornar el morrillo de Lengüeto, tras ofrecer las jarras a Reverte, que rehusó el ofrecimiento con
sobrada razón.
En el primer intento, Fabrilo salió en falso, el ejemplar se terciaba y cortaba el terreno. Julio hizo otro intento
y clavó el par. En ese instante llegó también el derrote seco, asesino y mortal. El ejemplar de José Manuel de la
Cámara lo enganchó con el pitón izquierdo por la ingle, lo levantó y en la escena, clara, se observó cómo el
asta penetraba en las carnes de Fabrilo. Una cornada, por desgracia, mortal por necesidad.
Tres días después, el 30 de mayo de 1897, se declaró la peritonitis y por la tarde el torero expiró en medio de
crueles sufrimientos. Así es la fiesta. Los toreros son héroes y víctimas también.
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