Es axiomático que el "ángel", la simpatía personal, contribuye en no pequeña parte al encumbramiento de todo artista, y de manera especialísima en los dedicados a la profesión taurómaca. Aparte del indiscutible valor de sus labores, una atractiva simpatía contribuyó al encumbramiento y nombradía de lidiadores como "Yllo", "Curro Guillén", "Montes", "Cúchares", el "Tato", Sanz y Ángel Pastor, y lo propio que ocurrió con los espadas podemos referir de muchos subalterno,, en que se dio el caso de superar la simpatía de que hablamos al valor de sus faenas con los astados. Uno de éstos fue el varilarguero de que hoy vamos a ocuparnos, quien de modo tal llegó a compenetrarse con los madrileños que aquí fijó su residencia, cautivando con su atractivo carácter a público y Empresas de tal modo que trabajó en el ruedo de la corte con asiduidad no justificada por su categoría como lidiador, la que nunca logró pasar de la segunda fila. Antonio Rodríguez Olivares, que tal era el nombre del héroe de nuestra historia, vio la luz en Málaga, en la última decena del siglo dieciocho. Su primitiva ocupación, la que parece ejerció en sus años mozos, fue la de contrabandista, la que abandonó, a poco de terminar la guerra de la Independencia, para dedicarse al toreo a caballo. Familiarmente fue conocido con el apodo de "Antoñín" —con el que nunca apareció en los carteles—, y en verdad que no nos explicamos el motivo del diminutivo, propio tal vez de persona enjuta de carnes y pequeña estatura, cuando Antonio Rodríguez acusaba lo contrario, ya que era buen mozo, robusto de cuerpo y desarrollada musculatura. El historiador don José Sánchez de Neira, que le vio trabajar, lo retrata así: "Buen mozo, y usando siempre costosos y bonitos trajes.
Fue un picador aceptable, que si bien no tomaba grande empeño en buscar las suertes, no las rehuía cuando se presentaban. Se ignoran los comienzos de su carrera en el toreo, que es de suponer serían los de todos los del oficio, adiestrándose en faenas de campo y corridas de menor cuantía en plazas secundarias de la región andaluza. Vamos a concretar nuestro estudio a sus actuaciones en el ruedo de la corte, que es donde adquirió nombradía y destacó su personalidad. Algún historiador señala como presentación de Antonio Rodríguez, en Madrid, la novillada del 26 de febrero de 1823, fecha que dudamos sea cierta, pues en la relación de varilargueros que figuran en nuestros apuntes de ese año, no aparece el nombre de este diestro. Según nuestras notas, que tenemos por exactas, hizo su primera salida en la plaza madrileña el 17 de octubre de 1831, corrida extraordinaria, en la que figuraba de reserva y picó dos toros. De paso por Madrid, toma parte en la 16 corrida del siguiente año, 1832, en la que forma tanda con el sevillano Manuel González, picando los toros de Domínguez Ortiz, Vera y Lesaca, que estoquean Montes y José de los Santos. No toma parte en ninguna más de las corridas de toros de este año, sin duda por sus compromisos en Andalucía, pero el empresario de las novilladas le compromete para picar en éstas los toros de puntas, y Antonio Rodríguez vuelve a salir al ruedo en la primera fiesta de esta clase, 25 de noviembre, en la que alterna con José Zapata.
No se contrata en 1833 de temporada en Madrid, pero la Empresa le ajusta por un número determinado de corridas, inaugurando sus actuaciones en la extraordinaria del 19 de febrero, en la que alternó con Manuel Cartón, superando a éste en su trabajo. Continuó este año trabajando, generalmente, como reserva y en sustitución de compañeros heridos, siendo ajustado por la comisión organizadora de las fiestas reales, en las que tomó parte. En esta temporada trabajó también en Madrid otro picador del mismo nombre y apellido, que figuraba entre los reservas, lo que se prestaba a confusiones lamentables, como ocurrió en la tercera corrida —29 de abril— en que heridos los de tanda, González y Botella, fueron sustituidos por los dos Antonio Rodríguez, y en el quinto toro el presidente mandó retirar a uno de ellos por impericia y cobardía, siendo sustituido por José Zapata. Parece que el retirado fue Antonio Rodríguez Cadenas, picador algo más moderno que "Antoñín". Continúa el año 1834 contratado como eventual y reserva, figurando en tanda en sólo dos corridas, las de 16 de julio y 20 de octubre —novena y decimonona de la temporada—, en las que alterna con Cristóbal Merchante y Francisco Sevilla, escribiendo el cronista: "Antoñín picó bien, le aplauden sus muchos amigos." No logra destacar y, por méritos, ser contratado de temporada en 1835: bien es verdad que para competir con Sevilla, Pinto y Hormiga, base del cartel de picadores, se requiere alguna mayor categoría de la conquistada por Antonio Rodríguez, quien continúa en su situación de segunda fila y hasta 1837 trabaja en reducido número en la tanda, siendo más frecuentes sus salidas como reserva.
Por esta fecha se avecinda en Madrid, trabaja en las novilladas invernales y hace un ensayo como diestro de a pie, figurando de matador en la novillada de 10 de diciembre. No debió ser satisfactoria la prueba, pues el cronista de la fiesta lo hace constar en esta forma: "Tanto "Antoñín" como Zapata —éste era el otro matador. — deben continuar con la vara y dejar el estoque, para el que no muestran disposiciones." Dos buenas temporadas fueron para el piquero las de 1840 y 1842, tanto por el número de corridas toreadas como por el buen resultado de su trabajo, logrando elevar su categoría y honorarios, hasta el punto que, de seiscientos y ochocientos reales que cobraba por corrida, llegó a percibir mil ciento, suma equivalente a las de primera categoría.
En la primera corrida de este ario 1842 —4 de abril—, en la que formó tanda can José Trigo, sufrió una fuerte caída en el quinto toro, pasando a la enfermería y siendo sustituido por Juan Gutiérrez, "el Montañés". Figuró como reserva en la corrida siguiente —11 de abril—, en la que no llegó a salir al ruedo: pero al verse anunciado en tanda para la tercera —18 de abril—, alegó no poder trabajar por re-sentirse de las lesiones sufridas en el brazo derecho en la primera corrida de la temporada. El empresario, don Juan Murcia, le sustituyó con José Trigo, pero no muy convencido de que el motivo alegado por el piquero fuese cierto, ordenó fuese reconocido por el facultativo de la plaza, que lo era el doctor Manuel Pereda, quien certificó que las lesiones del varilarguero carecían de importancia y hallábase en condiciones de trabajar en su oficio, certificación que sirvió a la Empresa para no abonarle su honorarios, pues el contrato marcaba que cobraría cuantas corridas dejase de trabajar por estar lesionado.
Ausente de nuestra plaza los años 1843 a 45, éste último tomó parte en una sola corrida, la del 28 de diciembre, en la que alternó con Antonio Fernández. Ya en esta época debía estar en franca decadencia, pues un cronista, al reseñar esta corrida, escribió: "Antoñín" muy mediano, viene desconocido, lo que se explica teniendo noticias de que ha pasado una larga enfermedad." Así fue en efecto, padeció unas fiebres intermitentes que le tuvieren varias veces a las puertas de la muerte, de las que se repuso algo en su tierra, donde pasó largo tiempo ^sin trabajar. En 1847 se contrató aquí de temporada, tomó parte en seis corridas en tanda, sufrió una cogida en la del 17 de mayo, no pudiendo volver al ruedo hasta el 28 de junio, en que volvió a ser herido. La última corrida en que tomó parte fue la del 31 de octubre, con ella terminó su contrato y se retiró de la profesión, falleciendo tres años después, el 18 de diciembre de 1850. Según queda dicho, Antonio Rodríguez no llegó a primera figura entre los varilargueros de su tiempo, quedó en un aceptable segundo plano: solía cumplir y en ocasiones se apretaba con los toros. No era fino en su trabajo, distinguiéndose más como caballista que en el manejo de la garrocha. Hombre serio en sus relaciones de sociedad y de corazón sencillo y generoso, se creé, entre la afición un gran ambiente de simpatía, lo que repercutía en su favor en el ruedo. En Madrid fue uno de los diestros más populares de su tiempo.
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