Nacido en Madrid el 13 de febrero de 1917 y fallecido en Agosto de 1999. Tras un período de formación novilleril que pasó sin pena ni gloria, el día 15 de agosto de 1941 compareció ante la severa afición que llenaba los tendidos de la plaza Monumental de Las Ventas, deseoso de que el criterio de sus paisanos -tenido desde siempre como el más autorizado a la hora de juzgar el Arte de Cúchares- aprobara la finura de su toreo e impulsara su incipiente carrera. Había dejado atrás, con gran pesar de su familia, unos brillantes estudios de bachillerato.
No tardó mucho en reparar la sabia afición de la Villa y Corte en que las elegantes maneras que apuntaba Manuel Escudero Gómez no eran moneda corriente en el toreo triste y desvirtuado de aquellos primeros años de posguerra, juicio que reportó al joven novillero un considerable aumento en el número de contratos que, a partir de entonces, se le fueron ofreciendo. Tal era, a la sazón, el peso del dictamen emitido por la primera plaza del mundo: en el argot taurino de entonces, Madrid “daba y quitaba” todo lo que un torero de aquellos tiempos tenía.
Arropado, pues, por el visto bueno de los madrileños, Manuel Escudero pulió aún más la finura de su estilo en una larga serie de novilladas de preparación, “noviciado” que vino a culminar en su esperada toma de alternativa. Para protagonizar dicha ceremonia, el joven novillero madrileño hizo el paseíllo en las arenas de la plaza de Murcia el día 2 de mayo de 1943, acompañado en los carteles por el famoso matador de toros cordobés Manuel Rodríguez Sánchez (“Manolete”); el cual, en presencia del coletudo murciano Pedro Barrera Elbal -que hacía las veces de testigo-, cumplió con su cometido de padrino cediendo al toricantano los trastos con los que había de dar lidia y muerte a estoque al toro Bienvenido, que había pastado en las dehesas del Conde de la Corte.
Sin darse apenas tregua, el día 29 de mayo de aquella misma temporada Manuel Escudero Gómez volvió a visitar, vestido de luces, la plaza Monumental de Las Ventas, dispuesto a confirmar ante sus paisanos su grado de doctor en tauromaquia. Para este evento, contó con el concurso del espada madrileño Juan Belmonte Campoy (hijo del nunca bien ponderado “Pasmo de Triana), quien asumió el padrinazgo de su paisano y le facultó para lidiar y estoquear un morlaco del hierro de Galache que atendía a la voz de Castañito. En aquella ocasión, compareció en calidad de testigo el susodicho “Manolete”, que había apadrinado en Murcia a Escudero.
Una vez situado por derecho propio en el escalafón de los matadores de toros, Manuel Escudero Gómez no logró satisfacer plenamente las expectativas que había depositado en él los aficionados más exigentes. Buena culpa de ello la tuvo su acusada indecisión, que le llevaba a pasar inadvertido cuando estaba llamado a ser uno de los más grandes estilistas del toreo del siglo XX, especialmente en el manejo del capote; pero también fue causa de su declive una gravísima cornada que recibió en la plaza de San Sebastián (Guipúzcoa) en 1944. Tras varias campañas en las que no recibió demasiadas ofertas (a pesar de que pudo cruzar el Atlántico para exhibir su toreo en México y en Venezuela), dejó pasar toda la temporada de 1950 sin vestirse en una sola ocasión el terno de luces, lo que le forzó a despedirse del ejercicio activo del toreo en la campaña siguiente.
Sin embargo, el gusanillo de la afición le movió a reaparecer el 21 de agosto de 1960 en el hoy desaparecido ruedo de San Sebastián (Guipúzcoa). Se enfrentó a reses de la ganadería de Clemente Tasara, y cortó una oreja de su segundo enemigo, trofeo que paseó entre ovaciones y lágrimas de emoción. Pero no debía de andar muy seguro sobre el alcance de esta su vuelta a los ruedos, cuando el día 28 de aquel mismo mes, en las arenas del coso mallorquín, hizo su último paseíllo, para enfrentarse con un encierro de don Juan Pedro Domecq. Aquella tarde en que se cortó definitivamente la coleta, Manuel Escudero estuvo acompañado en los carteles por el madrileño Julio Aparicio Martínez y el albaceteño Pedro Martínez González (“Pedrés”). Posteriormente, siguió ligado al mundo del toro merced a su condición de apoderado de toreros.
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