Durante mucho tiempo fue costumbre, tanto de compañías artísticas como de figuras individuales, lo que llamaban “hacer la América”. Aquellas giras eran una prueba de fuego para la gente del mundo del espectáculo.
En 1887 —coincidentemente con Mazzantini—arriba a la Habana acompañada por varias jaulas repletas de pájaros y otros animales, un curioso ataúd de palo de rosa y una nutrida corte de unos treinta actores, la Divina, Sarah Bernhardt, la reina francesa del escenario. Mazzantini,quien no logra llenar las plazas, ya que los lugareños siguen prefiriendo las bullangueras peleas de gallos, va a verla varias veces al Gran Teatro Tacón; ella le devuelve el cumplido en una corrida, vestida con un postizo atuendo manchego, y el pastel queda servido. Manuel Henríquez Lagarde en La estampa «El matador y la diva», dada a conocer por La Jiribilla, hurga en lo sucedido: Mazzantini (...) abrió la puerta de su habitación en el hotel Inglaterra y encontró al mozo con una carta en la mano. La carta decía: «Señor M. las palabras suyas del sábado en mi camerino me parecieron insuficientes». Fue a verla al hotel Petit, en la Chorrera, donde ella estaba hospedada. Pasaron el día pescando y cazando juntos y cuando el sol empezó a hundirse más allá de la desembocadura del río Almendarcs ella lo invitó a subir a su habitación en el último piso. A él le sorprendió la cantidad de animales sueltos en el cuarto. Ella empezó a desvestirse y él le vio en su flaco estómago una marca de quemaduras de la que se hablaba. Desnuda toda se acostó en el ataúd que estaba al lado de la cama y le extendió los brazos (...). Cuando su cuerpo estuvo encima del de ella, ella le dijo en francés: — Ves, esto es el cosmos, el amor, todas las cosas grandes, una simple línea, un imperceptible límite entre la vida y la muerte. Y él, aterrado, empezó a besarla, entre gritos de guaca mayos y rugidos de tigre... hasta que el sol estuvo casi de rodillas a sus pies y él le enterró la espada hasta la mano. El toro se sentó en el ruedo con el mango de la espada en el lomo. Estuvo como mirando hacia el palco quince y luego rodó por tierra, sin una gota de sangre en la boca.”
La noticia de un posible romance entre el torero y la diva se esparció con rapidez por toda la capital y llegó hasta Europa. Los dos se hospedaron en el hotel Inglaterra y Mazzantini hasta olvidó su principal objetivo en la capital. Sus presentaciones posteriores al encuentro con Bernhardt dejaron que desear y muchos reconocieron que otros toreros, también de gira por La Habana, opacaron la brillantez de Mazzantini. Entre la actriz francesa y el mataor —doce años menor que ella— en esta mismísima plaza surgió ese volcánico encanto que desde la época de los antiguos propicia el travieso Cupido, y que tuvo por campo de batalla al Hotel Inglaterra.
http://epoca2.lajiribilla.cu/2002/n86_diciembre/2030_86.html
Pero eso no le importó mucho al torero. Hasta en las páginas de la revista francesa Le Figaro apareció la crónica acerca de la corrida a puerta cerrada que Mazzantini le regaló a la actriz e incluso se llegó a hablar de fastuosos regalos. Según la tradición, alguna de sus actuaciones no recibió del público habanero el aplauso que ella exigía, ocasión en la cual habría acuñado la frase “indios con levita”. ¿Cuánto hay de cierto en toda esta historia? Nunca los dos protagonistas del supuesto romance dieron por cierto los rumores. Sin embargo, sus frecuentes paseos y fiestas dicen mucho. Para nadie era un secreto la enorme afición de Mazzantini por las mujeres. La Bernhardt no se quedaba detrás y sus múltiples romances con hombres famosos llenaban cuartillas en la prensa de la época. La gran interrogante es si el encuentro habanero de 1886 tuvo luego una segunda parte.
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