El Jueves Santo, 30 de marzo de 1877, recorrió las calles de
Madrid un toro de la ganadería de D. Vicente Martínez, de Colmenar Viejo,llamado Churro, de pelo retinto, bien
puesto y de buena estampa.
Este toro rompió la jaula del camión donde era conducido por
las afueras, desde la estación del Norte a la del Mediodía, perdiendo en la
acometida la mitad de su armadura, y se lanzó del carro y entró en Madrid por
la calle de Segovia.
Al llegar a la plaza de la Cruz Verde embistió a un
joven que estaba
llenando una cuba
de agua, causándole una grave lesión en el vientre. El desgraciado
rompió en gritos
de dolor, exclamando:
— ¡Socorro, socorro!
— ¡qué será de mis
amos!
El pánico de los que corrían, el terror de los rezagados, y el asombro de todos los que
presenciaron la desgracia, les embargaba de tal manera, que nadie se atrevió a
auxiliar al infeliz.
A las voces, los guardias de la prevención del Rollo, en la creencia de que so cometía algún
crimen, salieron en seguida, encontrándose frente a frente con el animal.
El guardia encargado de la prevención, Viejo de Liébana, con
un arrojo digno de mencionar se, intentó
disparar sobre el animal el revólver, pero no
pudo conseguirlo por quedar encerrado entre la pared y las
astas del bicho; afortunadamente el guardia no
resultó más que con una leve
contusión en la mano izquierda.
Momentos después, una mujer que se vio cerca del toro, se
arrojó al suelo, pasando sobre ella sin embestirla.
El animal continuó
su paseo sembrando
el terror por Puerta Cerrada y
calle de Toledo, y ya en ésta intentó penetrar en el nuevo café de San
Millán, en donde rompió casi por completo los cristales de las puertas.
La confusión en este punto llegó a ser general, las carreras
aumentaron, las pocas tiendas abiertas fueron
cerradas inmediatamente, no sin que antes se vieran invadidas por los
fugitivos las rejas, los huecos de los portales y, sobre todo, la taberna núm.
3 de la plaza de la Cebada, donde no
quedó mesa en pie, ni silla con respaldo, ni estante
seguro, ni envases, ni bebidas, pues mientras unos asaltaban el establecimiento llenos de pavor, otros aprovechaban el tumulto
para huir sin pagar, y trasegar sin
dinero.
El toro continuó siendo
la pesadilla de las gentes por todas las calles donde pasaba, y
asustando con sobrado motivo a los transeúntes, llegó a la plaza Mayor, cruzó
los portales, y entró por la calle del mismo nombre, en dirección al viaducto.
El bicho con el pitón derecho roto, siguió por la misma calle
y entró en el viaducto. Algunas personas huyeron, y un hombre que se vio casi
en las astas do la fiera, se encaramó a
la barandilla y con el doble terror del abismo y del animal, pasó horribles angustias durante algunos momentos.
Continuó el toro pasando y repasando el viaducto y
emprendió después su camino
por la misma calle Mayor, Hileras, Arenal, plazas de Isabel II y, de
Oriente hasta la de Bailón, siendo causa del pánico de medio Madrid. Cerca del
ministerio de Marina, un portero de aquel departamento, llamado Francisco
Fraque, tomó una carabina, y apuntando
al animal, logró matarle al segundo balazo. Los guardias de orden
público llegaron a tiempo de rematar a la fiera, que aún tendida y expirante infundía
recelos. Con posterioridad Francisco Fraque fue recompensado por el rey.
Fuente: El Toreo Año IV Número 74 - 1877 abril 2
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