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jueves, 14 de abril de 2022

UN JUEVES SANTO DE PANICO

 


El Jueves Santo, 30 de marzo de 1877, recorrió las calles de Madrid un toro de la ganadería de D. Vicente Martínez, de Colmenar Viejo,llamado  Churro, de pelo  retinto, bien  puesto  y de buena estampa.

Este toro rompió la jaula del camión donde era conducido por las afueras, desde la estación del Norte a la del Mediodía, perdiendo en la acometida la mitad de su armadura, y se lanzó del carro y entró en Madrid por la calle de Segovia.

Al llegar a la plaza de la Cruz Verde embistió a  un  joven  que  estaba  llenando  una  cuba  de agua, causándole una grave lesión en el vientre. El  desgraciado  rompió  en  gritos  de  dolor,  exclamando:

— ¡Socorro,  socorro!

— ¡qué  será  de  mis amos!

El pánico de los que corrían, el terror de los  rezagados, y el asombro de todos los que presenciaron la desgracia, les embargaba de tal manera, que nadie se atrevió a auxiliar al infeliz.

A las voces, los guardias de la prevención del  Rollo, en la creencia de que so cometía algún crimen, salieron en seguida, encontrándose frente a frente con el animal.

El guardia encargado de la prevención, Viejo de Liébana, con un arrojo digno de mencionar­ se, intentó  disparar sobre el animal el revólver, pero  no  pudo  conseguirlo  por quedar encerrado  entre la pared  y  las astas del bicho; afortunadamente el guardia no  resultó  más que con una leve contusión en la mano izquierda.

Momentos después, una mujer que se vio cerca del toro, se arrojó  al suelo, pasando  sobre ella sin embestirla.

El animal continuó  su  paseo  sembrando  el terror por Puerta Cerrada y  calle de Toledo, y ya en ésta intentó penetrar en el nuevo café de San Millán, en donde rompió casi por completo los cristales de las puertas.

La confusión en este punto llegó a ser general, las carreras aumentaron, las pocas tiendas abiertas fueron  cerradas inmediatamente, no sin que antes se vieran invadidas por los fugitivos las rejas, los huecos de los portales y, sobre todo, la taberna núm. 3 de la plaza de la Cebada, donde no  quedó  mesa en  pie, ni silla con respaldo, ni estante seguro, ni envases, ni bebidas, pues mientras unos asaltaban  el establecimiento  llenos de pavor, otros aprovechaban  el tumulto  para huir sin  pagar, y  trasegar sin  dinero.

El toro  continuó  siendo  la pesadilla de las gentes por todas las calles donde pasaba, y asustando con sobrado motivo a los transeúntes, llegó a la plaza Mayor, cruzó los portales, y entró por la calle del mismo nombre, en dirección al viaducto.

El bicho con el pitón derecho roto, siguió por la misma calle y entró en el viaducto. Algunas personas huyeron, y un hombre que se vio casi en las astas do la fiera, se  encaramó a la barandilla y con el doble terror del abismo y del animal, pasó  horribles angustias durante algunos momentos.

Continuó el toro pasando y repasando el viaducto  y  emprendió  después su  camino  por la misma calle Mayor, Hileras, Arenal, plazas de Isabel II y, de Oriente hasta la de Bailón, siendo causa del pánico de medio Madrid. Cerca del ministerio  de Marina, un  portero de aquel departamento, llamado  Francisco  Fraque, tomó  una carabina, y  apuntando  al animal, logró matarle al segundo balazo. Los guardias de orden público llegaron a tiempo de rematar a la fiera, que aún tendida y expirante infundía recelos. Con posterioridad Francisco Fraque fue recompensado por el rey.

 

Fuente: El Toreo Año IV Número 74 - 1877 abril 2

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