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martes, 26 de febrero de 2013

SOLO SE VEN HIJOS DE PUTA...
Pasó que en una feria de una ciudad española del norte se contrataron Luis Miguel Dominguín y Antonio Ordóñez cuando la rivalidad entre los dos cuñados puso el toreo al rojo vivo -verano sangriento- aguantando cada uno el tirón del otro como si se tratara de dos tigres. No lo puedo asegurar, pero creo que a dos corridas por barba se contrataron, en la que en una de ellas coincidirían.
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Quizás fuera por los acoples de fecha, o por causa de una sustitución que cogió, el caso es que Luis Miguel se vio obligado a permanecer casi toda la semana de feria en la ciudad y, en tardes de asueto, se acercaba por la plaza para presenciar la corrida del día, seguramente, acompañado por un amigo.
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Y observó cómo un espectador mientras veía torear a Ordóñez bramaba como un poseso, ido, y se echaba la manos a la cabeza en señal de que no se podía torear mejor. Recordó que el mismo aficionado le había chillado a él sin compasión, dándole la paliza en su primera comparecencia, y decidió esperarle para ver su reacción en el festejo en el que alternaría con el marido de su hermana Carmen.
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Cómo se podrían de revolucionado aquel hombre en el tendido, tanto a favor de uno como en contra del otro, que hasta llegó a contagiar al público, pero Luis Miguel no se arrugó y logró dar una vuelta al ruedo con las dos orejas de un toro en la mano. Y al pasar por debajo de la localidad de semejante energúmeno comprobó como el aficionado se levantaba de su asiento y moviendo el dedo índice de su mano derecha para un lado y para otro como si fuera la aguja de una balanza, le negaba cualquier clase de mérito a su labor.
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Total, que llega Luis Miguel a territorio de capotes y le ordena a Chavola que investigue acerca de quién es tan molesto aficionado. Regresa poco después Chavola con la noticia, y le dice al matador: "Maestro, se trata de un óptico que tiene puesta una óptica aquí de nombre Perenganito. Es un partidario furibundo de Antonio y un detractor suyo tremendo".
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Pero a la mañana siguiente saliendo del hotel camino de una comida que tenía concertada con su gente, vio Luis Miguel un enorme letrero en la fachada de un local en el que ponía "Óptica Perenganito". Rápido, no había alcanzado la puerta del establecimiento cuando, zas, ve que sale un empleado a subir el toldo ya que iban a cerrar, y que no era otro que el óptico ordoñista. También el óptico se percató de la aparición de su inesperado cliente, que antes de que saliera de su asombro, se dirigió a él con estas palabras:
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- Buenas tardes, ¿puedo comprar unas gafas de sol? - Desde luego, señor, pase.
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Solo los dos con el mostrador por medio, el óptico Perenganito sacó un par de muestrarios y le fue ofreciendo modelos al torero. En un momento dado Luis Miguel se encajó una de las gafas y le comentó con toda naturalidad al volado Perenganito:
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-Qué gafas más raras, no se ven nada más que hijos de puta. -Extraño, pues concretamente las gafas que tiene puesta son de una firma americana que viene sirviendo un género de una calidad excepcional. No obstante, ¿me permite?
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Se cala el tío la gafas, mira fijamente a Luis Miguel a través de los los cristales ahumados a medio metro de su nariz, y salta:
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- Pues tiene usted razón, sólo se ven hijos de puta.

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