En una corrida donde intervenia el Sócrates de San Bernardo un toro, enorme, embistió al picador y al caballo. Ambos salieron maltrechos y por diferentes caminos. A duras penas se enderezó el picador y el toro se propuso rematar la faena con él. El Maestro se percató de la gravedad del momento y, a paso rápido, alargó la mano e interpuso el capote entre el animal y el indefenso picador. El toro, molestado, arremetió contra el capote, que hizo jirones. Pero el picador, aprovechando la distracción del toro, escapó y saltó el burladero. Ya en toriles, el picador buscó al Torero:
- maestro, me ha salvado: le debo la vida.
El Maestro, le dijo con parsimonia:
- la vida se la debes a Dios; a mí me debes un capote
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