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miércoles, 3 de abril de 2013

SE ACABO EL CARBON


En la historia del toreo ha habido algunas cogidas de gravedad tan extrema que, aún sin ser mortales, han tenido trágicas y tremendas consecuencias.
Así, la cogida del Tato por el toro Peregrino de Vicente Martínez, que le costó la amputación de su pierna; la de Pepín Martín Vázquez en Valdepeñas, que le destrozó física y moralmente como torero o la de Jaime Ostos en Tarazona, al que dieron la extremaunción y quien incomprensiblemente fue capaz de superar las secuelas del tremendo cornadón recibido.
Una de las cogidas más tremendas por su gravedad y por el impacto popular que tuvo, dada la fama de torero de leyenda que tenía el diestro fue la cornada de Bayona que un toro de Ibarra llamado Grillito, no fue un acaso fortuito en la trayectoria del diestro de Alcalá del Río, sino algo que su torpeza y arrojo y el gran número de cogidas que sufrió, podían hacer prever.El grito femenino de “¡No te tires, Reverte!”, que hizo fortuna y que era muy habitual en el trance de la estocada, define la imagen que los públicos tenían del torero y el miedo que infundía en ese trance por el gran riesgo que asumía el torero.
En su primero, se había arrodillado frente al toro después de la estocada. En el último, hizo aún más ya que se arrodilló de espaldas y esperó de este forma a que el burel cayese hecho una pelota con el hocico apoyado en sus zapatillas. Por eso, cuando mató al primero de la tarde (Grillito de Ibarra) de una estocada algo tendida y quizás intentando reverdecer laureles, Reverte se arrodilló frente al toro, permaneciendo en esa postura más tiempo del aconsejable. Cuando intentó levantarse o cuando se acercó a él, según versiones, el toro no tuvo más que alargar la gaita, enganchar al diestro por la corva y suspenderle en el aire un momento, dejándole caer de de manos y pies en el suelo.
En el mismo instante que caía, la cuadrilla le hacía el quite y la sangre empezaba a manar como un caño. Le cogieron en brazos su sobrino Revertito, quien con las manos le taponó la herida, y su banderillero Moyano. El toro después de la cogida dio un par de pasos y dobló herido mortalmente.
En la enfermería le ligaron la femoral, que salía de la carne, arrastrada por el gatillazo hacía afuera del pitón del toro, y que sujeta por unas pinzas latía fuertemente, lo que impresionó a todos los que allí estaban. No obstante, en el Liberal, que siguió la cogida y la convalecencia de Reverte puntualmente de forma telegráfica, decían que el cuerno no había tocado la arteria femoral por muy poco, lo que no parece ajustarse a la gran cantidad de sangre derramada, aspecto este en el que si que coinciden todas las crónicas.
A Reverte no le mató el toro, pero su convalecencia fue tremenda y no se pudo recuperarse como torero. Los médicos franceses que le atendieron en la enfermería de la plaza, habían estado a punto de amputarle la pierna, lo que impidió el médico doctor Isla, quien consiguió curarle y que volviese a torear. Reverte volvió a torear pero no fue ya ni la sombra de quien había sido. El lo había intuido pues comentan que cuando se percató de la magnitud de la herida pronunció una tremebunda y conocida frase:
“¡Se acabó el carbón!”

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