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jueves, 23 de mayo de 2013

LAS COSAS DE DON FERNANDO

Fernando Gómez y García  (el Gallo), padre de los diestros  que han ostentado igual apodo, nació en 1849; murió en 1897. Fué un maestro como pocos, un torero notabilísimo y un estoqueador deplorable. Graciosísimo y decidor, 

Toreaba con él en cierta ocasión como sobresaliente, con obligación de matar el último toro, un diestro que luego fué espada de alternativa, el cual, como otros muchos toreros de aquella época, incluso Guerritá, aprendió no pocos secretos del arte junto al señor Fernando. Cuando el mencionado sobresaliente requirió los avíos para despachar a la res que le correspondía, se encaró con el maestro y le preguntó: —Señor Fernando, ¿ empiezo con un cambio ? —No, hijo; con ese arma mía no cambies ni dos pesetas. Tómalo con la derecha y despegadito, que, aún asi, todavía te va a agarrar.. Y le agarró. 
Cuando en 1883 vino a España el padre del último emperador de Alemania, entonces príncipe imperial, Federico ,se celebró en Madrid en su obsequio una corrida en la que tomaron' parte Lagartijo, Currito y el Gallo Mediada la corrida quiso el príncipe ver a los toreros de cerca y pidió que subiesen al palco regio. Cuando estuvieron delante de él los tres espadas, parece que dijo: —¡Starque manncr nnd schonc fest! que traducido del alemán significa: ¡Bravos hombres y hermosa fiesta! Currito, dándoselas de más culto y diplomático que sus compañeros, y creyendo que el príncipe le había ofrecido su casa, le alargó la mano diciéndole muy campechano: —Muchas gracias; en el barrio de , San Bernardo tiene usted la suya. Al bajar del palco, dijo Lagartijo; —Pa estos casos nos hacía falta un intrépete. A lo que objetó el Gallo: —Pero ¿ por qué han de habla todos estos extranjeros en perro, cuando aquí es donde chamuyamos la chipén, y esto lo entiende cuarquiera.

Uno de sus banderilleros había estado fatal pareando y el público le dio un meneo terrible. Cuando el Gallo se dirigía a matar al mismo toro, salió también del estribo el banderillero de marras con el capote, dispuesto a ayudar al señor Fernando, y éste le pregunto—¿A dónde va osté? —A bregar... —Vaya osté ahora mismo a sentarse en el estribo, —¿ Pero por qué ? —¿ No ve osté que se van a mezclar los pitos que le dirigen a osté con los que me van a dar a mí como mataor y esto va a ser un laberinto ? 

En una tertulia a la que él asistía se pasaba el tiempo haciendo acertijos, y al llegarle su turno hizo la siguiente pregunta: —
¿ Sabéis ustedes cuál es el santo que no tiene pies ni cabeza? Nadie daba con la solución, y en virtud de ello, hubo de exclamar el Gallo: —¡ Pues er Santo Oleo! 
Toreando en Talavera de la Reina —-donde murió su hijo, el gran Joselito —había puesto una estocada corta a uno de los toros, y comprendiendo que a poco más que penetrara surtiría el apetecido efecto, requirió el auxilio de su puntillero Juan Antonio Mejia. hombre hábil en tales menesteres; pero busca a Mejía por aquí, busca a Mejia por allá, no aparecía el hombre. Por fin, ya desesperado, y al ver que el público se impacientaba, exclamó el Gallo: —¡ Várgame la Maalena ! ¿ Por dónde andará don Juan Tenorio ? —¿ Para qué, maestro? — le preguntó un peón. —i Pa que matase a-Mejía! 

Un banderillero fué- a pedirle una vez que le diera una corrida y el Gallo prometió complacerle si había ocasión. —Es que yo soy un buen peón, aunque no me esté bien el decirlo, y, además, doy el salto de la garrocha. —Está bien, hombre. ¿Y cuánto quieres tú ganar? —Veinticinco duros, señó Fernando. —No es mucho; pero, mira, es el caso que también ha venido a pedirme- corridas otro buen peón que gana diez y seis y da el salto del tigre.
 Lo que sigue no es del Gallo, pero con él se relaciona. Una vez fué a matar cuatro toros a la isla de San Fernando, complaciendo así a un compadre suyo que se hizo empresario de tal corrida. Era el tal zapatero y pensaba utilizar en su industria las pieles de los cornúpetos una vez curtidas. El señor Fernando le dio gusto a la mano de la espada y pinchó más que un manojo de ortigas. Sobre todo estoqueando al cuarto bicho, se volvió loco, y cuando había herido al animal en todas partes, el zapatero-empresario se puso en pie gritando: —¡ Compare e mi arma! Pare osté la ametrallaora, que no me va a quear libre un peazo ni pa confesioná unos sapatos a los chavales.

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