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sábado, 18 de mayo de 2013

MATIAS LARA MERINO LARITA"
Matador de toros español, nacido en Málaga el 15 de agosto de 1885, y muerto en Guadalajara el 27 de octubre de 1957.
A los trece años de edad dio lidia y muerte a un becerro en Beas de Segura (Jaén), y a los quince vistió su primer terno de luces en la capital jiennense. Se forjó como novillero arrojado y valentón -bien es verdad que escasamente dotado de finura y elegancia- a base de traspiés y revolcones sufridos en las pequeñas plazas de su comarca, para acabar compareciendo en las arenas de la capital malagueña el día 1 de septiembre de 1914, dispuesto a tomar la alternativa ante la atenta mirada de sus paisanos. Se hizo acompañar, a la sazón, por el también malagueño Francisco Madrid y Villatoro (“Paco Madrid”), quien, sujeto a las tradicionales obligaciones que le imponía su condición de padrino, le cedió los trastos con los que había de acometer la lidia y muerte a estoque de un astado perteneciente a la ganadería de González Nandín. Lo más notable de esta ceremonia, contemplada desde esa perspectiva que confiere el paso del tiempo, estriba en que atestiguó el doctorado del toricantano el genial espada trianero Juan Belmonte García.
Para confirmar en la Villa y Corte la validez de este título de doctor en tauromaquia, Matías Lara Merino (“Larita”) hizo el paseíllo en las arenas madrileñas el día 3 de julio de 1915, en los prolegómenos de un festejo nocturno en el que se jugaron reses marcadas con el hierro, la señal y la divisa de Olea. En aquella ocasión, hizo las veces de padrino el popular matador almeriense Julio Gómez Cañete (“Relampaguito”), quien facultó a “Larita” para trastear y estoquear al primer astado de la noche, ante la atenta mirada del coletudo vallisoletano Pacomio Peribáñez y Antón.
Manuel Lara (“Larita”) se mantuvo activo en el ejercicio del toreo hasta la temporada de 1933, en la que cumplió cuarenta y ocho años de edad. Esto significa que tuvo el mérito de anunciarse en los carteles de una época en que la competencia quedaba supeditada, primero, al mandato irrefutable de dos de los más grandes toreros de todos los tiempos -José Gómez Ortega (“Joselito” o “Gallito”) y Juan Belmonte García-; después, al de otras colosales figuras contemporáneas -como Rafael Gómez Ortega (“El Gallo”), Rodolfo Gaona y Jiménez, e Ignacio Sánchez Mejías-; y, finalmente, a una excelente pléyade de sucesores -como Manuel Jiménez Moreno (“Chicuelo”), Joaquín Rodríguez Ortega (“Cagancho”), Cayetano Ordóñez y Aguilera (“Niño de La Palma”) y, entre otros grandes maestros, Marcial Lalanda del Pino-. Tal vez esta coincidencia con toreros tan excepcionales en la hondura y expresión de su arte fue lo que impulsó a “Larita” a inclinarse hacia un estilo mucho más zafio y grosero, pero muy efectista y aplaudido, a juzgar por el número de partidarios que lo celebraban. Era rudo en el manejo de los engaños, buscando siempre lances de efectos grotescos (como liarse a puñetazos con el toro); sin embargo, mostraba tales alardes de valor y temeridad, que la gente acudía gustosa a verlo torear, aunque sólo fuera por pasar una tarde entre sustos y carcajadas. De ahí que Matías Lara Merino ("Larita") constituya un raro ejemplar en la historia del Arte de Cúchares, puesto que ha dejado una imborrable memoria de su nombre, sin haber sido jamás aclamado por la finura de su arte ni por la depuración de su técnica.
Por desgracia, la afición se cansó pronto de esta peculiarísima manera de entender la lidia, lo que llevó a "Larita" a morir, sumido en la pobreza, en una residencia hospitalaria de Guadalajara.

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