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miércoles, 16 de julio de 2014

EL "VIVILLO" FUE PICADOR


¿Quién no ha oído hablar del Vivillo? Las reiteradas y habilidosas fechorías llevadas a cabo por Joaquín Camargo corrieron, como la pólvora, de un punto a otro de la Península. El eco de aquéllas resonó más allá de los Pirineos, y hasta, saltó sobre las olas, llegando un tanto amortiguado a la República del Plata. De pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad, los copleros las relataron con fantásticos y terroríficos pormenores, ante la boquiabierta simpleza del auditorio: los papeles, en plan folletinesco y bajo llamativos titulares, hicieron la semblanza del bandido, que asaltaba cortijos, diligencias y peatones: robaba caballerías, ejercitaba audazmente el contrabando, cometía desafueros, mansalva, ocasionando el terror en serranías y poblados dando motivos a la justicia para llenar pliegos y más pliegos en la incoación de voluminosos sumarios con las reales o supuestas andanzas delictivas del Vivillo. En un pueblo de Sevilla, situado allí donde la más castiza porción andaluza se codea con sus hermanas Málaga la bella y Córdoba la serrana», vio la luz primera, el 4 de marzo de 1865, Joaquín Camargo. De Estepa, la antigua Estepa de valerosas gestas, salió el hombre que, andando el tiempo, habría de adquirir triste fama por sus punibles aventuras.


A finales del siglo XIX y principios del XX. Estepa era un vivero de bandoleros, contrabandistas y cuatreras —gentes que buscaban su vida a fuerza de corazón—, saliendo anteriormente de allí Juan Caballero, primer caballista que, trabuco en mano, atemorizó la serranía. "Y del mismo Estepa fueron también el Canuto, muerto en riña con otro bandido; el Panza. Ignacio Barrionuevo, Antonio Ríos, el Soniche, el Chorizo, el Chato, Manuel Muñoz, el Niño de la Gloria y el Pernales —íntimo del Vinillo—, bien conocido por sus malos pasos. y que entre el año 1900 al 1909 tuvieron trágico fin cobre el quebrado escenario de la Sierra, en lucha con la Guardia Civil. Joaquín Camargo demostró desde chiquitín su espíritu inquieto y travieso. Sus padres, modestos y honrados labradores, le llevaron a la escuela a los seis años, donde Joaquín, avispadillo e inteligente, aprendió las primeras letras, siendo bautizado por el maestro con el alias de Vivillo, mote que llevó de niño. con el que fié conocido de mozo y con el que las justicias de toda España le buscaron y persiguieron después. La muerte de su madre —que pensó dedicarle a la carrera eclesiástica— y el nuevo casamiento del autor de sus días influyeron poderosamente en los derroteros de la vida de Joaquín Camargo —según declaró a principios del amo 1911 en sus Memorias—, induciéndole a cometer toda suerte de desmanes. Fatalista por convicción, no intentó variar el rumbo de su azarosa existencia. Una fuerza irresistible tiraba del mismo hacia el abismo.
Pero, ¿qué hacer? Contra el hado no era posible rebelarse. Se sometió, pues, el Vivillo a los vaivenes del sino. y, abandonado a esa fuerza interior, dejó transcurrir lo mejor de su juventud realizando fechorías sin cuento, escapando de la justicia y jugándose la vida cuando se encontraba acorralado, igual entre los riscos serranos que en cualquier encrucijada. Huyó a Francia; volvió después a la Sierra. y con habilidad extraordinaria pudo escapar a Buenos Aires. Mas al fin, descubierto su paradero y solicitada la extradición, fue devuelto a España en febrero de 1909. Los polvorientos procesos reanudaron su marcha„ Llovieron reclamaciones de Juzgados Instructores. Terminaba la vista de una causa en la Audiencia de Sevilla y solicitaban al Vivillo las de Córdoba, Málaga, Cádiz, etc. Entre montones de papel de oficio, nada o casi nada pudo probársele. Y un buen día, absuelto y libre. Joaquín Camargo respiró tranquilamente el aire de Andalucía. Excelente caballista y gran aficionado a los toros, pensó que nada más indicado para ganarse el sustento de buenas mane ras que hacerse picador. Contaba con el apoyo de los hermanos Carrasco, los Chinales, conocidos contratistas de caballos de Linares, población en la que frecuentemente pernoctaban y cambiaban impresiones el Vivillo y el Pernales, Y el día 17 de septiembre de 1911; en la Plaza de Linares, ser celebró una corrida a beneficio del célebre aventurero, con seis toros del nuevo ganadero de Guillen«, don Francisco Correa --que días antes había estrenado su vacada en la Plaza de Utrera—, para los espadas Minuto y Moreno de Alcalá. Para mayor aliciente, el propio Joaquín Camargo, el Vivillo, debutaba en ese festejo como picador. Mas su actuación hubo de ser corta, pues al clavar una vara al primer toro, éste se echó a los lomos caballo y jinete cual si se tratase de un papel de fumar. Tan aparatosa fue la caída, que el Vivillo, molidas las costillas por la brutal costalada, se atrincheró tras la barrera, negándose a picar más toros y no hubo forma humana de hacerle volver al ruedo.

Francisco Rios "El Pernales" bandolero intimo de El vivillo que fue novillero en Carabanchel antes de hacerse famoso como delincuente.

El 1 de octubre del mismo año actuó otra vez Joaquín Camargo en una novillada verificada en Vista Alegre (Carabanchel), con reses de don Ildefonso Gómez donde figuraron como espadas - el Carbonero, Manuel Navarro —banderillero de los Bienvenida— y Julio García. La Plaza se llenó totalmente, y el señor Joaquín, de tanda en los primero y cuarto bichos, sólo mojó una vez en este último, por cierto sin dirigir muy bien el palo. Pero la gente, entre risas y chanzas, le aplaudió..., y él tan contento. A partir de esta corrida nada volvió a saberse de este individuo, que si como audaz bandolero adquirir, cierto renombre, como picador no duró una siesta, par «rajarse como vulgarmente se dice, a la primera costalada.


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