Novillero valiente y arrojado donde los haya habido, Juan
Gómez de Lesaca despertó desde muy joven una gran admiración entre sus paisanos
y entre otros diestros ya consagrados como figuras del toreo, quienes veían en
él a un digno sucesor y lo ayudaban y protegían en la áspera andadura
novilleril. Tanta era su afición al Arte de Cúchares, que aún le faltaban dos
años para alcanzar los veinte de edad cuando, el día 21 de abril de 1895, en
las arenas de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, recibió la alternativa
de manos del genial espada hispalense Rafael Guerra Bejarano (“Guerrita”).
Aquella tarde, Juan Gómez de Lesaca se doctoró en tauromaquia dando lidia y
muerte a estoque a un toro perteneciente a la ganadería de Benjumea, que
atendía al nombre de Belonero.
Mes y medio después (concretamente, el día 2 de junio de
aquel año de 1895), el valeroso e impulsivo diestro sevillano afianzó su
meteórica carrera confirmando ese título de doctor en tauromaquia ante la
severa afición de la Villa y Corte. Fue su padrino en aquella emotiva ocasión
el célebre coletudo sevillano Fernando Gómez García (“El Gallo”), padre de dos
de las mayores figuras del toreo de todos los tiempos: Rafael Gómez Ortega (“El
Gallo”) y José Gómez Ortega (“Joselito” o “Gallito”). Don Fernando le cedió a
Juan Gómez de Lesaca los trastos con los que había de lidiar y despenar al toro
Mechones, que se había criado en las dehesas del duque de Veragua.
Viose, pues, el jovencísimo espada sevillano reconocido como
matador de toros (con la alternativa tomada y la confirmación recibida) cuando
sólo contaba dieciocho años de edad, fenómeno que, por poco habitual, parecía
preludiar una venturosa carrera jalonada de grandes triunfos. Pero el trágico
azar, siempre al acecho en el mundillo del toro, cambió radicalmente el signo
de estos felices auspicios.
En Guadalajara se habían organizado varios festejos, entre
los que figuraba una corrida de toros, cuyos productos se destinaban a la
Beneficencia municipal. El programa lo componían seis toros de la ganadería de
la señora viuda de Ripamilán, que debían ser estoqueados por Lagartijillo y
Bombita; pero a causa de no poder tomar parte el primero por la lesión que
sufriera toreando en Granada el día 11, marchó en su lugar Juan Gómez de
Lesaca. Con un lleno dio principio a las dos y media, bajo la presidencia del
Sr. Betegón. Se lidió el primer toro, que estoqueó Bombita con gran lucimiento,
sin que ocurriera incidente alguno. Y salió el segundo toro, llamado Cachurro,
retinto oscuro, albardao y un tanto alto de cuerna. A las primeras de cambio
arranca contra el Calesero y le derriba dentro del callejón, despedazando el
potro. Bomba saca al toro y remata la suerte con una larga, dejando al
cornúpeto en los tercios. Marchaban luego por cerca de las tablas los dos
matadores, en dirección al sitio donde se hallaban los picadores.
Un bulto llamó la atención de la res hacia el punto en que
estaban. Bombita se echó hacia los tercios y Lesaca se agarró a las tablas. En
esta posición vuélvese a ver la dirección que tomara la res, en cuyo momento
llegaba ésta. Va a poner el pie en el estribo para resguardarse en el callejón
y lo pierde en el instante mismo que el toro, metiendo la cabeza, le engancha y
suspende por la parte media posterior del muslo derecho, levantándole como a un
metro de altura, dejándole caer luego. Al hacer de nuevo la res por el bulto
derribado, metió el capote Bombita y la apartó del sitio del peligro.Se levantó
Lesaca, saltó la barrera, y ayudado de los monos, el apoderado señor Castillo y
Joaquín Pérez (Torerito), pasó a la enfermería, arrojando gran cantidad de
sangre en el corto trayecto.
Acometido por un colapso llegó el diestro a la enfermería;
así que el primer cuidado del médico Sr. Franco fue restablecer la circulación,
seriamente comprometida, procediendo inmediatamente a reconocer la lesión y
practicar la primera cura, apreciándosele una herida de 15 centímetros de
extensión y cinco de profundidad. Hecha la cura, y no bien el médico abandonara
la enfermería, tuvo que ser llamado de nuevo por habérsele presentado al herido
horribles dolores en la ingle derecha, lo que se atribuyó a algún varetazo, por
lo que se le aplicaron algunos paños de árnica. Continuó entre tanto el
espectáculo, siendo Bombita el héroe de la fiesta; pues llevó todo el peso de
la corrida haciendo todos los quites, y uno de compromiso al picador Bocacha en
el cuarto toro. Reproducimos al fotograbado en otro lugar de este número de una
instantánea de nuestro colaborador Sr. Irigoyen, como reproducimos también
otras tres que representan a Bombita al engendrar un pase ayudado, al terminar
uno natural, y en el momento de entrar a matar en el toro Cachurro, causante de
la muerte de Lesaca. Tanto pasando de muleta como estoqueando quedó Bombita a
buena altura. De la gente montada se distinguieron Cigarrón y Tres-calés, y de
los peones el Pulga de Triana y Moyano. Acabada la corrida sin nuevos
contratiempos para los lidiadores, se acordó entre el Sr. Castillo, apoderado
de Lesaca, y el Dr. Franco, el traslado del diestro a Madrid, por creer que en
esta corte sería más fácil atender a la curación del herido.
En una camilla, y en estado satisfactorio relativamente, fue
conducido Lesaca a la estación. En el despacho del jefe fue acometido de un
nuevo colapso, siendo auxiliado por el médico de la Compañía que
incidentalmente se encontraba allí. Una vez llegada la hora se acomodó la
camilla en un furgón, acompañándole el médico de la Compañía, el espada Bombita
y dos o tres individuos de la cuadrilla. Antes de llegar a la estación de
Alcalá sufrió un fuerte colapso, que pudo ser dominado afortunadamente. Ya
cerca de las diez y media de la noche llegó el tren a Madrid, en cuya estación
algunos toreros, que tenían noticia del accidente, esperaban la llegada de
Lesaca. Una vez despejado el andén sacaron la camilla del furgón, y entonces,
por la fisonomía cadavérica que presentaba Lesaca, pudo comprenderse la
gravedad de la herida. La triste comitiva se dirigió por la calle de Santa
Isabel a la calle de Carretas, donde se hospedaba el diestro. Una vez en el
hotel Castilla, núm. 4 de la citada calle.
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