Nació en Córdoba el 4 de Octubre de 1784; teniendo
doce años y por recomendación del gran
aficionado cordobés, vizconde de Sancho Miranda,
le llevó el célebre Pedro Romero de banderillero
a una corrida que se celebró en Ronda,
quedando muy satisfecho del trabajo del muchacho,
ingresando en la cuadrilla de su hermano
Antonio Romero, con quien estuvo hasta
que este espada se retiró del toreo, continuando
de banderillero con diferentes espadas.
Asistía el rey Fernando VII a la corrida de toros que se daba en la plaza de Madrid el día 14 de Julio de 1828 y de cuyos detalles todos no es necesario hablar en este sitio, pues sólo a uno de ellos nos hemos de referir. Era uno dé los espadas Francisco González "Panchón"y al matar el tercer toro, fue embrocado de frente y encunado contra la barrera, de tal modo, que no hubo espectador que no diese por llegada en aquel instante la última hora del diestro. Sobrecogida de indescriptible espanto la concurrencia, gritó anhelante, pero sus voces de terror se trocáron bien pronto en aclamaciones de entusiasmo y en ruidosos palmoteos. El valiente diestro, hombre de proezas extraordinarias, había librado la vida merced a una hazaña que quedó como su más brillante recuerdo en los fastos taurinos. Panchón, apoyando ambas manos en el testuz del toro, lo apartó hasta dejar entre las astas y la barrera el espacio suficiente para que pudiese pasar su cuerpo; se deslizó rápidamente , y cuando el animal, repuesto de su sorpresa, corneó con furia, el torero, dando un lucidísimo quiebro, hurtó el cuerpo y quedó a salvo. La ovación de que fue objeto Francisco González es de las que se oyen una vez en la vida. El monarca, asombrado ante tanta destreza y tanta fortaleza, llamó al torero a su palco, le felicitó efusivamente, y para demostrar de un modo palpable cuánto le había complacido su hazaña , le concedió una pensión vitalicia de cien ducados pagaderos de su particular peculio. Al año siguiente fue nombrado Panchón administrador de sales, y luego, conductor de correos, cargo del cual quedó cesante en 1836. Al dejar de ser empleado público, volvió Francisco González a lidiar reses bravas; pero fuera la falta de costumbre, fuera la edad (tenía entonces cincuenta y dos años), dio es que no logró ni la fama ni el provecho que antes del acontecimiento de 1828 había conseguido. Panchón nació en Córdoba el 4 de Octubre de 1784, y fue, como otros famosos matadores, torero precoz. A los doce años le llevó Pedro Romero a torear en Ronda por recomendación del vizconde de Sancho-Miranda, inteligente aficionado cordobés que conocía las aptitudes del muchacho y le brindó protección eficaz. Poco después entró, como banderillero, a formar parte de la cuadrilla de José Romero, con quien estuvo hasta que éste se retiró del toreo en Mayo de 1802, dolorosamente impresionado por la muerte de su hermano Antonio al matar un toro recibiendo en Granada. Pasó después a otras cuadrillas, siempre en clase de banderillero, y toreó en diversas plazas sin que su trabajo fuera extraordinaria mente bueno ni malo.
Asistía el rey Fernando VII a la corrida de toros que se daba en la plaza de Madrid el día 14 de Julio de 1828 y de cuyos detalles todos no es necesario hablar en este sitio, pues sólo a uno de ellos nos hemos de referir. Era uno dé los espadas Francisco González "Panchón"y al matar el tercer toro, fue embrocado de frente y encunado contra la barrera, de tal modo, que no hubo espectador que no diese por llegada en aquel instante la última hora del diestro. Sobrecogida de indescriptible espanto la concurrencia, gritó anhelante, pero sus voces de terror se trocáron bien pronto en aclamaciones de entusiasmo y en ruidosos palmoteos. El valiente diestro, hombre de proezas extraordinarias, había librado la vida merced a una hazaña que quedó como su más brillante recuerdo en los fastos taurinos. Panchón, apoyando ambas manos en el testuz del toro, lo apartó hasta dejar entre las astas y la barrera el espacio suficiente para que pudiese pasar su cuerpo; se deslizó rápidamente , y cuando el animal, repuesto de su sorpresa, corneó con furia, el torero, dando un lucidísimo quiebro, hurtó el cuerpo y quedó a salvo. La ovación de que fue objeto Francisco González es de las que se oyen una vez en la vida. El monarca, asombrado ante tanta destreza y tanta fortaleza, llamó al torero a su palco, le felicitó efusivamente, y para demostrar de un modo palpable cuánto le había complacido su hazaña , le concedió una pensión vitalicia de cien ducados pagaderos de su particular peculio. Al año siguiente fue nombrado Panchón administrador de sales, y luego, conductor de correos, cargo del cual quedó cesante en 1836. Al dejar de ser empleado público, volvió Francisco González a lidiar reses bravas; pero fuera la falta de costumbre, fuera la edad (tenía entonces cincuenta y dos años), dio es que no logró ni la fama ni el provecho que antes del acontecimiento de 1828 había conseguido. Panchón nació en Córdoba el 4 de Octubre de 1784, y fue, como otros famosos matadores, torero precoz. A los doce años le llevó Pedro Romero a torear en Ronda por recomendación del vizconde de Sancho-Miranda, inteligente aficionado cordobés que conocía las aptitudes del muchacho y le brindó protección eficaz. Poco después entró, como banderillero, a formar parte de la cuadrilla de José Romero, con quien estuvo hasta que éste se retiró del toreo en Mayo de 1802, dolorosamente impresionado por la muerte de su hermano Antonio al matar un toro recibiendo en Granada. Pasó después a otras cuadrillas, siempre en clase de banderillero, y toreó en diversas plazas sin que su trabajo fuera extraordinaria mente bueno ni malo.
El espada sevillano José María
Inclán le dio la alternativa de matador
en Córdoba el 22 de Mayo
de 1815, y se la confirmó en Madrid
Antonio Ruiz (el Sombrerero)
el 20 del mismo mes de 1820.
Desde esta fecha comenzó a crecer
su fama y a figurar Panchón en
los carteles de las más importantes
corridas, al lado de los grandes
maestros.
Su hazaña y los destinos que
puede decirse que a consecuencia
de ella obtuvo, abrieron un paréntesis
en su vida de lidiador de reses
bravas durante ocho años. Ya hemos
dicho que al reanudar las faenas
taurinas Francisco González
no era ni sombra de lo que había
sido.
Ello no obstante, y para proporcionarse
medios de vida, siguió
toreando hasta el día 28 de Agosto
de 1842, en que acabó definitivamente
su vida torera. Fué en Hinojosa del Duque, provincia
de Córdoba, donde acaeció
el percance que fue origen de la
muerte de Panchón.Se lidiába ganado
del marqués de Guadalcázar,
y uno de los bichos, denominado
Bragao, hizo una pelea durísima y
ocasionó sensibles bajas en las
cuadrillas. El picador Francisco
Rodiguez tuvo que retirarse del ruedo por haber sufrido un puntazo; el banderillero Rafael Bejarano
fue cogido, sufriendo una grave contusión, y, por último, Francisco González, al pasar de muleta al
bicho, fue encunado, zarandeado, corneado y recibió una herida tremenda en el vientre.
Panchón curó de la herida, pero tal perturbación había producido ésta en su organismo, que seis meses
después, es decir, el 8 de Marzo de 1843, falleció en su casa de Córdoba.
La muerte de Panchón produjo general sentimiento, pues el infortunado torero era hombre de excelentes
cualidades que le habían granjeado no pocos admiradores y muchos amigos.
«Su carácter era formal y pundonoroso», dice uno de sus biógrafos, que completa el retrato con las
siguientes frases:
«Era un hombre dotado por la Naturaleza de una estatura elevada, de un desarrollo muscular nada
común, de unas fuerzas físicas envidiables, de una ligereza sin igual, y de un corazón nacido para ver
de cerca el peligro sin sobresaltarse. Sánchez de Neira, en su Diccionario Taurómaco, al referirse a Panchón, al cual dedica una biografía
extensa, dice que, según sus noticias, el infortunado diestro cordobés «tenía más poder y fortuna que
conocimiento de su arte».Se añade a esto la avanzada edad de Panchón en el momento dél a cogida y se comprender a que si no
hubiera sido en aquella ocasión, de fijo en otra (de seguir toreando) le hubiese acaecido el grave
percance.
A los cincuenta y nueve años, sin una inteligencia extraordinaria, sin un conocimiento excepcional
de los toros, no hay matador posible.
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