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viernes, 4 de diciembre de 2015

UNA DE PICADORES....


Manuel Pérez (el Relojero) y Gregorio López Calderón eran los diestros encargados de estoquear seis astados de Bañuelos el 27 de mayo de 1860 en la, plaza de Burgos. La Empresa sólo disponía de ocho caballos, y al enterarse los picadores dijeron que eran muy pocos... si no había propina. Y no la hubo, porque el empresario estaba, sin duda, acorazado y el "sable" se melló. Total: que al salir el quinto novillo solamente quedaban vivos dos caballos, cuya res se encargó de liquidar. Antes de aparecer el sexto astado, dijeron los matadores al presidente que no estaban dispuestos a continuar la corrida si aquel no se picaba, y alguien indicó que, puesto que se habían acabado los Rocinantes, se picara desde la barrera, solución que fué aceptada por el presidente, que estaba interesado en el negocio y ya perdía el color ante la probabilidad de devolver los cuartos, como ya solicitaba el público. En vano protestaron los picadores Andrés Alvarez y José Zurita, quienes ante el dilema de picar montados en la barrera o ir a la cárcel, optaron por lo primero. No hay que decir que la innovación causó las delicias de los espectadores, pues cada vez que el bicho embestía, el jinete perdía la estabilidad y rodaba por el callejón. Pero el toro fue picado y no se devolvió el dinero, que era lo que se trataba de demostrar.

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