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domingo, 27 de noviembre de 2016

SIEMPRE HUBO DE TODO

  
Ninguna de las corruptelas actuales ha sido inventada ahora. Los toreros de estos tiempos no inventan suertes; pero tampoco han sacado de su cabeza ninguna de las trampas que usan en el juego de cubiletes con que engañan al aficionado y acaban por engañarse a sí mismos, pues que toman en serio y aceptan como verídicas las mentiras con que disfrazan su paso por las plazas. La costumbre de enviar telegramas, en los que aparecían los diestros como fenómenos del arte, aunque hubiesen estado para ser entregados a la Guardia civil, era tan antigua como el uso del telégrafo y para corroborar esta afirmación, he aquí una anécdota histórica que demuestra cómo las gastaban los toreros que, rendían en todo momento culto a la seriedad. 

Hace ciento cincuenta años que torearon en Santander los espadas Antonio Sánchez, el Tato y Gonzalo Mora dos corridas en dos días seguidos, con motivo de la feria de Julio. Los dos se hospedaban con sus cuadrillas en la misma fonda y comían en la misma mesa. Cuando el primer día terminaron de almorzar fueron abandonando el comedor todos y marchando cada uno a su cuarto a preparar la ropa para, ir a la plaza. Al quedar el Tato solo, llamó al puntillero,: que era a la vez criado y secretario,  le mandó redactar un telegrama con destino a uno de los periódicos de mayor circulación en aquella época. —Pon ahí, le dijo: «Toros buenos, Tato superior, aplaudidísimo; Gonzalo, mal, muy desgraciado.» Este parte lo mandas en cuanto acabe la comida, dijo el Tato, y ambos abandonaron el comedor, sin darse cuenta de que Gonzalo que había salido a fumar un cigarro al balcón, con vistas al mar, que tenía aquel departamento, lo había escuchado todo bien, oculto tras una persiana para no infundir sospechas. El diestro madrileño, que tenía mucha gracia y más intención, se comió la partida y no se dio por enterado aquel día. 

Al siguiente volvieron a sentarse a la mesa todos, y no contaba el popular Tato con la sorpresa que le estaba preparada. Antes de tomar el café dijo Gonzalo Mora a su puntillero, con aire de solemne seriedad: —Trae papel y tintero, que vamos a poner unos partes. Cumplió el subalterno la orden, y el jefe de su cuadrilla le dictó en alta voz para que lo oyeran todos: «Toros, superiores; Tato, desgraciadísimo, sacarónle medialuna. Silba horrorosa. Gonzalo, sublime. Aplausos, vivas, flores, palomas, entusiasmo general.» Mandó al secretario poner la dirección a los periódicos más en boga, y añadió imperativamente:Ahora mismo, llévalos al telégrafo, y así no llegarán tarde. Una carcajada general resonó en el comedor, y no fue el Tato el que menos exteriorizó la risa, no dándose por aludido en la terrible indirecta; pero cuentan los que conocían intimidades, que no volvió Antonio a poner más partes agraviando a los compañeros. De todo esto, resulta que aunque haya defensores del tiempo pasado, hay que reconocer que en todo tiempo y edad, hubo mentira y verdad, mucho más de la primera, que es rara casualidad hallar un alma sincera.

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