Bilbao, el 21 de agosto de 1911, en la segunda corrida de feria; alternó Rafael con Cocherito y Regaterín y se lidiaron toros de Murube. En cuarto lugar salió del "chiquero el llamado Guerrita, número 41, negro, y apenas pisó el ruedo, y después de una corta carrera que dio detrás del primer capote que un peón le tiró, se entableró debajo del tendido 4 y no hubo poder humano que le hiciera salir de allí ni moverlo de un limitadísimo espacio.
Espadas y peones, con una mano y con las dos, recurriendo a todos los procedimientos—incluso el de situarse dentro del foso e intentar correrlo por las tablas—fracasaron en sus repetidos intentos y sudaron la gota gorda.
El toro parecía un bloque de cemento. No hubo manera de ponerlo en suerte para que recibiera los puyazos reglamentarios, y si le pusieron tres fue porque los picadores, entrando sesgados, en dirección a las tablas, le echaron los caballos encima. Ni antes ni después he presenciado una cosa igual. En los tres puyazos derribó a los del castoreño, y, además, mató dos caballos, pero no abandonaba aquel terreno de ninguna manera.
El famoso y ya entonces veterano Blanquito y el Pollo Posturas se vieron y se desearon para clavarle cuatro pares de banderillas, superiores los dos del primero y todos de mucho mérito porque ambos rehileteros tuvieron que meterse en sitio muy peligroso, tanto más cuanto que los dos caballos muertos constituían otros tantos obstáculos. Y el toro, sin moverse; avanzaba un pasito o dos, tiraba el hachazo y se apencaba a las tablas.
Cuando el Gallo requirió los avíos, se mascaba la espanta. Quien más, quien menos, le veía perder aquellos en un desarme y agarrarse a la barrera para tirarse de cabeza al callejón. Y cuando despachó a la gente y pidió, imperativo, que le dejaran solo, nos miramos asombrados los espectadores.
¿Se habría vuelto loco el calvo? Aquello movía a risa. ¿A risa, eh? ¡Si, sí ¡ Lo visto luego dejó a todos absortos.
Rafael, con sólo enseñarle al toro la muleta a una distancia conveniente, consiguió lo que por espacio de mucho rato no se había logrado con los capotes, las puyas y las banderillas.
Pero lo asombroso fue que el diestro mostró el engaño clavándose de rodillas, y que en cuanto lo hizo, se arrancó el toro hacia él, sesgado, hacia el tercio, como una exhalación, librando Rafael la embestida con un soberano pase ayudado por bajo en la mencionada actitud. Y a renglón seguido, allí, en el tercio, fuera ya de las tablas, realizó el célebre artista una faena piramidal, estrechándose y consintiendo de tal manera al enemigo, que cada pase arrancaba jubilosos gritos de entusiasmo.
Le pinchó tres veces cuarteando y terminó descabellando con la puntilla. Pero el toro no volvió a la querencia que tan aferrado mantuvo desde que dejó el toril. ¿Cómo pudo adivinar Rafael que saldría de ella en cuanto le enseñara la muleta?
Por qué el hecho de ordenar que lo dejaran sólo y ponerse de rodillas sin proceder pase alguno de tanteo y citarlo desde lejos, da motivo a suponer que el Gallo confiaba en que se le arrancaría el toro. ¿En qué fundaba tal confianza?
Su hermano. Fernando, inteligentísimo, como pocos, y digno sucesor de su padre en este aspecto, dijo después de terminada la corrida:
—Es la primera vez que me ha equivocado Rafael y que me ha equivocado un toro.
Aquel suceso tan raro fue objeto de toda clase de comentarios mientras duró la feria. La inteligencia del Gallo en las achaques de su profesión, quedó sentada aquel día en Bilbao como una verdad sin dudas.
¡Qué grande fue Rafael!
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