Nació Ramón Fernández en Madrid el 2 de octubre de 1833, cursó las primeras letras en las escuelas municipales, y, cuando contaba los doce años de edad, comenzó a trabajar en unos talleres de reposición de esteras, situados en lugar próximo a las Vistillas y San Francisco el Grande. Era el muchacho de recia complexión, la que alcanzó máximo desarrollo y fortaleza con el rudo trabajo del oficio. Hay indicios de que su vocación surgió de la relación y amistad que tuvo con el picador Gil Gallego, pariente del dueño del taller donde Ramón trabajaba, quien le animó para que se hiciese profesional, le aleccionó en el manejo del caballo y la garrocha, presentándole a los arrendatarios de las novilladas invernales, que lo admitieron para trabajar en las mojigangas,lo pusieron como reserva en año, y, para picar los bichos menores, debuto el 18 de enero de 1857 picando las reses «Conquista» y «Coral» (retinto, cornipaso), de don José Maldonado.
Trabajó con deseos, agradando al público y mereciendo que la crítica elogiase su labor como la mejor del tercio. A partir de esta fecha trabajó con frecuencia en Madrid, acompañó a provincias a varios novilleros, especialmente a Gregorio López Calderón y Domingo Mendívil, y a los tres años de actuaciones en esta categoría decidió recibir la alternativa, lo que realizó en la madrileña Plaza ((vieja» el 30 de septiembre —no de noviembre, como aparece por esos libros históricos--de 1860. En este día alternó con Francisco Calderón, picando el primer toro, «Boticario» (berrendo en negro), de don Ramón Romero Balmaseda. A este toro le puso siete buenas varas, teniendo la desgracia de ser herido en el muslo derecho, por lo que pasó a la enfermería, ocupando su puesto en la lidia su compañero Andrés Álvarez. Esta tarde fue aplaudido por el público y después por la crítica. La lesión revistió mayor importancia de la que se creyó en principio, y no pudo tomar parte en ninguna de las corridas restantes de la temporada, reapareciendo en el coso de su pueblo en la segunda corrida de la siguiente temporada (1861), en la que, alternando con Antonio Pinto, picó los cuatros toros de don Vicente Martínez y dos de don Francisco Arjona, en dicha corrida lidiados. Demostró plenamente el novel picador de toros que poseía tanta afición como voluntad y valentía, no perdiendo la serenidad ni aun cuando estuvo unos instantes en la nada cómo da cuna del magnífico toro «Bordador» (retinto), de don Vicente Martínez. El cronista de la fiesta reconoció la buena voluntad y colocación de este piquero, recomendándole que se agarre más al caballo y castigue con mayor eficacia. Seis corridas trabajó este año en la Plaza madrileña, visitó dos veces la enfermería, y la crítica, sin dejar de aplaudirle, volvió a recomendarle mejor reunión con el caballo y más energía al clavar la puya.
Al lado de Cayetano Sanz, de «Cúchares». Julián Casas y otros matadores, tomó parte en corridas provincianas, siempre como eventual, sin ir con ellos de plantilla. En Madrid, ajustado por las empresas, toreó en diez o doce temporadas, si bien es cierto que lo realizó con intermitencias y algunos años con escaso número de actuaciones, pues, como antes hicimos constar, sus faenas gustaban, pero no despertaban entusiasmos. Al finalizar el año de 1876 contrajo una enfermedad a la laringe, (“tisis laríngea”) la que se complicó con otro padecimiento y le causó la muerte el 30 de abril del siguiente año 1877. A su fallecimiento dejó viuda y cuatro hijos, en favor de los que se abrió una suscripción entre los compañeros, la que produjo unos seis mil reales.
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