Sabido es de todo el mundo el esplendor y la magnificencia con que se celebra la Semana Santa en Andalucía, pues no sólo es en Sevilla donde las procesiones de estos días revisten boato y animación extraordinarias. cierto que la ciudad del Betis es primera,que por algo tiene fama universal en Semana Santa y acuden á presenciarla extranjeros de todas partes, altisimos personajes como modestos curiosos. Pero no es menos verdad que en otras provincias de la misma región andaluza echan el resto cuando llega la época de conmemorar por medio de manifestaciones solemnes la Pasión y Muerte del Redentor.Como con los pueblos sucede lo que con los hombres, basta que uno tenga fama de algo para que le atribuyan todo aquello que tenga relación con el motivo de su fama. A Quevedo le han colgado infinitas "ingeniosidades", en su mayor número indignas de aquel gran talento: como de Espronceda.circulan versos que jamás hubiera escrito el autor de "El diablo mundo", y no es lo peor que el vulgo incurra en esta clase de errores, lo peor es que algunas personas que por obligación debieran estar enteradas de lo que dicen, publican, sin pararse a comprobarlos y como acaecidos en un sitio, sucesos que ocurrieron en otro distante.Viene a cuento esto que acabamos de decir porque en un libro que los aficionados a la fiesta de toros consideran como fuente de consulta y que realmente contiene datos ciertos e interesantes en su mayoría, hemos leído un breve relato de la ocurrencia que va a ser motivo de este trabajo y que en el libro se dice que ocurrió en Sevilla el día de Jueves Santo de 1880, siendo así que ocurrió en Alameda, pueblo del partido judicial de Archidona, en la provincia de Málaga, el día de Viernes Santo del año mencionado. Es decir, que en la referencia del suceso son ciertos éste y el año, pero no el lugar ni el dia.Ello fue que, organiada para la noche de Viernes Santo la procesión de la Soledad, habían acudido a tomar parte en ella o a presenciarla no sólo casi todos los habitantes de Alameda, sino muchísimos forasteros.
Más de 3.000 personas había en las calles del pueblo desde primera hora de la noche.Se organizó la comitiva, en la cual, llevadas en andas, figuraban, entre otras imágenes, las de la Virgen de la Soledad, San Juan y la Verónica, acompañadas .por los encapuchados de costumbre. La animación que reinaba en el pueblo era extraordinaria y contrastaba con la solemnidad del acto religioso que estaba celebrandóse y al cual habían acudido devotos y curiosos ajenos completamente al modo de terminar que había de tener aquello.Cuando la procesión, entre nutridas filas de espectadores, pasaba por la calle principal del pueblo,se notó de pronto un movimiento de alarma, que creció rápidamente, y se convirtió en terror pánico y tumulto indescriptible. Sin previo aviso, sin haber adoptado precaución alguna, sin advertir las tristes consecuencias que la imprudencia pudiera tener, los conductores de 14 reses bravas que iban de tránsito con destino a Granada para la corrida de inauguración, metiéronse por entre la procesión, sembrando la tribulación y el desorden entre aquellas 3.000 personas. Atrepelláronse éstas en su desalentada huida, fueron abandonadas las imágenes,que cayeron de las andas al suelo, destrozándose las de San Juan y la Verónica, y pasaron los toros sobre ellas y sobre no pocos de los fugitivos. Contra lo que era de suponer no hubo desgracias grandes; pero las contusiones y los sustos abundaro.
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