miércoles, 22 de octubre de 2025

DORA LA CORDOBESITA: LA ESTRELLA CORDOBESA QUE CONQUISTÓ EL ALMA DE CHICUELO

 





En los albores del siglo XX se alzó sobre los escenarios andaluces una joven artista cuya gracia, belleza y flexibilidad artística la convirtieron en emblema de Córdoba y símbolo de una época. Dolores Castro Ruiz —más conocida por su nombre artístico, Dora la Cordobesita— fue cupletista, tonadillera, bailaora y modelo para artistas y pintores que encontraron en ella el arquetipo femenino andaluz. 

Su vida, marcada por la vocación artística y la devoción religiosa, tuvo un punto de inflexión el 10 de noviembre de 1927, cuando contrajo matrimonio con el célebre torero sevillano Manuel Jiménez Moreno “Chicuelo”. Aquel enlace, celebrado con todo el boato de los grandes acontecimientos sociales de la época, marcó también su retirada definitiva de los escenarios y el comienzo de una nueva vida en el ámbito doméstico, al lado de una de las grandes figuras del toreo moderno. 



Nacida en Córdoba el 22 de mayo de 1902, en el barrio de San Lorenzo —aunque algunos cronistas citan 1901—, Dora mostró desde niña un don natural para las artes escénicas. En un tiempo en que las mujeres artistas eran todavía vistas con cierta suspicacia, ella supo conquistar al público con su desparpajo y talento precoz. Su descubridor fue el empresario Antonio Cabrera Díaz, quien la presentó como “niña prodigio” en teatros locales. De su mano debutó en 1914 en el Salón Ramírez de Córdoba, apadrinada por la artista sevillana Amalia Molina, figura que la introdujo en los círculos profesionales del espectáculo. A partir de entonces su carrera creció vertiginosamente: actuó en el Teatro Romea de Madrid, el Cervantes de Granada y el Gran Teatro de Córdoba, consolidándose como una de las voces más queridas del cuplé andaluz. Su repertorio reflejaba el gusto popular del momento: canciones como “La rosa de los calés”, “Cruz de Mayo cordobesa” o “¡Vaya usté con Dios!”, esta última compuesta por el sevillano Font de Anta con letra de Salvador Valverde, se convirtieron en auténticos éxitos. 

Además, Dora inspiró a uno de los grandes artistas de la pintura cordobesa, Julio Romero de Torres, quien la retrató y tomó su figura como modelo para varias de sus obras más conocidas, inmortalizando su belleza serena y su mirada melancólica. La Cordobesita se convirtió así en un referente no solo de la canción andaluza, sino también del arte y la estética de su tiempo. Fue en el apogeo de su carrera cuando conoció a Manuel Jiménez “Chicuelo”, torero trianero nacido también en 1902 y ya entonces una figura consagrada por su elegancia, naturalidad y sentido estético del toreo. El encuentro entre ambos mundos —la canción y la tauromaquia— ocurrió en la Feria del Corpus de Granada de 1924, donde formalizaron su noviazgo. Tres años más tarde, el 10 de noviembre de 1927, se celebró su boda en la Iglesia de Nuestra Señora de los Dolores, templo de gran devoción en Córdoba. 

Dora llegó al altar acompañada por su padrino y mentor, Antonio Cabrera Díaz, quien había guiado su carrera desde la infancia. Las crónicas de la época narran el acontecimiento como un verdadero suceso social. Córdoba entera se volcó para presenciar la unión de dos celebridades, y el almuerzo posterior tuvo lugar en la casa de la plaza del Ángel, con repostería local y música en vivo interpretada por la orquesta del Teatro Duque de Rivas, dirigida por Bonifacio Mora. El enlace simbolizó también una renuncia: Chicuelo anunció que su esposa abandonaría los escenarios para dedicarse a su hogar, una decisión que, aunque difícil, Dora asumió con serenidad y elegancia. El matrimonio fijó su residencia en la Alameda de Hércules, en Sevilla, en un chalet adquirido por el torero tras su alternativa. Lejos de los focos, Dora se dedicó plenamente a su familia y a su devoción a la Virgen de los Dolores. Tuvo siete hijos, aunque algunas fuentes apuntan que uno de ellos, Juan, falleció trágicamente a los 12 años en el verano de 1944, un golpe durísimo para el matrimonio. Entre sus descendientes se contaron varios continuadores de la dinastía taurina, entre ellos Rafael Jiménez “Chicuelo II”, que seguiría los pasos de su padre y despues sus hijos; Francisco Manuel Jimenez Amador "Curro Chicuelo" y su hermano Manuel.

Dora se convirtió en el alma de una casa que respiraba arte, religiosidad y disciplina, al tiempo que acompañaba con discreción la intensa vida profesional de su marido, quien continuó toreando y desarrollando un estilo que influiría decisivamente en generaciones posteriores de toreros. Con el paso de los años, la figura de Dora la Cordobesita fue adquiriendo un aura casi legendaria. Su nombre sigue apareciendo en los estudios sobre la mujer artista de principios del siglo XX, y su imagen, capturada por Julio Romero de Torres, permanece como un icono de la feminidad andaluza. 

Su contribución a la historia del espectáculo en España se mide no solo por su arte en los escenarios, sino también por la dignidad con la que supo retirarse, eligiendo el silencio y la vida familiar en una época en que las decisiones femeninas estaban marcadas por fuertes condicionamientos sociales. Dolores Castro Ruiz falleció el 25 de abril de 1965, a los 63 años, en Sevilla, donde fue sepultada en el cementerio de San Fernando. Su marido, Chicuelo, sobreviviría algunos años más, consolidando su nombre en la historia del toreo como uno de los renovadores de la faena moderna. Hoy, su recuerdo permanece vivo tanto en la historia cultural de Andalucía como en la memoria taurina. 

Dora representó el arquetipo de la artista que, desde la luz del escenario, supo retirarse con elegancia para construir desde la sombra el legado de una de las familias más respetadas del arte y la tauromaquia española. Su vida, tejida entre los acordes del cuplé y el eco de los clarines, es reflejo del espíritu andaluz de su tiempo: pasión, arte, sacrificio y devoción. Recordar a Dora la Cordobesita es volver a una Andalucía que respiraba copla y toro, donde el arte y el sentimiento se entrelazaban en una misma melodía.

martes, 21 de octubre de 2025

Entre capotes y mantones: el amor imposible de “El Gallo” y Pastora Imperio

 

 


Madrid, 1911. El eco de los aplausos en los teatros y el olor a albero de las plazas parecían fundirse en una sola melodía cuando dos mundos colisionaron: el del toreo, con su rito y su riesgo, y el del flamenco, con su arte y su misterio. Rafael Gómez Ortega, “El Gallo”, genio y figura del toreo sevillano, y Pastora Imperio, reina indiscutible del cante y el baile, unieron sus vidas el 20 de febrero de 1911 en la iglesia madrileña de San Sebastián. Fue un acontecimiento social de primer orden: asistió la nobleza, el arte y la prensa. Pero aquella boda soñada no tardó en convertirse en uno de los episodios más comentados —y trágicamente breves— de la crónica rosa y taurina de su tiempo. Pocos meses después de la fastuosa ceremonia, el matrimonio se quebró. Pastora abandonó el domicilio conyugal, y los periódicos comenzaron a llenar columnas con insinuaciones, rumores y comentarios apenas velados. En aquel Madrid de tertulias y confidencias, la ruptura del torero y la artista se convirtió en tema de cafés y camerinos. 

🔸 Una historia marcada por el carácter Desde el inicio, el temperamento de ambos presagiaba tormenta. Rafael “El Gallo”, supersticioso y de genio cambiante, vivía entre la genialidad y la duda, mientras Pastora Imperio se afirmaba como una mujer moderna, segura y consciente de su valor artístico. Él representaba el instinto; ella, la elegancia y la inteligencia. Dos fuegos distintos que, al encontrarse, se consumieron. Los cronistas de sociedad de la época aludían a celos desmedidos por parte del torero y a una imposibilidad de convivencia entre dos figuras acostumbradas a ocupar el centro del escenario. “Pastora abandonó el hogar, cansada de los arrebatos temperamentales del Gallo”, publicó el Diario de Cádiz, añadiendo que la artista había iniciado gestiones judiciales de separación. 

🔸 Entre superstición y orgullo El carácter supersticioso de “El Gallo” fue otro ingrediente del drama. Creía en presagios, augurios y señales. En los círculos taurinos se contaba que veía en su esposa una suerte de “mala sombra” que atraía la desgracia. Algunos testimonios recogidos décadas después afirmaban que llegó a verla como una presencia fatídica, incluso “hechizada”, según cita el investigador Rafael Zubiaga en su blog sobre el misterio y la superstición taurina. Más allá del mito, los celos profesionales eran evidentes: Pastora Imperio brillaba en los escenarios de España y París, aplaudida por la realeza y admirada por hombres poderosos. Rafael, acostumbrado a ser el ídolo, se vio eclipsado por una mujer que acaparaba titulares y protagonismo. Aquella desigualdad de focos —inédita para la época— fue, según varios autores, el detonante silencioso del distanciamiento. 

🔸 Un divorcio adelantado a su tiempo En una sociedad todavía regida por valores conservadores, la ruptura fue un escándalo. Pastora Imperio, lejos de ocultarse, siguió actuando con naturalidad y elegancia, reafirmando su independencia. El torero, en cambio, se replegó en su mundo interior y en el ruedo, donde su arte, ya entonces más espiritual que triunfal, parecía un reflejo de sus desvelos personales. Aunque la separación se produjo en 1911, el divorcio legal no pudo formalizarse hasta la Segunda República, cuando la legislación lo permitió. Para entonces, cada uno había seguido su camino: Pastora consolidaba su leyenda en los teatros y Rafael caminaba hacia el mito, encerrado en sus supersticiones y nostalgias. 

🔸 Los ecos de una historia inmortal El episodio adquirió una dimensión trágica y romántica que perdura. La bailaora, símbolo de emancipación femenina, y el torero, icono de la tradición, representaron un choque entre dos visiones de la vida: la libertad y el destino. De aquella unión quedó una cicatriz en la memoria popular y una lección de modernidad: la de una mujer que, en 1911, tuvo el valor de separarse y continuar triunfando sola, cuando la sociedad no lo perdonaba. Hoy, más de un siglo después, el matrimonio efímero de “El Gallo” y Pastora Imperio sigue evocando un tiempo en el que el arte, la pasión y la rebeldía se entrelazaron hasta confundirse. 

📜 Documentos de la época “Pastora Imperio abandona el hogar conyugal. Los rumores sobre celos y diferencias de temperamento se confirman. El Gallo no se presenta en los toros desde hace semanas” — Diario de Cádiz, marzo de 1911. 
“No ha sido cuestión de caracteres”, diría años más tarde Pastora, en una frase cargada de misterio. — Entrevista de 1926 

💬 Sabías que… En la boda, celebrada con gran lujo, estuvieron Alfonso XIII y la reina Victoria Eugenia. La luna de miel fue breve: a los pocos meses, Pastora regresó sola a los escenarios. La hija de Pastora, Rosario (nacida en 1920), fue reconocida como hija legal de El Gallo, aunque se atribuye al duque de Dúrcal. Rafael creía en los presagios: antes de cada corrida consultaba amuletos y signos, convencido de que su destino estaba marcado. 

🕰️ Línea de tiempo: El amor y la ruptura 
Año                     Hecho 
1909                    Rafael “El Gallo” conoce a Pastora Imperio en Sevilla. 
1910                    Inician su noviazgo, seguido de una corte intensa en Madrid. 
20 febrero 1911  Boda en la iglesia de San Sebastián (Madrid). Asisten personalidades y la familia real. 

Junio 1911        Pastora abandona el domicilio conyugal. La prensa habla de “celos” y “malos tratos”. 

1912                 El matrimonio vive separado. El torero atraviesa una profunda crisis personal.  
1931                 Con la ley republicana, se oficializa el divorcio. 
1976              Pastora Imperio muere en Madrid, respetada y legendaria; Rafael había fallecido en                                    1960, envuelto en la nostalgia del arte y el misterio.

domingo, 5 de octubre de 2025

SE CUMPLEN 95 AÑOS DEL NACIMIENTO DE "EL LITRI"






Miguel Báez Espuny, conocido en el mundo taurino como “El Litri”, nació el 5 de octubre de 1930 en Gandía (Valencia) pero fue criado y se hizo a sí mismo en Huelva, ciudad que acabaría por identificarlo y consagrarlo; pertenecía a una dinastía taurina muy antigua que arranca con su abuelo novillero Manuel Báez Aráuz apodado “Mequi” (siglo XIX), continuó con su padre Miguel Báez Quintero —el primer “Litri” de proyección local— y tuvo en su medio hermano Manuel Báez Gómez (conocido como “Manolito” o “Manuel Báez ‘Litri’”) uno de los episodios más trágicos de la saga: Manuel nació fruto de una relación extramatrimonial entre Miguel Báez Quintero y Margarita Gómez (empleada del domicilio), fue criado en el hogar conyugal del torero y su esposa, y murió a consecuencia de la cornada y las complicaciones (gangrena) recibidas tras una cogida en la plaza de La Malagueta (Málaga) el 11 de febrero de 1926, falleciendo días después el 18 de febrero de 1926; la memoria local honró su recuerdo con ofrendas y un mausoleo en Huelva. 


La biografía de la familia muestra que Miguel Báez Quintero (nacido en 1869) tuvo, según las fuentes hemerográficas y biográficas tradicionales, al menos dos episodios matrimoniales relevantes: una primera esposa —citada en las crónicas locales como Antonia Hernández (a veces referida como Antonia Hernández Díaz)— con la que formó el hogar donde se integró el niño Manuel, y una segunda unión posterior con Ángela (María de los Ángeles) Espuny Lozar, valenciana residente en Gandía, de la que nacería Miguel Báez Espuny en 1930; atendiendo a las noticias y a los relatos históricos, la secuencia que aparece en la documentación pública es (1) matrimonio con Antonia Hernández —viudez o separación tras la tragedia de 1926— y (2) matrimonio posterior con Ángela Espuny, por lo que puede afirmarse con prudencia que Miguel Báez Quintero se casó al menos dos veces. Miguel Báez Quintero, figura local con trayecto en plazas andaluzas y nacionales, falleció a comienzos de 1932 en Huelva; las crónicas contemporáneas recogen que su muerte fue debida a un ataque asmático (o una afección respiratoria aguda) en enero de 1932, noticia que los periódicos de la época reflejaron resaltando su papel como patriarca de los Litri. 


Miguel Báez Espuny desarrolló su carrera de matador con el peso de esa estirpe: debutó como novillero en 1947, tomó la alternativa en 1950 y fue una de las figuras populares del toreo español de las décadas medias del siglo XX; su estilo, sus triunfos y su vida pública (incluida la presencia en el cine y la intensa relación con las hermandades y la sociedad de Huelva) le hicieron trascender la plaza hasta convertirse en referente nacional; se casó con Concha Spínola en 1967, en el Monasterio de Guadalupe, en Extremadura. 

Tuvieron tres hijos: Miguel, Rocío y Myriam. y su hijo, Miguel Báez Spínola, prolongó la saga usando también el apelativo “El Litri”. Miguel Báez Espuny falleció en Madrid el 18 de mayo de 2022 y fue enterrado en el panteón familiar del cementerio de La Soledad en Huelva; a su muerte se sucedieron homenajes, reseñas y actos que recordaron la larga trayectoria de la familia. 


Sobre el sobrenombre “Litri”: la documentación histórica y la prensa taurina documentan sucesivos portadores del apelativo en la misma familia y en el círculo taurino onubense —desde Manuel “Mequi” (el iniciador), pasando por Miguel Báez Quintero (primer Litri de amplia presencia pública), Manuel Báez (Manolito, fallecido en 1926), José Rodríguez Báez (citado en algunas listas como otro Litri de la generación intermedia), Miguel Báez Espuny y su hijo Miguel Báez Spínola—, de modo que, contando las generaciones más visibles y reconocidas por la bibliografía y la prensa, al menos cinco o seis toreros han sido conocidos públicamente como “Litri”; si se incluyen novilleros locales y referencias colaterales la cifra aumenta, pero las fuentes especializadas tienden a fijar en torno a media docena las figuras más relevantes que han llevado el apelativo.

martes, 9 de septiembre de 2025

ALFREDO TINOCO

 


 

Alfredo Tinoco  Da Silva fue un renombrado rejoneador portugués del siglo XIX que dejó una marca indeleble en la tauromaquia. Nació el 5 de julio de 1815 en Portugal, en el seno de una familia acomodada con profundas raíces ecuestres, lo que le permitió desarrollar desde temprana edad un gran talento como jinete. Su debut en los ruedos se produjo el 14 de agosto de 1873 en la desaparecida Plaza de Toros del Campo de Santa Ana, en Lisboa, donde rápidamente captó la atención del público por su elegante estilo y la destreza que mostraba montado a caballo.

A lo largo de su carrera, Tinoco se consolidó como uno de los cavaleiros más destacados de su época, compartiendo el reconocimiento con figuras de la talla de José Bento de Araújo. Uno de los momentos más importantes de su trayectoria se produjo el 17 de junio de 1894, cuando hizo su debut en la Monumental Plaza de Toros de Campo Pequeno, en Lisboa, junto a Bento de Araújo. Esta histórica tarde de rejoneo fue un evento muy esperado por los aficionados, y la colaboración entre ambos rejoneadores causó un gran revuelo en el mundo taurino.

Además de sus éxitos en las plazas de toros portuguesas, Alfredo Tinoco fue pionero en llevar el arte del rejoneo fuera de las fronteras de su país, expandiendo su carrera hacia Brasil. En Río de Janeiro, sus actuaciones dejaron una huella profunda, estableciendo la tauromaquia como una tradición en tierras sudamericanas y abriendo el camino para futuros rejoneadores.

Tinoco no solo conquistó a la afición portuguesa y brasileña, sino que también logró reconocimiento en España, donde su elegancia y técnica fueron igualmente valoradas. A lo largo de su carrera, fue alabado por críticos como Pepe Luiz, quien lo describió como un "verdadero artista del toreo a caballo", destacando su porte y las finas maneras con las que ejecutaba las suertes del rejoneo.

Tristemente, la vida de Alfredo Tinoco se vio truncada de manera prematura cuando falleció en agosto de 1859, a los 44 años, en la ciudad de Pará, Brasil. Su muerte dejó un gran vacío en la tauromaquia .

ALEXANDRE DE MASCARENHAS

 



Nacido el 3 de febrero de 1892 en Benfica, Lisboa, Alexandre de Mascarenhas perteneció a una familia con una arraigada tradición taurina, que había dado toreros desde el siglo XVI. Hijo del conde de Torre, destacó como caballero amador y posteriormente se convirtió en un referente del rejoneo en Portugal y España, dejando  huella en la historia de la tauromaquia.

 

Su debut en público tuvo lugar en un festival celebrado en Sintra en 1905, donde compartió cartel con el cavaleiro João Tojal. Desde entonces, su trayectoria fue en ascenso, consolidándose como un rejoneador de gran temple y elegancia. Su primera presentación en Francia ocurrió el 13 de julio de 1930, en Béziers, lidiando toros de López Plata. Ese mismo año, el 14 de julio, nuevamente en Béziers, estuvo anunciado en un cartel, aunque finalmente no llegó a actuar. En España,donde era conocido como Alejandro Mascarenhas, hizo su presentación en la plaza de toros de Las Ventas, en Madrid, el 14 de abril de 1935, alternando con figuras de la talla de Chicuelo, Cagancho, Lorenzo Garza y Cañero, enfrentándose a ocho toros de la ganadería de Ramón Ortega. En total, sumó dos actuaciones en la capital española.

 

Durante su carrera, Alexandre de Mascarenhas fue un rejoneador versátil, combinando actuaciones con profesionales de renombre y logrando resultados artísticos sobresalientes. Actuó en múltiples plazas de Portugal y España, siendo reconocido por su valor y conocimientos ecuestres. En 1925, la Asociación de Classe de Toreros Portugueses lo consideró como cavaleiro de alternativa, un reconocimiento a su maestría y trayectoria.

 

Más allá de su faceta como rejoneador, ejerció como maestro de su hijo, Francisco de Mascarenhas, quien debutó en España en 1939 y continuó con el legado familiar. Además, tuvo entre sus discípulos a Nazaré Felícia, una de las primeras mujeres en torear a caballo, marcando un hito en la historia del rejoneo.


En los años 1941 y 1942, regresó a España acompañado de su hijo, toreando en Barcelona y otras plazas de renombre. A lo largo de tres décadas, Alexandre de Mascarenhas fue un rejoneador admirado, sosteniendo con honor los pergaminos de su ilustre estirpe y deleitando a los aficionados con su arte ecuestre. Su legado sigue vivo en la memoria de la tauromaquia lusitana y española.

miércoles, 13 de agosto de 2025

MANUEL DOMÍNGUEZ CAMPOS “DESPERDICIOS”: DESDE LA ARENA A LA GUERRA

 


Manuel Domínguez Campos, más conocido como “Desperdicios”, es una de esas figuras de la tauromaquia que desbordan los límites del ruedo. Torero de casta, nacido en Sevilla en 1816, encontró su verdadera dimensión vital no solo en las plazas de España, sino a través de una increíble odisea en América del Sur, donde combinó el arte del toreo con las armas, la supervivencia extrema y la aventura al más puro estilo romántico decimonónico.

La alternativa y la huida: origen del periplo americano

 

Corría el año 1836 cuando Domínguez tomó la alternativa en Zafra (Badajoz). Sin embargo, un oscuro incidente en Sevilla —posiblemente un duelo o un hecho de sangre— lo llevó a abandonar precipitadamente España. Contrató una cuadrilla y se embarcó rumbo a Montevideo, iniciando así un exilio autoimpuesto que se convertiría en una de las etapas más intensas de su vida.

Montevideo y la Guerra Grande: el torero soldado

 

Apenas instalado en el Río de la Plata, estalló la conocida Guerra Grande (1839–1851), que enfrentó a los blancos de Manuel Oribe, apoyados por Argentina y sectores franceses, contra los colorados de Fructuoso Rivera, respaldados por Brasil y batallones de mercenarios europeos, entre ellos Giuseppe Garibaldi.

 

Domínguez fue enrolado en las fuerzas de Rivera. Lo que parecía un viaje taurino se convirtió en una experiencia bélica en toda regla: fuego, caballo, machete y pólvora. Se batió como soldado en diversas escaramuzas y quedó involucrado directamente en el conflicto civil más importante del Uruguay decimonónico.

Triunfo en Río de Janeiro: entre toros y emperadores

 

Terminadas algunas campañas, Domínguez cruzó hacia Río de Janeiro, donde en 1840 o 1841 se celebraban festejos por la coronación de Pedro II de Brasil. Allí toreó en cuatro corridas solemnes, obteniendo un éxito apoteósico. Fue aclamado por la corte y la aristocracia brasileña, quien lo colmó de regalos y agasajos. Fue, quizás, el momento más glorioso de su carrera como torero.

Buenos Aires: tierra hostil, vida salvaje

 

Regresó a Buenos Aires con la esperanza de revivir la tauromaquia en el país del Plata. Pero el gobierno rosista, poco inclinado a espectáculos de raigambre española, le negó el permiso para organizar festejos. Sin apoyos, Desperdicios debió reinventarse.

 


Su biografía en esta etapa se convierte en un verdadero canto al hombre de frontera: trabajó como guajiro, mayoral, traficante, contrabandista, guerrillero y hasta capataz en zonas de conflicto con los pueblos originarios. Según algunas crónicas, era respetado —y temido— como un hombre duro, valiente y de pocas palabras. “Fue bravo con los bravos matones”, afirmaron cronistas de la época.

Revolución contra Rosas y fuga milagrosa

 

Con la caída del dictador Juan Manuel de Rosas tras la Batalla de Caseros (1852), Domínguez volvió a tomar partido, esta vez por los insurgentes. Capturado por las tropas federales, fue condenado a muerte, pero logró escapar en plena noche, cruzando el campo hasta alcanzar de nuevo Montevideo. Desde allí se embarcó en la fragata Amalia, que lo condujo de regreso a España, llegando a Cádiz en mayo de 1852 tras dieciséis años de intensas peripecias.

 

La figura de Manuel Domínguez “Desperdicios” escapa a los moldes tradicionales del torero del siglo XIX. Su vida, especialmente en América, lo convierte en un personaje de novela histórica, mezclando capa, estoque, sable y uniforme. Combatiente involuntario, torero errante, personaje mítico, sobreviviente y testigo privilegiado de uno de los períodos más convulsos del Cono Sur, su nombre debería resonar no solo en las plazas, sino también en los anales de la historia aventurera del siglo XIX.

domingo, 10 de agosto de 2025

ANTONIO LOBO "LOBITO CHICO": PROMESA TRÁGICAMENTE TRUNCADA DEL TOREO SEVILLANO

 




El 16 de julio de 1893, la plaza de toros de San Fernando se vistió de luto. Aquel día, durante una corrida en la que participaban las cuadrillas de Bonarillo y Minuto, el joven banderillero sevillano Antonio Lobo, conocido en los carteles como “Lobito Chico”, fue mortalmente herido por el toro "Rosadito", de la ganadería de Eduardo Ibarra. El astado, un ejemplar de respeto que ya había recibido diez puyazos y había matado a un caballo, embistió con violencia y fatal desenlace al diestro, cuyas heridas terminaron por arrebatarle la vida poco después en la enfermería del coso.

 

Antonio Lobo había nacido en Sevilla el 2 de octubre de 1870. Desde los quince años manifestó su vocación taurina, dejando atrás el oficio de pintor para dedicarse plenamente al toro. Con apenas diecisiete años se unió a una cuadrilla de “niños sevillanos” encabezada por su hermano, el también torero Fernando Lobo. Este grupo, en el que también figuraban Mazzantinito y Bonarillo, viajó en 1886 a México, donde torearon con notable éxito durante dos temporadas. A su regreso a España, Lobo consolidó su trayectoria como banderillero y se distinguió por su valor, buena colocación y condiciones técnicas, especialmente en la suerte de banderillas.

 

Su presentación en Madrid tuvo lugar el 27 de agosto de 1891 en una corrida con toros de Benjumea, donde actuó junto a Mazzantinito. A pesar de su juventud, Lobito Chico ya era considerado un peón destacado dentro de las cuadrillas, por su facilidad para adornarse con las banderillas y por su entrega en los tercios. Era, además, un hombre de carácter afable y modesto, cualidades que le granjeaban el aprecio de compañeros y aficionados.

 

En la fatídica corrida de San Fernando, al ejecutar un par de frente al cuarto toro del encierro —el mencionado “Rosadito”—, el astado lo prendió de lleno. Una de las astas le produjo una profunda herida en el muslo izquierdo que penetró hasta la cavidad abdominal, desgarrando intestinos y vejiga. Lobito Chico fue conducido de inmediato a la enfermería de la plaza, donde recibió los últimos auxilios y la extremaunción. Lo atendieron el catedrático Dr. Francisco Meléndez, de la Facultad de Medicina de Cádiz, junto a varios facultativos y practicantes. A pesar de sus esfuerzos, el joven no pudo sobrevivir a la hemorragia interna provocada por las heridas. Falleció en la propia enfermería, bajo custodia de la Guardia Civil, mientras sus compañeros asistían impotentes al desenlace.

 

La autopsia reveló el carácter devastador de la herida: rotura de vísceras, gran hemorragia interna y contusión severa en el pecho, provocada por las vueltas que el toro dio tras enganchar al torero. El cuerpo fue velado en la fonda de La Marina y posteriormente en la iglesia parroquial del Salvador, donde se celebró un funeral multitudinario el sábado 29 de julio. Asistieron numerosos diestros, cuadrillas, picadores, empresarios, médicos y aficionados, además de representantes de la prensa especializada y generalista.

 

La emoción fue generalizada, y el dolor, palpable. Su hermano Fernando se abalanzó sobre el cuerpo sin vida del joven torero al entrar en la enfermería, entre gritos desgarradores. Fue una pérdida que conmovió profundamente al mundo taurino de su época. La cuadrilla al completo acudió al entierro, y Bonarillo —el matador con quien Lobito Chico toreaba aquel día— costeó los gastos del sepelio que ascendieron a 322,60 pesetas, además de encargarse de los trámites funerarios en nombre de la madre del torero, Doña Dolores Escobar. Los gastos del funeral.Este gesto fue visto por todos como una muestra de nobleza y solidaridad dentro del mundo del toro.

 

No era esta la primera vez que Lobito Chico se enfrentaba al peligro con consecuencias graves. A lo largo de su corta carrera ya había sufrido tres cogidas anteriores: en Madrid, Villamanrique y, el año anterior, en San Sebastián. En esta última ocasión, una cornada en el vientre lo obligó a lanzarse fuera del ruedo para salvarse. Pero nunca, como en San Fernando, la fatalidad le alcanzó de forma tan definitiva.

 

Aquel 16 de julio de 1893, a sus veintidós años , Antonio Lobo exhaló su último suspiro en el lecho de la enfermería, truncándose así una prometedora carrera en la que muchos veían el reflejo de un futuro torero grande. Su muerte se sumó a las muchas tragedias que ha registrado la historia taurina, pero permanece grabada en la memoria como una de las más amargas, por la juventud, el coraje y la humanidad del torero caído.

 

Su figura representa hoy el arquetipo del valor juvenil y la entrega sin medida que definen al buen torero. Y aunque su nombre no alcanzó a figurar en la gloria de los grandes carteles, sí dejó una huella imborrable en la historia del toreo decimonónico. Lobito Chico, joven promesa truncada, descansa en la memoria del arte taurino como símbolo de una pasión que, como tantas veces, encontró en la arena su trágico desenlace.

jueves, 31 de julio de 2025

ÁLVARO MARTÍNEZ CONRADI

 




 

Pocos casos como el de Álvaro Martínez Conradi representan con tanto equilibrio el tránsito de la arena al campo, del arte del rejoneo a la ciencia ganadera. Nacido en el seno de una familia andaluza profundamente vinculada a la tradición ecuestre, Álvaro tuvo una primera vida taurina como rejoneador, forjando su carrera a caballo en plazas del sur de España, especialmente en Andalucía, donde se recuerdan sus actuaciones en ruedos menores durante la década de los años sesenta. Su momento de mayor actividad lo vivió en 1968, temporada en la que llegó a actuar en doce festejos, lo que da muestra del interés que despertaba su figura en la escena del rejoneo de entonces.

 

Sin embargo, su verdadera consagración llegó tras su paso por los ruedos, al frente de una de las divisas más singulares y reconocidas del campo bravo actual: La Quinta. En 1988, Álvaro Martínez Conradi asumió la dirección de esta ganadería, asentada en Palos de la Frontera (Huelva) y formada íntegramente con reses de procedencia Santacoloma–Buendía, en un momento en que este encaste era más símbolo de minoría que de vigencia. Lejos de buscar la comodidad del toro moderno, optó por rescatar la esencia del toro torero, de bella lámina, hondo, de mirada seria y comportamiento encastado. Su filosofía como criador ha sido clara: preservar lo mejor de la tradición sin renunciar a la evolución.

 

Con el tiempo, La Quinta ha pasado de ser una ganadería para aficionados exigentes a consolidarse como una divisa imprescindible en plazas como Sevilla, Madrid, Dax, Istres o Mont-de-Marsan. Su debut en Las Ventas se produjo en 2002, y desde entonces no han faltado tardes memorables. Ejemplo de ello fue el indulto de “Golosino” en Istres en 2013, y el éxito rotundo en Albacete o La Maestranza años después. En 2022, La Quinta fue reconocida con la Oreja de Oro a la ganadería del año, galardón que ratifica su paso firme en el mapa ganadero.

 

Apasionado del campo, metódico y sobrio, Álvaro Martínez Conradi representa la figura del ganadero artesano, ese que baja al cercado a observar, que conoce a sus vacas por reatas y a sus sementales por comportamiento. Aunque nunca buscó protagonismo mediático, su nombre se ha convertido en sinónimo de calidad, integridad y respeto a una forma de entender la bravura.

 

Del rejoneador que un día soñó con la gloria a caballo, al criador que hoy deja herencia viva en cada embestida de sus toros, Álvaro Martínez Conradi ha recorrido el camino con verdad. Y en esa verdad radica, precisamente, su prestigio.

sábado, 26 de julio de 2025

DOLORES SÁNCHEZ “LA FRAGOSA”

 



Dolores Sánchez “La Fragosa” fue una figura emblemática del toreo femenino en la España del siglo XIX, pionera audaz que desafió las normas sociales y estéticas de su tiempo para forjarse un nombre en uno de los espacios más cerrados para las mujeres: el ruedo. Nació en el barrio de Triana, en Sevilla, el 25 de septiembre de 1866 —aunque algunas fuentes apuntan a 1864—, en la calle Larga nº 24. Hija de Juan y Francisca, comerciantes ambulantes, su infancia transcurrió entre su ciudad natal y La Línea de la Concepción (Cádiz), adonde la familia se trasladó cuando ella tenía apenas doce años.

 

Fue en La Línea donde Dolores comenzó a relacionarse con el mundo del caballo, ayudando en las caballerizas familiares que eran utilizadas para el transporte de mercancías. Este vínculo temprano con la equitación no solo forjó su destreza física, sino también su carácter decidido, que más adelante afloraría en los ruedos. Su afición por el toreo nació entre capeas populares en los alrededores de Sevilla, donde se inició como torilera y sobresalió por su habilidad. Años después, cantaba en cafés cantantes, pero su atracción por la tauromaquia la empujó a convertirse en novillera, guiada por una vocación que desbordaba los espacios tradicionalmente reservados a las mujeres.

 

Debutó como torera en 1885 en Constantina (Sevilla), enfrentándose a un becerro, y comenzó a ganar notoriedad al actuar en localidades como El Arahal, Alcalá de Guadaíra, Jaén y Linares. Su actuación del 13 de junio de 1886 en esta última plaza fue especialmente celebrada. Ese mismo año, el 22 de julio, alcanzó su consagración en una corrida histórica en Sevilla: encabezó un cartel compuesto únicamente por mujeres, y tras ser herida por el primer becerro, continuó la lidia enfrentándose a otros cinco, con bravura y dominio técnico, hasta ser sacada en hombros entre el entusiasmo general. Esta faena fue objeto de abundantes crónicas, poemas y coplas que circularon en la prensa taurina de la época, consolidando su fama.

 

La Fragosa fue la primera mujer torera que se atrevió a sustituir la falda tradicional por la taleguilla, vistiendo el traje de luces masculino en un acto profundamente transgresor. También rompió con la convención de formar parte de cuadrillas exclusivamente femeninas, al integrar una cuadrilla de hombres, lo que causó escándalo en los sectores más conservadores de la afición y la crítica taurina. Su figura, sin embargo, logró traspasar el estigma de su género. En 1886, fue retratada en la portada del semanario taurino La Nueva Lidia, un gesto que evidenció tanto su popularidad como la controversia que generaba. La prensa conservadora la atacó sin clemencia. Ángel Caamaño, el célebre crítico taurino apodado “El Barquero”, le dedicó un poema condescendiente y misógino:

 

    “En vez de dedicarse a planchadora

    o hacerse lavandera

    se dedicó al toreo esta señora

    y, al fin, se hizo torera.

    Cada cual tiene un gusto diferente

    y así vamos tirando:

    pero yo lo que opino es, francamente,

    que estaría mejor Lola fregando”.

 

Estas críticas no mermaron su determinación. A lo largo de cinco o seis años de carrera, toreó en plazas importantes de Andalucía, como Cádiz, Córdoba, Jerez, Sanlúcar y Linares, así como en localidades madrileñas como Vallecas. Su estilo fue descrito como valiente hasta la temeridad, y su entrega le costó numerosas cogidas. A pesar de los riesgos, logró ganar lo suficiente para retirarse con tranquilidad, según fuentes de la época, lo que confirma el impacto económico de su popularidad.

 



Su trayectoria se inscribe en un contexto singular: durante las últimas décadas del siglo XIX, el toreo femenino vivió un breve periodo de efervescencia con cuadrillas como “Las Noyas” —procedentes de Cataluña— que se presentaron en España y América entre 1895 y 1900. Sin embargo, la presión del gremio masculino no tardó en traducirse en medidas institucionales. En 1908, el ministro de Gobernación Juan de la Cierva promulgó una Real Orden que prohibía a las mujeres actuar a pie en los ruedos españoles, consolidando un veto que ya venía aplicándose de manera extraoficial por empresarios y matadores que se negaban a compartir cartel con ellas.

 

El legado de Dolores Sánchez sobrevivió a la prohibición. Su influencia fue directa en figuras como María Salomé Rodríguez, conocida como “La Reverte”, quien decidió hacerse torera tras verla actuar. Para eludir la normativa de 1908, La Reverte adoptó la identidad masculina de “Agustín Rodríguez” y continuó toreando disfrazada de hombre, heredando así el espíritu desafiante que La Fragosa había encarnado años atrás.

 

En lo personal, Dolores se casó con su banderillero Rafael Sánchez, apodado “El Bebe”, y fue madre de “Bebe chico”, quien también incursionó en el mundo taurino. A pesar de su fama, los detalles sobre su retiro y su muerte permanecen en la penumbra. No se conoce con certeza la fecha ni las circunstancias de su fallecimiento, lo que contribuye a envolver su figura en una bruma de leyenda.

 

Dolores Sánchez “La Fragosa” no fue solo una torera destacada, sino una transgresora radical en una España marcada por rígidas convenciones de género. Su paso por los ruedos fue tan fulgurante como incómodo para la estructura patriarcal del toreo, pero abrió caminos para otras mujeres que, inspiradas por su ejemplo, encontraron el valor de enfrentarse al toro —y a la sociedad— a su manera. Su nombre, aunque durante años relegado a los márgenes de la historia oficial, hoy brilla con justicia como símbolo fundacional del toreo femenino moderno.


martes, 22 de julio de 2025

ENTRE LEYENDA Y REALIDAD

 


 


La tauromaquia, arraigada en la historia y la tradición de España y América Latina, ha sido por siglos una expresión de arte, coraje y ritual. Sin embargo, más allá del albero, las banderillas y el paseíllo, existe un universo menos visible que circula entre bastidores y burladeros: un mundo de sombras, presagios y relatos que trascienden la lógica. Apariciones, maldiciones, rituales misteriosos y toreros que, según cuentan, no han abandonado del todo la plaza, alimentan una mitología paralela que convive con la Fiesta.

Apariciones y presencias: espíritus entre los tendidos

 

Uno de los casos más conocidos ocurrió en la Plaza de Toros Santamaría de Bogotá. En 2014, durante una protesta de novilleros en huelga de hambre, se tomó una fotografía donde aparece una figura espectral con cabeza de cerdo. La imagen, que circuló ampliamente en blogs y foros como Toros y Faenas y El Rincón Paranormal, fue interpretada como una manifestación sobrenatural. A partir de entonces, vigilantes nocturnos y empleados han reportado gritos, pasos y murmullos en zonas vacías del coso colombiano, especialmente en los pasillos cercanos al toril.

 

Similares historias se cuentan sobre la Maestranza de Sevilla, donde el torero Blanquet, días antes de morir repentinamente de un infarto, afirmó oler cera quemada durante dos faenas distintas. Para muchos, ese aroma fue un presagio funesto, asociado a las velas y la muerte.

Toreros que no descansan: tragedias y retornos

 

Los casos de toreros fallecidos que siguen "presentes" en espíritu han cobrado fuerza a través de testimonios orales y leyendas urbanas. En plazas ya clausuradas o ganaderías antiguas, algunos aseguran ver sombras vestidas de luces en la madrugada o escuchar voces que entonan pases sin público. No hay grabaciones concluyentes, pero sí una persistente narrativa que habla de figuras que se resisten a abandonar el ruedo.

 

Un caso célebre es el del llamado “Cartel Maldito de Pozoblanco”. El 26 de septiembre de 1984, Francisco Rivera “Paquirri” murió en la plaza de Córdoba al ser corneado por el toro Avispado. Apenas un año después, José Cubero “El Yiyo”, quien había sustituido a Paquirri en diversas corridas, falleció en Madrid por una cornada en el corazón. El tercero del cartel, Vicente Ruiz “El Soro”, sufrió una lesión que casi le costó la pierna y lo apartó durante décadas del toreo. El destino trágico de los tres protagonistas alimentó la idea de una maldición, atribuida por algunos a la cabeza disecada de Avispado, expuesta como trofeo en la finca de Paquirri.

Toros espectrales: entre lo físico y lo simbólico

 

En redes sociales como TikTok, han circulado videos virales sobre el llamado "Toro Fantasma" en Azángaro, Perú, y en una finca llamada Rancho La Estrella. Se trata de imágenes donde se escuchan mugidos lejanos y se muestra la silueta oscura de un toro sin dueño. Aunque estas grabaciones suelen ser de baja calidad, acumulan millones de vistas y generan debates sobre su autenticidad. En estos relatos, lo visual se mezcla con lo ancestral: el toro como símbolo de fuerza y misterio, convertido ahora en ente espectral.

 

Otra figura asociada al misticismo taurino es el Toro de Fuego, especialmente en fiestas como el Toro de Júbilo en Medinaceli (Soria). Allí, un toro recorre la plaza con bolas de brea encendidas en los cuernos. Aunque esta práctica tiene raíces paganas y prerromanas, el fuego purificador y el animal envuelto en llamas evocan un imaginario claramente sobrenatural.

Pactos, supersticiones y brujería ecuestre

 

La historia taurina no está exenta de creencias mágicas. Algunos toreros afirman portar medallas bendecidas, dientes de lobo, monedas antiguas o escapularios durante la corrida como protección. En México, especialmente en relatos del siglo XVII ligados a la charrería, se narran hechos insólitos como el del mulato vaquero que introducía naranjas en los cuernos del toro y lo amansaba, algo que los clérigos de la época atribuían a brujería. También se mencionan supuestos pactos con entidades oscuras para obtener temple y coraje frente al toro, en especial entre toreros gitanos.

Su gestión colectiva: la sugestión como motor del misterio

 

Muchos fenómenos atribuidos a lo paranormal pueden tener explicación psicológica. La soledad de una plaza vacía, el eco de los tendidos, los reflejos, la presión emocional del torero o la mitología transmitida por generaciones generan condiciones perfectas para la sugestión colectiva.

 

En entrevistas recogidas por Toros y Faenas y Ovaciones, algunos profesionales del sector —desde banderilleros hasta mozos de espadas— afirman haber sentido “una presencia”, o experimentar frío repentino en pasillos donde no hay corriente de aire. En algunos casos, incluso se han negado a regresar a ciertas zonas de la plaza.



De las ruinas a las redes: el nuevo altar del mito

 

Actualmente, las plazas en ruinas o abandonadas se convierten en escenarios privilegiados para grabaciones paranormales. Canales de YouTube e investigadores independientes realizan “exploraciones nocturnas” en recintos como la vieja Plaza de Toros de San Roque (Cádiz) o cosos rurales en desuso. Allí afirman captar psicofonías, luces erráticas y movimientos sin explicación. Aunque estos contenidos no están avalados por la ciencia, alimentan la expansión del mito en la era digital.

La mirada escéptica: entre lo creíble y lo creído

 

Expertos como José Francisco Coello Ugalde, historiador taurino mexicano, señalan que muchas de estas leyendas responden a una construcción social del miedo, el respeto y la muerte en el toreo. Las figuras espectrales no buscan tanto ser verdaderas como simbólicas: representan la carga emocional del oficio, la memoria colectiva de los caídos, y el romanticismo fatal que rodea la figura del matador.

 

En este sentido, los fantasmas taurinos no habitan tanto las plazas como la conciencia de quienes las aman.

 Conclusión: el tercer tercio del misterio

 

Lo paranormal en el mundo taurino forma parte de su liturgia no oficial. Desde toros espectrales en videos virales hasta olores premonitorios en la plaza, desde pactos oscuros hasta sombras en los burladeros, este cúmulo de relatos constituye una suerte de tercer tercio invisible, donde se enfrentan la razón y la emoción.

 

En un mundo tan arraigado a la muerte y al rito como el taurino, no sorprende que lo sobrenatural se cuele entre las tablas. Si hay fantasmas en las plazas, tal vez no sean más que recuerdos —pero en la tauromaquia, los recuerdos se visten de luces y nunca se van del todo.

domingo, 20 de julio de 2025

MARCIAL VILLASANTE

 

 


Marcial Villasante Riaño fue, sin duda, una de esas figuras imprescindibles que, desde la trastienda de la Tauromaquia, mantuvieron encendida la llama del toreo con pasión, constancia y humildad. Sin los grandes focos de la gloria, pero con la nobleza del que no busca más recompensa que el deber cumplido, consagró su vida entera a la Fiesta desde todos los flancos posibles: novillero, empresario, apoderado, ganadero y, sobre todo, incansable defensor del toreo de base.

 

Nacido en 1936 en Villalpando (Zamora), un pueblo que respira campo y tradición, Marcial comenzó su andadura taurina desde niño, en un entorno donde las capeas formaban parte esencial del calendario popular. Durante las fiestas de San Roque, oficiando como pregonero municipal, quedó fascinado por la cuadrilla de viejos toreros desheredados de la gloria que recalaban en el pueblo para tentar a la suerte y pasar el guante al terminar. Nombres como El Velas, Perules, El Poto, El Maño, Arturo, El Muertes, o Conrado —el zamorano que acabaría convertido en leyenda de las capeas— fueron los primeros espejos en los que Marcial empezó a mirarse.

 

Aquel universo romántico y heroico encendió una pasión que jamás se apagaría. Empezó toreando de salón con su hermano y su inseparable amigo Andrés Vázquez, “El Nono”, en los corrales del pueblo. Más adelante, se trasladó a Madrid, donde se formó en la Escuela Taurina de Vista Alegre bajo la tutela de maestros como Saleri II y Marquina. Fue allí donde comenzó a gestarse su etapa como novillero.

 

Su primera experiencia seria llegó con catorce años, cuando se puso delante de una vaca y recibió una cornada grave en una finca de Casimiro Sánchez, en Benavente. Pese al susto, no se amilanó. Mató su primer novillo en Castroverde del Campo y acumuló más de doscientas becerradas a lo largo de su trayectoria. Aunque debutó con picadores —incluso toreó en Almendralejo—, nunca llegó a tomar la alternativa. Con honestidad y humildad, reconocía que el camino hacia el estrellato era muy difícil y que debía ser consciente de sus propias limitaciones.

 

Obtuvo el carné de profesional y toreó en numerosos pueblos de Castilla y otras regiones, sabiendo que su lugar en la historia taurina no estaba en la cima del escalafón, sino en otros terrenos no menos importantes.

 

La faceta en la que Marcial Villasante dejó su huella más profunda fue la de empresario. Su debut en este terreno fue tan simbólico como accidentado: organizó un festival en Candelario durante las fiestas de Santiago y se anunció para matar un novillo. Durante la lidia, al ver a varios jóvenes colarse trepando por los árboles, gritó “¡Se está colando gente!”, se distrajo y el novillo lo volteó, fracturándole la clavícula. No terminó la faena, pero sí quedó grabada la escena como símbolo de su entrega, su vocación de servicio y su sentido de la responsabilidad.

 

A partir de entonces, comenzó una prolífica carrera como organizador de festejos en toda la geografía española, especialmente en Zamora, Salamanca, Segovia, Valladolid, Cáceres, Trujillo, Olivenza, Balmaseda, Sepúlveda y la Sierra de Madrid. También promovió espectáculos en La Alcarria, Extremadura y llegó incluso a organizar una ambiciosa temporada en El Puerto de la Cruz, en Tenerife. Esta aventura acabó en fracaso económico, pero no mermó su entusiasmo, como tampoco lo hicieron otros reveses, como la caída de plazas portátiles en Pinilla de Toro o El Pinedo, que asumió con entereza.

La ciudad de Salamanca fue mucho más que una residencia para Marcial Villasante: se convirtió en su auténtico cuartel general. Desde allí, con una visión estratégica y una vocación inquebrantable, diseñó muchas de sus gestas más audaces como empresario taurino. Fue desde la capital charra desde donde ideó y puso en marcha iniciativas que hoy resultan memorables, como llevar corridas de toros a Tenerife, organizar una corrida goyesca en plena Sierra de Béjar o incorporar con naturalidad al cartel a mujeres toreras, grupos cómicos taurinos, forcados portugueses y jóvenes promesas. Para Marcial todos tenían cabida, todos merecían un sitio. Su obsesión era mantener viva la afición, alimentarla en todos los rincones posibles, especialmente en aquellos municipios que apenas tenían acceso a espectáculos taurinos de calidad.

 

Esa capacidad de gestión, pero también de sensibilidad hacia el aficionado de a pie, es la que recogio su hija, la periodista Patricia Villasante, en un libro titulado “Marcial Villasante, una vida dedicada al toro”. En sus páginas, la autora repasa las vivencias de su padre, primero como soñador del toreo que luchó por formar parte del escalafón de matadores, y después como un empresario innovador, siempre al servicio de la Fiesta.

Contrató a las máximas figuras del momento, como El Viti, Julio Robles, El Niño de la Capea o Manzanares, pero también supo abrir carteles a los que apenas comenzaban, conscientes de que en ellos estaba el porvenir. Fue, como lo define su hija, “un hombre orquesta, emprendedor, luchador, adelantado a su tiempo”. Un personaje singular que encontró en Salamanca su tierra adoptiva desde principios de los años 60 y que allí vivió, trabajó y soñó hasta el final de sus días. Este libro, según su autora, “no es una biografía convencional, sino un retrato íntimo y peculiar de alguien que vivió y sintió el toro con intensidad y entrega absolutas”.

 

Durante años tuvo tres plazas portátiles con las que recorrió España. En ellas pasaron figuras como El Viti, Manzanares, Paco Camino, Dámaso González, Julio Robles y El Niño de la Capea. Con algunos, como Robles y Capea, tuvo una relación especial, habiéndolos apoyado en sus primeros pasos cuando aún toreaban de tapia por las fincas salmantinas.

 

 

 

Otra de sus grandes aportaciones al toreo fue su labor como apoderado. Llevó con acierto la carrera de Julio Norte, a quien condujo hasta la alternativa, y representó a Pepe Luis Gallego y a Domingo Siro “El Mingo”. Además, orientó a numerosos toreros jóvenes, incluyendo mujeres toreras en una época en la que eso aún era poco frecuente. Su olfato taurino era proverbial: sabía detectar a quien tenía madera de figura y no dudaba en ofrecerle su apoyo, aunque supusiera un sacrificio económico.

 

A diferencia de muchos empresarios, no buscaba el beneficio rápido, sino la continuidad de la Fiesta. Su hija, la periodista Patricia Villasante, contaba que “prefería ganar menos si con ello ayudaba a un amigo o daba oportunidad a alguien con talento”.

 

En su variada trayectoria también hubo espacio para la ganadería. Adquirió una punta de ganado a Matías Bernardos “El Raboso”, cuya finca estaba en Fuentelapeña (Zamora). Más tarde vendió la vacada, que actualmente sigue lidiándose bajo el nombre de “Santa María de los Caballeros”.

Hombre atento, servicial, honesto y sencillo, fue conocido por su cercanía y su carácter afable. En sus últimos años, aunque retirado de la gestión directa, no se alejó nunca del mundo del toro. Seguía acudiendo a festejos, coloquios, tertulias y actos taurinos, acompañado siempre de su esposa Nati o su hija Patricia, con quien mantenía una relación especialmente entrañable. Su saludo habitual —“¿Cómo estás, jefe?”— se convirtió en seña de identidad entre los muchos amigos y aficionados que lo recordarán por siempre.



Falleció el 7 de agosto de 2018 en Salamanca, a los 82 años. Su funeral se celebró en la Parroquia de María Mediadora y sus restos fueron trasladados a Villalpando, su querido pueblo natal, donde descansan bajo el cielo limpio y la tierra firme que lo vieron nacer y soñar.

 

Marcial Villasante representa la figura del romántico taurino, del luchador incansable que, lejos de los focos y sin grandes padrinazgos, sostuvo la Fiesta desde la base. Su vida fue un ejemplo de entrega, de amor por el toro y de compromiso con las raíces del toreo. Fue, como bien lo definió Paco Cañamero, “un personaje menudo e inquieto, de ojos vivarachos, que fue un luchador en todos los caminos del toro y deja el buen recuerdo de quien supo ganarse el respeto general”.

 

Y quizás por todo eso, el día de su muerte, como escribió Cañamero, “en el cielo abrieron de par en par la puerta grande y hasta San Pedro se despojó de su capotillo para arrojárselo a los pies de Marcial y darle la bienvenida más torera”.