DON PEDRO YUSTE DE LA TORRE
NOTAS DEDICADAS
A José Pardo de Figuéroa y Manso,
POR SU AFECTÍSIMO DE SU CORAZON
EL DOCTOR THEBUSSEM.
I.
Los YUSTE DE LA TORRE hacen por armas cinco barras de azur en campo de oro, con orla de ocho aspas de dicho metal en campo de gules.
Familia establecida en Arcos de la Frontera desde principios del siglo XVI, poseedora de vínculos y mayorazgos y con antigua casa solariega provista de cadenas que daban derecho de asilo, disfrutó siempre en los cargos concejiles, en los padrones yen el concepto público, de todos los fueros y privilegios dispensados á la notoria hidalguía.
Término el de Arcos de los más fértiles y amenos de la provincia de Cádiz; con famosas razas de caballos y de toros bravos-, con muchas viñas y bosques abundantes en caza, lógico era que los hidalgos nacidos bajo el cielo de aquel rincón andaluz, siguiendo las costumbres de los caballeros españoles del siglo XVIII, fuesen aficionados á la equitación, á la caza y al toreo.
En 1776 nació D. Pedro Yuste de La Torre, según consta de la siguiente partida:
“En la Ciudad de Arcos de la Frontera, en el día veinte y uno de Henero de mil setececientos setenta y seis años, yo el Licenciado D. Xptonal de Torres y Pina, Capellán subdelegado de la jurisdicción Eclesiástica Castrense, bapticé á Pedro Marta de las Nieves Joseph Hilaría de los Dolores, que nació el día catorce de este dicho mes, hijo legítimo de Don Alonso Yuste de la Torre, soldado distinguido del Reximiento fixo de Ceuta, y de Doña Gerónima Antúnez su legítima mujer: fueron padrinos D. Juan Antonio Toñanejo, Marqués de Torresoto, y Doña María de las Nieves Fernández de Valdespino y Dávíla, su mujer, á quienes advertí el parentesco espiritual que contraxeron con el Ahijado y sus Padres, y la obligación de enseñarle la Doctrina Cristina, y lo firmé fecho ut supra Licenciado Don Xptoval de Torres y Piña.”
Á los veinte años era D. Pedro Yuste el primer jinete y tañedor de vihuela de la ciudad. Diestro como pocos en el manejo de la espada, cazador infatigable y de apuesta y distinguida figura, era también el encanto de sus amigos y el ídolo de las damas. Como capeador y como varilarguero, se lució y obtuvo unánimes aplausos en varias corridas de toros.
A falta de odios políticos había en los siglos pasados odios de familia, más crudos y tenaces mientras más pequeñas eran las poblaciones en que existían y se desarrollaban.
Galanteaba I). Pedro á una ilustre doncella cuyos padres se opusieron á que su hija tuviese amores con el hombre que desde 1798 había descendido á picador de toros, y que además era de casa rival y enemiga de la suya. La oposición alentó recíprocamente el amor de doña Nieves y el de don Pedio. Un hermano ác aquélla riñó con el amante; y aun cuando intentó acorralarlo y vencerlo, consiguió tan sólo ser desarmado y vencido en esgrima, en generosidad y en nobleza.
La pobre muchacha, que se vio á las puertas del vecino convento sin vocación de monja, acude á D. Pedro suplicándole en vehemente y apasionada epístola que la salvase del sepulcro en vida, é implorando y amparándose á la hidalguía de su adorado galán.
Se verificó la fuga Doña Nieves fue depositada en casa de unos parientes suyos. Promovióse gran escándalo en la población, y la justicia tomó cartas en el asunto en virtud de querella de los padres de la novia.
Don Pedro, á modo de caballero calderoniano, se declaró raptor de la dama; presentó testigos que confirmaran su dicho, quemó la carta de Doña Nieves, y manifestó al corregidor que estaba pronto á
sufrir el castigo que las leyes determinasen.
Era en aquel entonces poseedora del Ducado de Arcos la célebre é ilustre Doña María Josefa Pimentel, Condesa de Benavente, gran protectora de don Pedro. Por su influencia y por la convicción moral que lo¡= jueces tuvieron de la índole de) delito, pudo conseguirse que en vez de galeras ó presidio fuese condenado á servir cuatro años en el fijo de Ceuta.
Allí fue hacia 1805; pero al poco tiempo desertó ó lo dejaron desertar, y se pasó al moro Renegó, aprendió algo de árabe y logró relacionarse y tener valimiento con el Emperador de Marruecos, gracias á su extraordinaria destreza y habilidad en todo linaje de ejercicios corporales. Como jinete
consumado, mereció que lo designasen para acompañar á los marroquíes que hacia el año 1807 vinieron á España para traer al rey Carlos IV unos caballos que le regalaba el Emperador.
Celebrose por aquello., días en Madrid una corrida de toros, á la que asistió la embajada morisca de que formaba parte D. Pedro. Mediada estatua la fiesta, cuando solicitó, por medio de intérprete, permiso para rejonear un toro si le daban para ello una mediana cabalgadura, Otorgada la venia, al asegurar los magnates árabes que aquel renegado era perito en el arte, bajó al redondel, montó un buen caballo, y después de dar una vuelta por la plaza llamando la atención por su aplomo y por la galanura de su traje berberisco, rejoneó gallardamente al toro. Y no satisfecho con esto, agarrochó á otro; y luego, apeándose y tomando un trapo, hizo alardes de habilidad, ligereza y gracia en el capeo.
Uniéronse á los aplausos y a la sorpresa del público la sorpresa y los aplausos del mismo Rey y de los cortesanos. Por conducto del trujamán lo felicitaba nada menos que el Príncipe de la Paz, cuando se redoblo el asombro de todos al oírle decir en correcto castellano:
—Señor, yo no soy moro y entiendo bien la lengua española.
—¿Quién sois?—Le preguntaron.
—Soy — contestó — un cristiano desventurado, como lo prueban esta cruz y escapulario que no se
apartan, jamás de mi pecho: allí está mi señora la Condesa de Benavente (y señaló al balcón en que se hallaba): ella me hará la merced de decir quién soy, y quizá la de fiar y abonar á su vasallo Pedro Yuste de la Torre. Esto dijo y dos gruesas lágrimas rodaron por sus mejillas.
A las veinticuatro horas del suceso recibió don Pedro, por mano del Contador mayor de la gran casa de Benavente, cédula de amplio y completo indulto con expresiva carta de norabuena de la Condesa, en la cual le ordenaba que adquiriese un par de trajes completos de picador cristiano para lucirlos en la Plaza de Madrid. A estos papeles acompañaba un bolsón de seda repleto de onzas de oro.
No sé cuál sería el rumbo de D. Pedro durante la invasión francesa de 1808. Lo cierto es que desde1805 no vuelve a aparecer su nombre en los carteles de toros hasta 1814. Dícese que alguna parte de este período estuvo en Málaga sirviendo el destino de Visitador del Resguardo. Lo que podemos asegurares, que hacia 1817 ó 18 se lidiaron en la Plaza de Ronda ocho toros NEGROS que, según el cartel, habían de picarse con caballos BLANCOS.
Al cuarto toro no quedaban ya jamelgos de dicho color en la caballeriza.
El ganadero y empresario de la corrida era D. José Topete, que se hallaba en el balcón de la Real Maestranza, á cuyo cuerpo pertenecía, acompañado de un hijo suyo mozo de pocos años. El público en coro pedía./¡caballos blancos'.!! Entonces Pedro Yuste sube al palco; habla al oído del empresario, baja en seguida, y al poco tiempo aparece en el circo-caballero en una magnífica jaca blanca como ¡a nieve, con lujosos arreos dispuesto á picar el toro. La plaza aplaudía mientras el mozuelo Topete, dueño del corcel, lloraba á moco tendido considerando el peligro de su cabalgadura.
No hay que decir que salió ilesa del combate, después de haber picado con ella los cuatro toros el esforzado Pedro Yuste de la Torre
II
Su retrato, perfectamente auténtico, data de los primeros años de este siglo y se halla en miniatura
sobre una caja de tabaco que conserva la señora doña Remedios de Quevedo y Yuste de la Torre, sobrina del retratado. De aquí sacó copia al óleo, con admirable parecido y excelente pincel, el señor Rodríguez de Losada, y de dicho lienzo, que debí como regalo á D. José Gutiérrez y Topete, proviene la magistral estampa de Chaves que publica este número de LA LIDIA
Dicen los que conocieron á D. Pedro que su figura era distinguida, elegante y gallarda. Blanco y de cutis fino y transparente, cualquier dama hubiera deseado para sí misma aquellos ojos y aquella cara, dulce y varonil á un mismo tiempo. Le prestaba mayor encanto el sello de tristeza ó melancolía que llegó á ser habitual en su semblante. Si á tales circunstancias se agregan las que antes dejamos apuntadas, bien pudo aplicársele aquella décima de un poeta moderno que dice así:
Muy diestro en rejonear,
muy amigo de reñir,
muy ganoso de servir,
muy desprendido en el dar;
tal fama llegó á alcanzar
en toda la corte entera,
que no hubo dentro ni fuera
grande que le contrastara,
mujer que no le adorara,
hombre que no le temiera.
III
¿Y es posible (dirán los taurófilos) que haya existido tan notable varilarguero y que no figure su nombre en las historias del toreo?
Ha figurado, sí, bajo un seudónimo. El célebre PEDRO PUYANA (el Mayor) ha sido y es la careta bajo la cual se ocultaba y se oculta D. Pedro Yuste de la Torre. Ni tuvo el alias, casi anejo á su profesión, ni quiso juntar, según costumbre, el apellido verdadero con el supuesto. Consiguió, a modo de cenobita, echar su nombre legítimo en el olvido.
Ni él ni su época hallaban compatibles los blasones con el oficio de la pica.
Torear por dinero en las plazas publicas, fue para nuestro hombre poner una pica en Flandes. Amores contrariados, desengaños, persecución por la justicia, emigración, permanencia entre moros, desdenes de familia y quién sabe cuántas y cuántas amarguras y sinsabores, darían á Yuste el tinte melancólico que respira su imagen.
Nacido en la corte de alcurnia de próceres y con esmerada educación y bienes de fortuna, hubiera sido el tipo perfecto del caballero espléndido, cortés, generoso y valiente. En la carrera de las armas quizá hubiera conquistado un título de Castilla y podría ser hoy conocido por conde ó marqués de Puyana.
Pero en los estrechos límites de un pueblo y con las circunstancias y contrariedades que le rodearon, no pudo pasar de hábil y afamado varilarguero.
De su arrojo y corazón queda en Andalucía la frase proverbial de ¡ah, Puyana en el mundo! como equivalente á decir: ¡aquí del valor y de la destreza! Sabido es que hubo al mismo tiempo dos Pedros Puyana: el menor y el mayor. Esta circunstancia se presta á confundirlos, así como á los pueblos de su naturaleza que fueron las ciudades andaluzas, cercanas entre sí, de jerez de la Frontera y Arcos de la Frontera. Puyana el mayor, el célebre que digamos, nació indudablemente en Arcos: el menor fue el jerezano, como asegura con acierto D. Leopoldo Vázquez:
Don José Pardo de Figueroa, á quien dedico estos apuntes cuenta hoy noventa años de edad.
Conoció y trató á nuestro Puyana y á su familia:
vio picar y derribar al célebre diestro, y hasta recibió del mismo lecciones de equitación, de caza y de
esgrima. Dicho señor, al garantizar la exactitud del retrato y la habilidad y buenas prendas del afamado
varilarguero, agrega que Sánchez de Neira habla con verdad completa al escribir en su Gran diccionario
tauromáquico los renglones siguientes:
«PUYANA (Pedro) —El nombre de este picador de toros, que tamo lució en el primer tercio del presente siglo, será imperecedero en los fastos»tauromáquicos, porque los que lo vieron aseguran*que había pocos diestros á caballo tan unidos á el de tan buen brazo, mejor mano izquierda, y que tan por derecho saliese a la suerte.”
IV.
Puyana murió sin dejar sucesión, hacía mil ocho veinte ó veintidós, desnucado de una caída del caballo en la plaza de Granada.
Las mujeres, en su mayor número, se asemejan á los borrachos. Estos entran con un licor á falta de otro, y lo mismo saborean el áspero Burdeos que la dulce malvasia. Doña Nieves, la que tanto amó al jovial Puyana, se casó luego con una golilla seco, desaborido, feo y adusto, gran partidario del rey Fernando VII, y sin más relaciones con la tauromaquia que las derivadas de las leyes de Toro.
Nieta de este matrimonio es una distinguida dama que hoy pertenece á la nobleza titulada de Madrid.
Tales son las noticias que, gracias á la solicitud de Don Miguel Mancheño y de otros amigos, he podido reunir tocantes al célebre picador. A Carmena, Neira, Vázquez, Peña y Goñi, Cavia y demás taurógrafos, toca enmendarlas, corregirlas y aumentarlas. Yo no debo pasar de ojeador que levanta
la pieza. Ne sutor sufra crepidam.
EL DOCTOR THEBUSSEM
Cartero honorario de España.
Medina Sidonia;
15 de Agosto 1888 años.
“LA LIDIA” 20/08/1888
MARIANO PARDO DE FIGUEROA
Mariano Pardo de Figueroa y de la Serna (Medina-Sidonia, 18 de noviembre de 1828 – ibídem, 11 de febrero de 1918) fue un escritor, cervantista y gastrónomo español. Conocido por sus incursiones en los tratados culinarios era conocido como Doctor Thebussem.
BiografíaAdoptó el exótico seudónimo de Doctor Thebussem, que no es más que el anagrama de la palabra Embustes añadiéndole la Th para darle un estilo más germano, para publicar, con un pretendido distanciamiento de hispanista extranjero, artículos sobre la situación española. Era hijo de familia ilustre y adinerada. Estudió Derecho y se doctoró en Madrid en 1854. Hizo una serie de viajes por medio mundo y se afincó definitivamente en su villa natal.
Dedicó sus esfuerzos principalmente a difundir y convertir en importante la literatura gastronómica, pero no fue éste el único de sus afanes literarios, pues escribió sobre filatelia, derecho, tauromaquia, historia, ex libris, bibliografía cervantina o teatro. Desde los 35 años casi no se movió de Medina-Sidonia, pero desde allí escribió y trabajó, manteniendo copiosa correspondencia con personajes de la época, españoles y extranjeros; se conocen mas de 12.000 cartas suyas. Como cervantista se le deben las Epístolas droapianas. Siete cartas sobre Cervantes y el Quixote, dirigidas al muy honorable Doctor E. W. Thebussem, Barón de Tirmenth. SS. TT. en los años de 1862 a 1868 por el señor M. Droap. Publícalas el Sr. Mariano Pardo de Figueroa (Cádiz: Imprenta de la Revista Médica, 1868). Un año después las continuó con Droapiana del año 1869. Octava carta sobre Cervantes y el Quijote... (Madrid: Rivadeneyra, 1869). Estas cartas, que, por demás, reúnen un gran caudal de referencias bibliográficas, no siempre dignas de crédito, sobre el Quijote, a veces en aspectos ínfimos o colaterales, tuvieron sin embargo la gran virtud de revitalizar el cervantismo de entonces, que se hallaba muy decaído.
Fue nombrado primer Cartero Honorario por Correos de España el 20 de marzo de 1880 como recompensa por su labor de divulgación de la incipiente filatelia. En 1944, le dedicó un sello y en 1981 emitió otro dedicado a su legado.
Fuente: Wikipedia