Emilio Ramón Salvador Boltañés, como es conocido en el mundo taurino, fue un hombre cuyo espíritu aventurero lo llevó a explorar una vida repleta de hazañas y retos en el ámbito taurino y más allá. Emilio Ramón Salvador nació el 28 de marzo de 1889 en Boltaña, Huesca, en el seno de una familia vinculada a la Guardia Civil. Su padre, jefe de la línea en la casa cuartel de Boltaña, fue trasladado a Teruel cuando Emilio era aún joven, un cambio que marcaría el inicio de una vida llena de mudanzas y desafíos.
Desde temprana edad, Emilio demostró una predisposición al servicio y la valentía, ingresando en la Guardia Civil con solo 14 años. Durante seis años, prestó sus servicios en el cuerpo, pero fue en un servicio de escolta, mientras acompañaba al correo de Zaragoza a Mora la Nueva, donde su destino comenzó a tomar forma. Allí, al cruzarse con la cuadrilla del torero "Cocherito de Bilbao", Emilio se vio cautivado por la vida de los toreros. En una conversación con el banderillero "Pinturas", Emilio preguntó qué se necesitaba para ser torero. La respuesta fue simple: valor. Esa palabra quedó grabada en su mente y lo motivó a tomar una decisión que cambiaría el rumbo de su vida.
Con la firme determinación de convertirse en torero, Emilio renunció a su puesto en la Guardia Civil y comenzó a buscar oportunidades en el mundo taurino. Su primer intento fue con Zaldívar, empresario de caballos de la Plaza de Zaragoza, pero las condiciones no fueron favorables.
Sin embargo, el destino lo llevó a conocer a "Cortijano", quien le ofreció la oportunidad de demostrar su valía. En mayo de 1908, Emilio se unió a la cuadrilla de Ernesto Bernida para torear en Villarreal, donde enfrentó su primer toro. A pesar de la trágica muerte de un compañero durante el apartado, Emilio se lanzó al ruedo con determinación y colocó la vara en las péndolas, ganándose los aplausos del público.
Con este éxito inicial, Emilio, ahora conocido como "Boltañés", se estableció como picador en Valencia, donde continuó impresionando a los aficionados. El 2 de febrero de 1912, causó sensación en Madrid al picar seis toros de don José Bueno, y al año siguiente se unió a la cuadrilla de Ricardo Torres "Bombita", con quienes toreo hasta 1913, fecha en la que el maestro se retiró. En Valencia, Boltañés se ganó una oreja por su actuación, un hecho insólito para un picador.
La vida de Boltañés no se limitó a la tauromaquia. En busca de nuevos horizontes, decidió probar suerte como rejoneador, compitiendo con figuras como Basilio Barajas.
Un día, fue contratado de urgencia para sustituir a Cañero en Castellón. Sin sus caballos disponibles, salió al ruedo montando un jamelgo de picador y, contra todas las expectativas, logró derribar a los toros con precisión, convirtiendo las risas iniciales del público en una ovación de pañuelos.
Boltañés fue un hombre de mil oficios. Además de sus habilidades como picador y rejoneador, se aventuró en el mundo empresarial, invirtiendo medio millón en la Plaza de Valencia. Sin embargo, la vida de empresario taurino no fue fácil, y para distraerse, decidió unirse a una expedición taurina en Italia y Hungría, donde tuvo éxito como rejoneador. En 1927, hizo su última aparición como rejoneador en Córdoba.
Tras su retirada, Boltañés no dejó de buscar nuevas oportunidades. Participó en la construcción del barrio de Usera en Madrid, colaborando con Marcelo Usera, y fue elegido primer alcalde de la zona por los residentes agradecidos. Sin embargo, su inquietud lo llevó de nuevo a América, donde ya había estado como picador en 1920 y 1927.
Esta vez, asumió la gestión de la plaza de Lima durante tres años, fundó la ganadería La Viña y colaboró en la ganadería de Cartagena de Indias en Colombia.
A pesar de los éxitos iniciales, la fortuna de Boltañés comenzó a decaer, perdiendo tanto capital como amigos. Regresó a España con la esperanza de retomar su carrera, pero las circunstancias no fueron favorables. De vuelta en Lima, ya con un déficit considerable, se vio obligado a buscar trabajo fuera del ámbito taurino. Publicó un anuncio ofreciendo sus servicios como cocinero español y encontró empleo en un hotel, donde se ganó el aprecio de los huéspedes con sus menús caseros.
Finalmente, en 1938, Boltañés regresó a España y retomó brevemente su carrera como picador, trabajando bajo las órdenes de Manolo Martín Vázquez en Algeciras. A lo largo de su vida, tuvo maestros como "Morenito de Talavera", "Gallito" y "Angelete". Pero su espíritu nómada lo llevó una vez más a América, donde se involucró en negocios ganaderos y descubrió nuevos talentos en el mundo taurino.
Boltañés fue un hombre que no dejó que la vida lo pasara por alto. A pesar de las dificultades, siempre encontró la manera de reinventarse. Sus hijos, quienes aprovecharon los esfuerzos y sacrificios de su padre, alcanzaron puestos destacados: su primogénito se convirtió en ingeniero, y su hija mayor, María Teresa Ramón Blanes, conocida como Elenita Salvador, brilló en las mejores compañías teatrales. Así, Boltañés, con su vida de constantes idas y venidas, dejó una huella indeleble en el mundo taurino y más allá, demostrando que la perseverancia y el valor son clave para no pasar inadvertido en la vida.