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Joselito tenía a orgullo el ser torero, en parecer torero siempre. Por eso lucia la fina trenza de la coleta y el traje corto,ceñido y pinturero. |
Cuenta Gustavo del Barco, en su magnifica biografía sobre el torero de Gelves, que una noche de riguroso invierno, cuando la lluvia caia a torrentes, Josellto descendió de un automóvil, ganando de un salto el portal del domicilio de su apoderado, don Manuel Pineda, que ¡por aquellas fechas lo tenía en la calle de Trajano. Al tocar la campanilla para que le abriesen la cancela, una mano sarmentosa le tocó al torero, en súplica de limosna. Joselito, así sorprendido, objetó a la implorante, entre severo y piadoso: «¡Señora, con la noche que hase y con la edá que tiene, ¿cómo se atreve usté a salí de casa?»... —Es que... -replicó la vieja, Justificándose— mi hija es viuda y lava ropa pa mantené a unos nletesiyos, pero gana tan poquita cosa que cuando el hambre aprieta me vengo a la puerta de ese cabaret (señala a Variedades, ubicado frente al sitio de la ocurrencia) pa recoge arguna cosiya, y como la noche está tan mala me metió en este saguán pa no mojarme. joselíto, impresionado por el relato de la pobre, dijo a Pineda, al tiempo que éste le abría la cancela: «Infórmese a fondo de cuanto di se esa mujé, y dele por ahora, como cosa suya, un par de duros», resultando de la información efectuada ser ciertos los extremos alegados por la mendicante, y asignándole Josellto, bajo secreto absoluto de su nombre, ciento cincuenta pesetas mensuales, que la señora hacía efectivas cada primero de mes, desarrollándose el día 1 de junto de 1920, en el domicilio del señor Pineda, una escena desgarradora cuando el apoderado del torero dijo a la beneficiada que ya no podría facilitarle más Socorros porque su protector,
Josellto «El Gallo», había fallecido. Y de la misma madera de este hecho, que en sustancia recogemos, debe estar plagada la vida de Joselíto, ya que don Antonio Sánchez Barroso, con domicilio en Sevilla, calle de la Albóndiga número 62, entre un sinfín de anécdotas y caridades de Joselíto, contaba que, al vibrar la campanilla de la casa de Josellto en la Alameda, impulsada por la mano del matador de novillos José Alvarez «El Tello», Joselito, desde el principal de la vivienda, ordenó: —Anita, ve a ve. quien llama. (Anita era la sirvienta del torero y luego fue la esposa de su mozo de estoques, Paco Botas.) —Dise que e «er Teyo» —respondió la criada. —Pos ábrele la cánsela y mételo en mi despacho, que ya bajó —replicóle el diestro. —¿Qué te trae por aquí, José? -dljo al Tello Joselíto. —Pos mira, José, que estoy en las urtimas y, vengo a ve si tú me echas una mano. Un benefisio resolverla mi sitúasíón. Me haría un hombre. Estoy cosió a cornás, y ni tengo contratos, ni' yo, aunque los tuviera, podría ya torear. No vargo ya pa na, y de verdá, de verdá te digo que estoy dando las boqueas. ¡Si tú me ayudaras!... Joselito* le rnlró a los ojos, y tras una breve pausa embarazosa, le contestó resuelto: —Vente por aquí mañana a esto misma hora y no digas de esto una palabra a nadie. A la misma hora del día siguiente estaba otra vez el Tello en. el despacho dé Joselito, —Mira. José —lé dijo Gallito—. Ya tengo los toros y los toreros pa darte el benefisio; pero a tí qué te conviene má, un benefisio o dos duros diarios que yo puedo pasarle mientras vivas, —¡Hombre, José! —replicóle el Tello llevándose el pañuelo a los ojos—. A mí me convienen más los dos duros diarios, pero yo np quisiera abusa de tu buen corasón. —Pos entonces —prosiguió Josellto—, tendrás desde ahora dos duros todos los días, pero con una condíslón. , —Toas las que quieras, José; toas las que quieras. —Una sola, Tello, una sola. —¿Y qué condíslón es esa, José?.. —Que de esta visita y de esta conversación y de esto que te ofrezco no se tiene que entera ni la tierra. Absolutamente nadie, José, porque si yo me entero que tú lo. dises a arguna persona, desde ese mismo momento dejas de pérsibí los sesenta duros al mes.
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1916 Joselito jugueteando con un becerro en una fiesta privada celebrada en Pino Montano (Sevilla) |
Y pasaron los años, y con ellos los días que trajeron el nefasto 16 de mayo de 1920, cuando por Sevilla, al anochecer, comenzó a circular, como marea que se eleva y agiganta despaciosa e insensiblemente, la noticia de la tragedia de Talayera, La gente, sobrecogida por el «runrún», restaba crédito a lo que oía, y a lo que para ella era absurdo que sucediera, pero el rumor crecía y se extendía inexorablemente por Sevilla entera con la fuerza incontenible de las cosas fatales.A Joselito le ha matado un toro!, se oía por doquier. Don Juan José Serrano Gómez, fotógrafo eminente, por desgracia fallecido, que con don Agustín López Maclas «Galerín» presenciaba la función de tarde en el Teatro del Duque, salió a la calle con el periodista, temerosos ambos de comprobar lo que ya por el patio de butacas sé comentaba y paralizaba la acción de los actores en el escenario: ¡Que a Joselito le había matado un toro en Talavera! Al cruzar los aludidos la calle de Trajano, desde el Petit-Café (actualmente Café Rueda), situado en la Plaza del Duque de la Victoria, les salió al encuentro José Alvarez «El Tello», quien, llorando y abrazándoles, les decía: «¡Ya se ma acabaron los sesenta duros! ¡A Josellto le ha matado un toro eh Talávera¡, revelándoles el Tello seguidamente el enigma y secreto de las trescientas pesetas mensuales.
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Jose Alvarez Tello |
Luego, Galerín y Serrano refirieron lo sucedido a don José Berro González, maestro barbero con industria abierta en la calle del General Polavieja número 15. Joselito. con su leyenda de roñoso en el ambiente taurino, y también, acaso en el general, ha sido probablemente el torero más rumboso en caridades que registra el escalafón torero profesional. Díganlo si no las Hermanitas de los Pobres, la Macarena y otras instituciones y particulares.extendiéndose por aquellos tiempos su fama de tacaño, porque él jamas se envileció prodigando la limosna denigrante, ni sus donaciones tuvieron nunca carácter publicitario, Joselito exigía siempre el secreto más cerrado para sus obras piadosas, conminando seriamente a sus protegidos con suprimírselas si el hecho se divulgaba.
Alma grande, Joselito se avergonzaba de poner su óbolo en la mano que se le extendía. Directamente, jamás dio nada en la vía pública. «Eso a mi madre, a mi madre» —repetía imperturbable a la nube de llorones que le acosaban apenas pisaba la Alameda. Y luego, cuando llegaba a su casa, humildemente, tímidamente, decía a la que lo llevó en su seno: «Si viene a visitarte (aquí el nombre del pedigüeño) le das de ¡mi ropero un trajesiyo cuarquiera. He visto al pobresiyo en la caye y yeba los codos rotos.» Y a Juan Soto, su amigo inseparable, que durante sus estancias en Sevilla diariamente y en los atardeceres le acompañaba al camarín de la Macarena, le daba al salir de casa cien pesetas en monedas de dos para que al paso, y a los menesterosos que reconociéndole se le acareaban, su amigo los socorriera, en tanto pue él, invariablemente, les decia: «¡Usté perdone, hermano!» Así era Joselito. Así era Joselito y asi se producía en su vida cotidiana este torero vértice y señor, humano y bueno, a quien tan fácil le hubiera sido destruir su fama de cicatero; pero a él —está probado— sólo le importaba satisfacer en secreto su innata inclinación misericordiosa, su vocación artística y torera, y estar siempre con Dios en la paz de su conciencia.