Cuando de escritores y artistas se trata, nadie ignora cómo la distancia del tiempo divorcia las primeras obras, atropelladas y juveniles, de aquellas otras robustas, vehementes equilibradas y firmes que años después componen la inspiración, la experiencia y el estudio. Por otra parte, el tiempo va de prisa; con el trasiego incesante de impresiones y de modas, nuestros gustos cambian, los del público se alteran también, y estas renovaciones impiden que la misma emoción nos parezca igualmente bella en dos situaciones cronológicas distintas. El que no cambia, el que no progresa y evoluciona, el que no asimila ni se renueva, pierde el mucho o poco crédito que alcanzara y aumenta, indefectiblemente, el montón de los fracasados, que fue lo que ocurrió con el matador de toros Leandro Sánchez de León, «Cacheta», tan torpe y atropellado cuándo empezó como tres lustros después. Nació en Bolaños (Ciudad Real) el 13 de mayo de 1861, de cuyo pueblo era veterinario su padre, don Faustino; desde sus primeros años se advirtió lo irreflexivo de su carácter, y así le vemos cadete de Infantería en Toledo, voluntario en un batallón de Cazadores después, más tarde estudiante de Veterinaria, y, para «sentar la cabeza», se hizo, finalmente, torero, cuyos primeros pasos como tal los dio acompañando al «Lavi» (hijo) y al «Pescadero», y siguiendo después a «Villarille» por tierras francesas, donde, al ver a los «écarteurs» practicar el salto de testuz, quiso emularles con miras a que tal especialidad le diera nombradía y provecho.
Así lo hizo en Madrid, al actuar como banderillero en la novillada que se verificó el 30 de marzo de 1884, tan pronto como apareció el toro tercero de la tarde. Al salir de una vara le esperó capote al brazo, y al llegar dicho astado a jurisdicción dio un salto de frente y fue a caer por la cola, acto impulsivo y ligero que le valió una ovación y al que si unos le dieron el nombre de «Salto de Cacheta», atribuyéndole su invención, otros le llamaron «Salto de la eternidad», fundándose los que lo calificaron de esta segunda manera, en las consecuencias desagradables que tal «suerte», podía tener para él, pues en varias ocasiones fue arrollado por las reses que pretendía burlar. Su aspiración era la de hacerse matador, y como novillero hizo su presentación en el ruedo madrileño el 23 de noviembre de aquel mismo año 1884, para estoquear reses de don Fernando Gutiérrez, de Benavente; alternando con «El Niño», un matador de novillos, llamado también Fernando Gutiérrez, que fue el último torero con patillas de boca de hacha. Es decir, no alternó en tal ocasión, pues, cogido y lesionado, no pudo dar muerte a ninguno de sus toros. Fue tan decidido y arrojado como inepto; las funciones de muletero y estoqueador le venían anchas; pero el público aplaudía la temeridad que representaba aquel salto; y esto fue bastante para que los empresarios solicitasen su concurso; y no sólo en la Península, sino en Francia y en la isla de Cuba (posesión española entonces), en donde hizo provechosas campañas. Así pasó cuatro temporadas seguidas, dando saltos que no siempre resultaban limpios y haciendo faenas casi siempre sucias, pues si se mostraba torpe con la muleta, al esgrimir el estoque no eclipsaba la luz de un candil; pero se había propuesto hacerse matador de toros, y a pesar de su carencia de arte, de sus impulsos violentos, y de su falta de reflexión vio adornado con la borla de doctor, doctorado que, en un diestro de tal condición, resultaba un tanto irónico.
Fue en la corrida verificada en Madrid con fecha 14 de octubre de 1888; actuaron en ella «Currito», «Cara-ancha» y el neófito y se lidiaron tres toros de don Agustín Solís y otros tres de don José Clemente, a cuyo nombre se lidiaron éstos en tal día por primera vez en la capital de España, pues antes habían pertenecido a don Ángel González Nandín. Y ocurrió que «Currito» cedió a Leandro el primer toro de la tarde, de los de Solís, llamado «Mayoral», un bicho bravo y noble hasta dejarlo de sobra, del que el recipiendario no supo sacar partido con la muleta, y si bien dejó una buena estocada, fue cogido, por no vaciar bastante, y perseguido luego hasta las tablas, en las que sufrió varios derrotes y por milagro no sacó más que tres heridas en la pierna derecha, las cuales, aunque no de mucha gravedad, le impidieron continuar la lidia. Al juzgarle por su labor en esta corrida, escribió El Toreo lo siguiente: «No basta, para ser matador de toros, tener valor suficiente para colocarse delante de las reses y entrar con frescura en el peligro. "Cacheta" tiene valor, pero desconoce el arte, y esto lo demostró ayer con el único toro que estoqueó.» Y La Lidia, por su parte, se expresó en estos términos:
«Podríamos demostrarle que no ha pasado por su mente peor pensamiento que el puesto en práctica ayer tarde, asegurando al mismo tiempo que ningún auxilio prestará a la fiesta nacional, tal necesitada hoy de toreros inteligentes.» Un inciso en verdad que tenía salero La Lidia al decir que no había toreros inteligentes en 1881 cuando se contaba con «Lagartijo», «Currito» «Frascuelo», «Cara-ancha», Fernando «el Gallo» Ángel Pastor y «Guerrita», y el arte de tales diestra --algunos ya en decadencia, es cierto— se aplaudí, tanto como las estocadas de Mazzantini y el arrojo del «Espartero». ¡Qué viejo achaque es el de volver la vista al pasado y menospreciar lo presente.
Pero sigamos con «Cacheta». En posesión de la alternativa, toreaba cuatro o cinco corridas cada año y a veces alternando con novilleros, y viendo el escaso fruto que aquí le daba la profesión, se trasladó a América, para ver si allí lo alcanzaba más abundante y rico y no debió de irle mal cuando fijó allí su residencia durante algunos años, concretamente en Colombia. Olvidado lo tenían los públicos de aquí, y en Madrid se encontraba circunstancialmente cuando; al celebrarse en esta capital una gran corrida patriótica el 12 de mayo de, 1898, fue designado para dar muerte al primer toro de la tarde, de Udaeta, previamente rejoneado por don Antonio Fernández de Heredia y don Rafael Rodil —caballeros no profesionales—, y se dio el caso pere grino de que le concedieran una oreja de dicho res, en una época en que no era costumbre, hacer tales concesiones. ¿Fue porque «Cacheta» realizo algo extraordinario? Teniendo en cuenta lo que de él podía esperarse, sí, pues luego de dar medio docena de pases, con la ayuda de «Guerrita» recetó una estocada en lo alto que mató sin Puntilla, y tal sorpresa produjo aquello, tratándose de él, que el público, medio en broma medio en serio, solicitó dicho apéndice, y el conde de Roma nones —que presidía el espectáculo— se lo concedió en un rasgo de buen humor. Siguió tan Olvidado como antes pues todo mundo se dio cuenta de haber sido una chiripa lo que tal «triunfo» le deparó, y marchó de nuevo a Colombia para atender un pleito que allí tenia. No hubo más noticias de él ni su familia las recibió, y bastante tiempo después de su muerte se supo que ésta ocurrió en el año 1914, en la quinta llamada de Camacho, del barrio de Chapinero, en Bogotá. La quinta de la familia Camacho estaba situada en la carrera 13 con calle 68 y era una amplia casona rodeada por jardines con pinos y eucaliptos. Entre los bogotanos se rumorea que en la mansión había sido asesinado el famoso torero Leandro Sánchez de León, conocido como Cacheta, quien visitó la ciudad para las corridas de Santa Fe y quien después de hospedarse en la Quinta de los Camacho jamás volvió a ser visto. “Por ese motivo, a cuantos pasaban por allí inspiraba terror no solo el aspecto fúnebre de la mansión, sino el semblante triste y taciturno del dueño, que hacía pensar en que sin duda lo carcomía algún remordimiento”, afirma el historiador Daniel Ortiga Ricaurte en sus ‘Apuntes para la historia de Chapinero’.
"Formó en las filas de Marte,
se hizo torero después.
y aunque valiente lo es,
desconoce mucho el arte.
Leandro Sánchez de León
adquirió celebridad
el salto a la eternidad
dando en alguna ocasión."
"El Toreo Cómico" 18 Agosto 1890.