Son muchos los toreros a los que el ritmo
acelerado de la vida les hizo desfilar como fantasmas
fugitivos, al menos para la memoria de
los aficionados, porque la curiosidad necesita
acudir velozmente a la gente nueva que sin cesar
aparece, y entre los que no gustaron el sabor
de la fruta de la nombradía y cayeron hace
tiempo en la sima del olvidó figura el matador
de toros Juan Antonio Cervera, nacido en
Montoro (Córdoba) el dia 1 de mayo del
año 1866.
No fue impaciente para dedicarse a la lidia
de reses bravas, puesto que no se entregó a ella
hasta que estuvo próximo a cumplir los veinte
años; mozo de muy elevada estatura, su arte
careció de gracia y vistosidad, y si se abrió paso
—un paso estrecho, claro está— fue merced
al brío que ponía para dar frecuentemente unas
estocadas tremendas, cosa relativamente fácil
para él por el dominio que su talla física le
prestaba.
Téngase en cuenta que en su época disfrutó
la estocada de mucho prestigio, y si Cervera
no lo alcanzó fue porque no daba realce a la
ejecución de la suerte.; es decir, que los espectadores
le veían meter la tizona sin experimentar
la emoción que produce el volapié cuando
se practica como lo practicaron los grandes
estoqueadores en sus respectivas modalidades.
Hizo sus primeras correrías por las Plazas
de la provincia de Córdoba, y se presentó en
Madrid como espada novillero el día 9 de
marzo de 1890, alternando con Juan Gómez
dé Lesaca en la lidia y muerte de cuatro astados
colmenareños de doña Carmen García y
'hermanas, hijas de Puente López. Cervera dio
cuenta de los llamados ((Lechuguino», colorado,
y ((Zorrito», retinto, y el semanario «El
Toreo» juzgó su trabajo en el resumen de la
revista con estas palabras:
«Cervera tiene desahogo cerca de los toros, para al pasar y se arrima. A l herir se arranca
desde cerca, pero sin esperar a que los toros
estén cuadrados o en disposición, lo cual prueba
que desconoce mucho el arte. En la brega,
trabajador.»
Repitió el 3 de agosto del mismo año, esta
segunda vez para estoquear toros de don Faustino
Udaeta con Miguel Almendro y Cándido
Martínez, «Mancheguito»; no pudo dar muerte
más que al primero de suls enemigos, tercero
de ¡a tardé, llamado «Bragaíto», cárdeno,
pues el sexto volvió al corral después de banderilleado,
por hacerse de noche, y el referido
semanario se expresó así al ocuparse del montoreño
:
«Cervera es un novillero casi desconocido en
Madrid, pero esto no obsta para que sepa del
arle de torear muchas cosas que suelen ignorar
los novilleros. Pasó con tranquilidad al único
toro que estoqueó, y, aunque la estocada no
fué colocada en muy buen sitio, no estró mal
en la suerte. Tiene la buena cuíalidad de que
no estorba nunca a sus compañeros y de que
en quites sabe lo que hace.»
Con el salvocondúcto que le facilitaron aqueHas
estimables actuaciones en Madrid, circuló
por las Plazas de provincias como un novillero más, sin hacer llamadas a la atención, pero
demostrando que nada le venía ancho cuando
de «entrar por uvas» se trataba.
El día 12 de septiembre de 1895 obtuvo un
feliz éxito en el mencionado ruedo madrileño.
Celebróse Un festejo mixto, cuya primera parte
se compuso de la lidia de dos becerros por
las «Señoritas Toreras» catalanas, y a continuación
debían estoquear Cervera y Alejandro Alvarado, «Alvaradito», cuatro toros defectuosos,
uno de cada una de las ganaderías de Veragua,
Aleas, Miura y don Tiburcio Arroyo
(antes de Medrano); pero, herido el segundo
de dichos matadores al hacer un quite en el
toro primero, Juan x4ntonio hubo de estoquear
los cuatro animales, verdaderamente imponentes
por su tamaño y sus defensas, singularmente
el de Aleas, llamado «Marismeño», retinto
oscuro, con seis años sobre los lomos, y el de
Miura, «Corcito» de nombre, de siete años y
«capaz de asustar a cualquiera», como dijo
«El Enano» en la revista de tal espectáculo.
Pues bien; Cervera escuchó cuatro grandes
ovaciones por la valentía y el acierto que puso
al estoquear a aquellos «pavos», amén de las
que ganó bregando sin descanso y no dándose
un punto de reposo haciendo quites con mucha
vista y gran oportunidad, pues aquellos astados demostraron un poder que estuvo en consonancia
con su descomunal tamaño. Indudablemente
fué aquella la página más brillante
de su historia taurómaca.
Siguió el hombre de novillero, y al final del
año 1896 marchó a México, en cuyo país permaneció
bastante tiempo, y esta larga ausencia
contribuyó no poco a que se le fuera olvidando
y a que las Empresas no le tuvieran en
cuenta cuando regresó.
Gastado, profesionalmente, y madurito ya,
pues contaba sus buenos treinta y cuatro años,
se decidió a tomar la alternativa, sin duda
para tener la satisfacción de haber llegado a
ser matador de toros, y el día 3 de septiembre
del año 1900 recibió tal investidura, de manos
de Joaquín Navarro, «Quinito», en la Plaza de
Villarrobledo (Albacete), al estoquear mano a
mano seis toros de Flores.
Después de este paso, siguió en las regiones
del olvido, y, en vista de ello, tomó la determinación
de marchar de nuevo a tierras mejicanas,
donde pasó algunos años toreando y ganando
para vivir. Allí toreó su última corrida,
y cuando regresó a España fijó su residencia
en el pueblo en que naciera y se dedicó al comercio
de comestibles.
¿ He dicho que toreó su última corrida en
México? Pues he dicho mal, porque cuando
llevaba bastantes años retirado de la profesión
y contaba más de cincuenta de edad, se le ve
torear una corrida en Bélmez (Córdoba) con
fecha 25 de julio de 1917, en la que estoqueó
dos toros- de Páez alternando con «Manolete».
Y ésta sí que fue, definitivamente, su última
corrida.
Juan Antonio Cervera es una figura borrosa
en la historia del Toreo, un diestro que apoyó
sus actuaciones, principalmente, en la imponderable
fuerza de su brazo; y como en su época
no existía la propaganda, pasó sin pena ni
gloria y sin que sus formidables estoconazos
dejaran en el espíritu de los aficionados ninguna sugerencia, ninguna emoción honda, ninguna
nostalgia, o sea, que sus estocadas carecieron
de ese eco duradero propio de la profundidad
artística que es privilegio de las notabilidades.
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