Morenete (el ultimo de la derecha) con Curro Caro. |
La tragedia del torero humilde
Hombres humildes, héroes anónimos del toreo,
hombres que caen en la lucha con
una pirueta trágica, sin haber gozado el sabor
de la Gloria, derrotados prematuramente en su
ilusión de •llegar», de escuchar el cálido halago
de los aplausos de un publico delirante. Bregar,
incansable e ilusionado bregar—años de adolescencia,
años de aprendizaje, años mozos—,
para caer en el anonimato. Fracasar y seguir
bregando, jugándose la vida cada tarde de sol,
burlando la muerte en el vuelo del capote o en
el ágil escorzo de su cuerpo, hasta que un día
aciago quede ese cuerpo hecho un guiñapo entre
las astas del toro...
Las capeas no dan ni gloria ni dinero.
No dan más que cornadas
Así fué la vida del banderillero Francisco
Moreno (Morenete), caído en el ruedo de la
plaza de toros de La Coruña.
Pudo ser feliz porque era un hombre sin historia.
Nació en Chinchón hace cuarenta y un
años. Casi era un niño cuando—sugestionado
por el brillo y oropel de la fiesta grande—comenzó
sus primeros pasos por la senda azarosa
del toreo. De capea en capea, se iba fraguando
su temple; pero nunca llegaba el anhelado triunfo
que le pusiera en los viales del éxito. Las capeas
no dan más que cornadas. Ni gloria ni
dinero.
La viuda del pobre torero se quedó sola con el recuerdo de unos breves años de felicidad.Ante ella , otra vez la silueta trágica de la miseria. |
Las vicisitudes del Morenete fueron, ni
más ni menos, la de todos esos torerillos que
van de pueblo en pueblo, perseguidos por los
toros unas veces y por la miseria siempre.
Banderillero excelente, tuvo que resignarse a
ser uno más en la cuadrilla. La familia de los
Curro sabe bien de su adhesión a ellos. Trece
años lleva con ellos. Primero, con Rafael; luego,
con Juanito, Chiquito de la Audiencia, y finalmente,
con Curro Caro, que le tuvo a su lado
desde sus tiempos de becerrista.
La fiera y el pelele
«Más cornás da el hambre», sí. Pero he aquí
la cornada definitiva, el golpe de gracia que
trunca una vida. Morenete abre una sonrisa
ancha, alegre y optimista. Cita al toro para clavarle
un par de banderillas. Se arranca la fiera.
Corre el torero a su encuentro..., pero resbala
y cae.
El toro hunde su testuz, cornea furiosamente
al hombre, lo levanta en vilo... Lo tiene
así—vertical, rígido—durante unos momentos,
para lanzarle al espacio como a un pelele. Queda
el torero tendido, exánime, los brazos en cruz...
Nadie ha podido acudir en su ayuda, y todavía
el toro hunde otra vez su cuerno en el cuerpo
palpitante y lívido, que se desangra por momento
«.
Curro Caro lloró o su banderillero
El infortunado Morenete vivía en la popular
barriada del Puente de Vallecas, en una casa
modestísima, pobre. Su viuda,enlutada, pálida, lus ojos hundidos en el
cerco de anchas ojeras, es una viva imagen del
dolor. Su gesto y su voz se bañan en una triste
y resignada melancolía.
—¡Qué sola me he quedado yo!
—¿Llegó a verle?
—Sí, señor; no se me va de la imaginación su
cara tan blanca, como de cera... Tuvieron que
retrasar el entierro porque el auto que me llevaba
a La Coruña tuvo una avería por el camino.
— La cogida de smorenete afectó mucho a Curro Caro, —Curro le quería mucho. En la corrida del
día siguiente no pudo contener su emoción y se
echó a llorar en la plaza. Yo le estoy muy, agradecida.
Gracias a él pude irme enseguida a La
Coruña y abrazar a mi Paco. Gracias a él tuvo
un entierro magnífico.
—¿Y los compañeros? •
—Todos, todos se han portado muy bien. La
cuadrilla de Ortega lo llevó en hombros.
Ün grito de dolor interrumpe a la infortunada
mujer. Rompe en sollozos...
La niña adoptada por el «señor» Paco
—Aquí está la niña—dice una vecina.
Una pequeñuela de quince meses, gordezuela,
monísima, se me abraza a las piernas.
—¡Papá, papá!—exclama gozosa con su media
voz.
—En todo hombre que ve e n su casa—me
advierte la misma vecina—cree ver al «señor»
Paco... ¡Pobrecita!
La tomo en brazos. Me mira extrañada. Señala
un retrato del Morenete y dice:
—Ahí... Papá... Papá...
Y ríe, ríe con su feliz inconsciencia.
" —La quería tanto mi marido-...—habla la
viuda—. Y eso que no era nuestra. Su padre
murió en un accidente de trabajo.
Paco, que
era muy buen amigo y le gustaban mucho los
niños, al ver que la viuda no podia atender a
los tres pequeñuelos que dejó, decio adoptar
ésta.
—¿Qué va a ser ahora de ella?
—-Mi ánimo es continuar criándola, en recuerdo
de mi Paco.
—¿Y su madre?
—¿Su madre? La pobre está enferma, en el
Hospital.
La nena, menuda, graciosa, vivaracha, se
baja al suelo y se pone a jugar con un perro galgo, negro, brillante, de finísima estampa.
El perro busca a su dueño
—Jacques, el perro, era el otro amor de mi Paco. Por nada del mundo
se hubiera deshecho de él. Hemos pasado épocas muy difíciles, sin
apenas poder comer... Nunca quiso venderlo, a pesar de las buenas proporciones
que tuvo.
El perro juguetea con la pequeña; pero está intranquilo, husmea por
todos lados buscando a su dueño, entra en la alcoba contigua...
—-Yo tampoco—añade la. viuda del torero—quiero separarlo de mi
lado, por el gran cariño que mi marido le tenía. Lo trajo con él un día
que vino herido por una cogida que había su frido en Alcázar de San
Juan...,Figúrese usted si para mí tiena recuerdo.
Sangre y arena .
—¿En qué situación queda usted ahora?
—Pues ya ve,como no pertenecía al Montepío... Tendré que dedicarme
otra vez a vender por las verbenas, a vender periódicos... Vendiendo
periódicos nos conocimos hace siete años; vendiendo por las verbenas
nos defendíamos cuando el toreo no daba ni para mal comer. -Y
precisamente cuando ya comenzaba a ganar dinero, esta desgracia...
Ahora comenzábamos a vivir con desahogo; pudo gozar su gran ilusión:
«Tener un traje mío», decía. Y ahora lo tiene aquí, destrozado, manchado
con su sangre...
El traje del torero—-negro y azul—está sobre una silla, como un
recuerdo vivo del trágico momento de la cogida.
En el costado del calzón,
el agujero ancho, redondo, marca el sitio por donde el toro hundió
su asta fina y fuerte en el cuerpo del torero... Sangre y arena forman
una masa seca, áspera...
Otra vez la miseria.—¿Una corrida benéfica
—Tenía el presentimiento de que algo malo le iba a ocurrir. Cuando
nos despedimos prolongaba su adiós, abrazado a la chiquilla, en la
escalera del Metro. Algo debió pensar cuando dijo: «No temas, Carmen,
no me pasará nada... Te voy a traer unas zuecas.» Ya no lo volví a ver
vivo...
Alguien dice:
—Si dieran una corrida a beneficio de esta pobre mujer y de esta
pobre niña...
La viuda levanta sus ojos llenos de lágrimas.
—Paco—murmura—era un pobre torero humilde, desconocido casi...
No quiero hacerme la ilusión de que se acordarán así de él...
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