"En Sevilla. El año veintisiete, en la primera corrida
de matador de toros que toreaba en mi tierra. Se me
ocurrió mirarle a la cara, y en lugar del toro, vi un tío
muy raro que vas hacía gestos de rabia, como diciéndome:
«¡Te cojo, morral!» «Si me dejo», contesté yo. Y el
toro empezó a mover la cabeza como convenciéndome
de que me dejara coger. Y ya desde aquel momento
no respiré hasta que lo vi muerto.
—-Figúrese. El estaba dispuesto a darme una cornada,
y yo a no dejarme coger.
—Se murió porque quiso. Yo podría jurar que no le
maté. Perdí la cuenta de los pinchazos que le di; que
a él le dolerían mucho, pero a mí me costaron sudores
de muerte —'Llevo muchas medallas. Pero en la que tengo más
fe es en la del Cristo del Gran Poder. Ahora, que ninguna
de ellas me ha evitado una cornada.
—Yo tenía un muñeco negro, y creía en él ciegamente.
Antes de ir a la plaza lo cogía y le levantaba los brazos
al cielo. Si el negro los mantenía así, sin caer, éxito
seguro. Pero cuando los bajaba, se me caían a mí las
alas del corazón: ¡bronca segura! Hasta que en México,
una tarde cogí al muñeco e intenté como siempre que
me diera la suerte. Pero se conoce que ese día estaba
neurasténico y no hubo modo de que levantase los la plaza. Cuando salí de casa iba yo que se me podía
ahogar con un pelo. ¡Menuda silba me iba a ganar! FEO
«i no tenía que salir custodiado para que no me pegaran.
. . En este estado de ánimo salí a torear, armado
de resignación cristiana... y ¡gané la oreja de oro en
esa corrida!
Excuso decirle a usted que el negro salió por el balcón."
http://gestauro.blogspot.mx/2011/09/toreros-gitanos-3-curro-puya.html
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