Desde aquella remota época de los comienzos del toreo profesional, en que el espada rondeño Juan Romero organizó las primeras cuadrillas de peones o colaboradores para la lidia de reses bravas, venían dedicando los matadores una especial atención, un particular cuidado a la elección de los subalternos que habían de acompañarles en sus campañas profesionales Con este esmero en la elección y una constante asistencia llegaban a compenetrarse de tal modo jefes y subordinados, que éstos llegaban a ser una verdadera institución en las organizaciones, captándose el aprecio del maestro y la simpatía de los aficionados .
No había cuadrilla de algún viso en la que no destacase uno o varios subalternos tan apreciados del jefe que no fuesen designados con el honroso calificativo de «peones de confianza», auxiliares preferidos José María del Castillo y Juan León, con Curro Guillén; José Redondo, «el Chiclanero», con Francisco Montes, «Paquiro» ; «El Cuco» y «El Lillo», con los hermanos Arjona; Domingo Vázquez y Angel López, «El Regatero», con Cayetano Sanz; Benito Garrido, «Villaviciosa», y José Gómez, «Gallito», con Rafael Molina, «Lagartijo»; Pablo Herráiz y Esteban Argüelles, «Armilla», con Salvador Sánchez, «Frascuelo»; los hermanos Sánchez Arjona, con su primo Francisco Arjona Reyes, «Currito»; Manuel y Pedro Sánchez, con su hermano «Cara-ancha»; Remigio Frutos, «Ojitos», con Angel Pastor; Francisco de Diego, «Corito», con Felipe García; Tomás Mazzantini, con su hermano Luis; Rafael Rodríguez, «el Mojino», con Rafael Guerra, y Rodas y Moyano, con Antonio Reverte, por no citar otros muchos cuya relación sería interminable, fueron una serie de eficacísimos colaboradores de sus maestros, a los que siguieron en el arte, algunos hasta la alternativa, si tales eran sus anhelos, y otros hasta el término de su vida profesional.
Por esta fidelidad, por este recíproco afecto, bien merecen ser recordados y tenidos por modelo, con mayor motivo ahora en estos tiempos en que los modernos estilos han traído el reinante trasiego de personal en las cuadrillas que éste renueva de año en año, novísimo sistema, que, a nuestro entender, perjudica al buen conjunto de la Fiesta, sin favorecer a nadie. No quiere esto significar que antaño no hubiese, como en todo tiempo, gente inquieta, andariega, que, por motivos ignorados, no llegase a afianzarse mucho tiempo en la disciplina de una organización, bien por algo relacionado con el carácter, o bien porque sus maestros no hallasen en él condiciones en tal grado apreciables, que procurasen retenerle Uno de los que podemos citar como modelo de este género fue Manuel Fernández, «Manolin», muchacho valenciano, listo y avispado, valiente, no mal artista, pequeño de cuerpo. muy bullidor y habilidoso en la brega, del que un famoso revistero madrileño hizo en 1888 la siguiente semblanza en una fácil cuarteta que decía: «Manolín es chiquitín — lo mismo que un seguidillas, — pero pone banderillas muy bien puestas, Manolín.» Procedía este lidiador de la región valenciana, donde había visto la luz en 1842. Cumplí dos los tres lustros de su edad sintió la vocación del toreo, iniciando sus correrías a las Plazas de la provincia, las que le proporcionaron dolorosos revolcones de los moruchos y nada suaves razones paternales que enfriaron un tanto sus ardores taurómacos.
Poco más de un año duró el prometido arrepentimiento, y abandonando el telar donde trabajaba, y dejado por imposible por la familia, campó por sus respetos en la región levantina, y suponiendo que en Madrid le sería más fácil progresar en la carrera, aquí llegó en el otoño de 1863, presentándose a los organizadores de las novilladas invernales, solicitando ser incluido como banderillero en la cuadrilla de jóvenes principiantes, lidiadores de los dos primeros moruchos embolados de las corridas. Trabajó primero a prueba gratuitamente, luego le fueron asignados diez reales por su trabajo, y en la tarde primaveral del 8 de diciembre de dicho año hizo su presentación oficial —llamémoslo así— pareando los novillos embolados metido en un cesto y luego el segundo de los novillos de puntas, faenas realizadas en unión de otro principiante que luego había de ser una gloria del arte. Lidiado el primer bicho de puntas se dio suelta al segundo, «Bolero», negro, de don Joaquín Barrero, de Jerez. Al tocar a banderillas salieron los dos jóvenes principiantes de los moruchos primeros. Señalaron y no clavaron Manuel Fernández un par al cuarteo, y. otro a la media vuelta, y clavando, al fin, un par al cuarteo. Salvador Sánchez, su compañero dejó sobre el morrillo mecho par al cuarte.
Esta fue la vez primera que el héroe de nuestra historia banderilleó un novillo de puntas en la famosa Plaza de la Puerta de Alcalá, percibiendo honorarios que se elevaron a la suma de «veinte» reales. Siguió trabajando en el verano en las Plazas de su región, y regresando a Madrid para actuar en las novilladas invernales, figurando en el grupo de los rehileteros preparados para los bichos de puntas, así lo hizo hasta 1866, en que ya pareó en corridas de toros y novillos, en todas saliendo por la empresa.
Salió ya en los años 67 a 69 a provincias como agrupado a matadores diversos, y cuando al terminar la temporada de 1869, Antonio Carmona, «el Gordito reorganizó su cuadrilla por haber recibido la alternativa sus banderilleros «Chicorro Cirineo» y habérsele despedido Francisco Torres, «Chesin», entonces llamó a su lado a joven rehiletero valenciano, que tuvo por compañeros al madrileño «Pescadero» y a gaditano «Cara-ancha» De esta cuadrilla pasó Manuel a la de «Chicorro» y luego a otras varias, siendo presentado para las fiestas reales de 1878 por Angel López, «el Regatero», en unión de Isidro Rico, «Culebra», y José Ruiz, «Joseíto» con los que banderilleó en la primera fiesta al tercer toro de lidia ordinaria, «Gaditano», retinto de Aleas. Siguió trabajando constantemente en Madrid y provincias, con los matadores novilleros que le hacían proposiciones, pues era voluntarioso y nunca tuvo pretensiones. Como rehiletero tenía cierta finura y solia cumplir, no haciéndose pesado en la suerte Prefería la del cuarteo. No tenemos noticia de la fecha de su retirada y muerte, la primera debió ocurrir por el año 1890.
No había cuadrilla de algún viso en la que no destacase uno o varios subalternos tan apreciados del jefe que no fuesen designados con el honroso calificativo de «peones de confianza», auxiliares preferidos José María del Castillo y Juan León, con Curro Guillén; José Redondo, «el Chiclanero», con Francisco Montes, «Paquiro» ; «El Cuco» y «El Lillo», con los hermanos Arjona; Domingo Vázquez y Angel López, «El Regatero», con Cayetano Sanz; Benito Garrido, «Villaviciosa», y José Gómez, «Gallito», con Rafael Molina, «Lagartijo»; Pablo Herráiz y Esteban Argüelles, «Armilla», con Salvador Sánchez, «Frascuelo»; los hermanos Sánchez Arjona, con su primo Francisco Arjona Reyes, «Currito»; Manuel y Pedro Sánchez, con su hermano «Cara-ancha»; Remigio Frutos, «Ojitos», con Angel Pastor; Francisco de Diego, «Corito», con Felipe García; Tomás Mazzantini, con su hermano Luis; Rafael Rodríguez, «el Mojino», con Rafael Guerra, y Rodas y Moyano, con Antonio Reverte, por no citar otros muchos cuya relación sería interminable, fueron una serie de eficacísimos colaboradores de sus maestros, a los que siguieron en el arte, algunos hasta la alternativa, si tales eran sus anhelos, y otros hasta el término de su vida profesional.
Por esta fidelidad, por este recíproco afecto, bien merecen ser recordados y tenidos por modelo, con mayor motivo ahora en estos tiempos en que los modernos estilos han traído el reinante trasiego de personal en las cuadrillas que éste renueva de año en año, novísimo sistema, que, a nuestro entender, perjudica al buen conjunto de la Fiesta, sin favorecer a nadie. No quiere esto significar que antaño no hubiese, como en todo tiempo, gente inquieta, andariega, que, por motivos ignorados, no llegase a afianzarse mucho tiempo en la disciplina de una organización, bien por algo relacionado con el carácter, o bien porque sus maestros no hallasen en él condiciones en tal grado apreciables, que procurasen retenerle Uno de los que podemos citar como modelo de este género fue Manuel Fernández, «Manolin», muchacho valenciano, listo y avispado, valiente, no mal artista, pequeño de cuerpo. muy bullidor y habilidoso en la brega, del que un famoso revistero madrileño hizo en 1888 la siguiente semblanza en una fácil cuarteta que decía: «Manolín es chiquitín — lo mismo que un seguidillas, — pero pone banderillas muy bien puestas, Manolín.» Procedía este lidiador de la región valenciana, donde había visto la luz en 1842. Cumplí dos los tres lustros de su edad sintió la vocación del toreo, iniciando sus correrías a las Plazas de la provincia, las que le proporcionaron dolorosos revolcones de los moruchos y nada suaves razones paternales que enfriaron un tanto sus ardores taurómacos.
Poco más de un año duró el prometido arrepentimiento, y abandonando el telar donde trabajaba, y dejado por imposible por la familia, campó por sus respetos en la región levantina, y suponiendo que en Madrid le sería más fácil progresar en la carrera, aquí llegó en el otoño de 1863, presentándose a los organizadores de las novilladas invernales, solicitando ser incluido como banderillero en la cuadrilla de jóvenes principiantes, lidiadores de los dos primeros moruchos embolados de las corridas. Trabajó primero a prueba gratuitamente, luego le fueron asignados diez reales por su trabajo, y en la tarde primaveral del 8 de diciembre de dicho año hizo su presentación oficial —llamémoslo así— pareando los novillos embolados metido en un cesto y luego el segundo de los novillos de puntas, faenas realizadas en unión de otro principiante que luego había de ser una gloria del arte. Lidiado el primer bicho de puntas se dio suelta al segundo, «Bolero», negro, de don Joaquín Barrero, de Jerez. Al tocar a banderillas salieron los dos jóvenes principiantes de los moruchos primeros. Señalaron y no clavaron Manuel Fernández un par al cuarteo, y. otro a la media vuelta, y clavando, al fin, un par al cuarteo. Salvador Sánchez, su compañero dejó sobre el morrillo mecho par al cuarte.
Esta fue la vez primera que el héroe de nuestra historia banderilleó un novillo de puntas en la famosa Plaza de la Puerta de Alcalá, percibiendo honorarios que se elevaron a la suma de «veinte» reales. Siguió trabajando en el verano en las Plazas de su región, y regresando a Madrid para actuar en las novilladas invernales, figurando en el grupo de los rehileteros preparados para los bichos de puntas, así lo hizo hasta 1866, en que ya pareó en corridas de toros y novillos, en todas saliendo por la empresa.
Salió ya en los años 67 a 69 a provincias como agrupado a matadores diversos, y cuando al terminar la temporada de 1869, Antonio Carmona, «el Gordito reorganizó su cuadrilla por haber recibido la alternativa sus banderilleros «Chicorro Cirineo» y habérsele despedido Francisco Torres, «Chesin», entonces llamó a su lado a joven rehiletero valenciano, que tuvo por compañeros al madrileño «Pescadero» y a gaditano «Cara-ancha» De esta cuadrilla pasó Manuel a la de «Chicorro» y luego a otras varias, siendo presentado para las fiestas reales de 1878 por Angel López, «el Regatero», en unión de Isidro Rico, «Culebra», y José Ruiz, «Joseíto» con los que banderilleó en la primera fiesta al tercer toro de lidia ordinaria, «Gaditano», retinto de Aleas. Siguió trabajando constantemente en Madrid y provincias, con los matadores novilleros que le hacían proposiciones, pues era voluntarioso y nunca tuvo pretensiones. Como rehiletero tenía cierta finura y solia cumplir, no haciéndose pesado en la suerte Prefería la del cuarteo. No tenemos noticia de la fecha de su retirada y muerte, la primera debió ocurrir por el año 1890.
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