domingo, 6 de julio de 2014

JOSE MARIA PONCE ALMIÑANA


¡Que ajeno estaba el joven gaditano José María Ponce y Almiñana de la sorpresa que le tenía reservada su destino! Aprendiz de carpintero-ebanista en su adolescencia, había llegado a oficial encargado del taller donde prestaba sus servicios, esmerándose en el cumplimiento de su deber, esperanzado de verse algún día dueño del misma. Estos anhelos, estas esperanzas fueron truncadas por una mujer, cambiando totalmente el rumbo del muchacho.

Por residir en casa inmediata a la de los notables banderilleros "Lillo" y "Cuco", entabló relaciones amorosas con una hermana de estos diestros, de lo que, enterado el segundo, llamó al novio a capítulo y, sin ambages ni titubeos, le dijo: —No te molestes, José María, en cortejar a mi hermana, porque ésta no puede casarse sino con un torero. —.Pues lo seré, porque me sobra valor para serlo. —Tú verás lo que haces—replicó el "Cuco", y no se habló más. José Maria Ponce, con sus veinte años —nació el 31 de marzo de 1830—, hambre de férrea voluntad y corazón templado, no se arredró por la condición impuesta, y desoyendo consejos de su jefe y personas allegadas abandonó el taller, para dedicar todo su tiempo y entusiasmo a ensayar sus aptitudes para seguir la nada fácil carrera de lidiador de reses bravas.

Sus amigos, viendo el escaso arte con que manejaba el capote y la muleta, pretendieron disuadirle de su propósito, haciéndole consideraciones respecto a su edad, nada aparente —según ellos—, para el aprendizaje; todo inútil. No varió de propósito. Recibió lecciones teóricas de algunas diestros retirados de la profesión, manejó el capote en faenas de campo, acudió a las capeas de pueblos de la provincia gaditana, aprendió a banderillear, y durante los años 1851 a 1854 toreó cuanto pudo como peón y banderillero; pero el último de dichos años ya lo hizo casi en su totalidad como matador de novillos en Plazas de menor categoría. Logró algunos éxitos; su nombre comenzó a popularizarse en Andalucía; allí le vio torear Julián Casas, el "Salamanquino", a quien Francisco Ortega, «Cuco» agradó su valentía. Le hizo proposiciones para que le acompañase como segunda espada a La Habana, donde el nuevo diestro gustó, logrando conquistar aplausos y, sobre todo, aprender, adelantando en su carrera.

De nuevo en España, toreó con éxito en su región y en unas Plazas extremeñas, y eficazmente recomendado por. Casas al empresario madrileño don Justo Hernández, le dio éste a conocer en la Corte el 16 de junio de 1856, figurando como media espada para estoquear. los toros quinto y sexto, "Castro-Gonzalo" (sardo) y "Barbero" (berrendo en negro), ambos del duque de Veragua. No despertaron entusiasmos las faenas del nuevo diestro gaditano, a quien don Justo puso de nuevo en el cartel del siguiente día 3 de agosto, y en esta corrida alternó —sin cesión de trastos— con Julián Casas, estoqueando los toros "Guerrero" (negro), de Hernández, y "Corzo" (retinto), de Muñoz. ¡Ya era matador de toros! ¡Su gran voluntad y valeroso corazón vencieron en la contienda, los hermanos Ortega dieron su beneplácito, y José María Ponce contrajo matrimonio con la que le había hecho ser torero!... Sus condiciones artísticas no eran para llegar a gran figura en la profesión; en la segunda fila se mantenía sin desdoro.

La crítica apreció su labor diciendo: "Ponce es valiente, pero necesita defensa y conocimientos para no ser del toro. Ha gustado generalmente, y a nosotros también. La muleta la maneja con más arte que otros, y recibe toros." Continuó aceptando contratas para estoquear toros y novillos —costumbre habitual de la época—, y en su deseo de quedar definitivamente situado como espada tomó parte en la corrida de Sevilla del 2 de octubre de 1859, en la que Manuel Domínguez le cedió los trastos y el primer toro, "Chamuro" (negro), de don Anastasio Martín. Ponce brindó la muerte de este toro a los duques de Montpensier; quedó bien y fue obsequiado con un bolsito de dinero. No 'e escasearon los ajustes —especialmente en Andalucía— a partir de esta fecha; sus faenas solían tener mucha desigualdad. Hay reseñas en que le elevan al quinto cielo, las que contrastan con algunas de este estilo: "Ponce —escribe un revistero de Jerez— cada vez me parece peor con la muleta; cita de largo, no para los pies; hace unos movimientos tan raras cuando trastea, que enoja." Bueno es advertir que este torero era de elevada estatura, delgado de complexión, de andares un poco desgarbados, lo que daría lugar a esos raros movimientos citados por el cronista.
Durante los años 1860 a 1865 hizo excursiones a Cuba, México y países de América del Sur, donde parece dejó buen cartel y realizó fructíferas campañas. En Madrid toreó por última vez el 19 de mayo de 1867; corrida memorable, por ser en la que “Cuchares" dio la alternativa a su hijo "Currito". No pudo torear Cayetano Sanz, y le sustituyó Ponce que en segundo y quinto lugar estoqueó los toros "Cartujano" y "Conejo' (negros), del marqués de Hontiveros. Hizo nuevos viajes a América, y hallándose en Lima, se ofreció a torear gratuitamente una corrida benéfica organizada para el 2 de junio de 1872. Se hallaba en cama enfermo de tercianas (fiebres que se repiten en intervalos de aproximadamente tres días) y, esclavo de su palabra, se vistió para tomar parte en la fiesta; contrariando e los organizadores. Al pasar de muleta a uno de los toros recibió un puntazo de escasa importancia. Sobre vinieron después complicaciones, y el diento gaditano murió en aquella ciudad el 14 de julio de dicho año 1872. Esta fue la vida profesional de un lidiador, a quien el cariño de una mujer hizo torero.


¡CALMA, SEÑORES, CALMA!
Toreaba el espada gaditano José María Ponce y Almiñana, en la plaza de Palencia, el 16 de septiembre de 1856, y cuando el nada manejable toro cuarto de la corrida, «Peregrino» (retinto), de don Fernando Gutiérrez, se le puso en suerte, entró a herir, con la sana intención de no tener que repetir la suerte, y largó un estoconazo sin abandonar el arma, esto es, que dio un metisaca en toda regla. Siguió corriendo el toro como si tal caricia no hubiese recibido, y el público, al ver que el matador se llegaba a las tablas y entregaba a los subalternos estoque y muleta, armó la escandalera número uno, denostando a Ponce, que, tranquilo, soportaba el chaparrón de frases «versallescas». Acudió a él un dependiente de la autoridad conminándole para ir al toro.


—Cumpla usted con su deber —dijo al torero.
—Pero, hombre, si mi deber está cumplido. El toro está muerto. -
— ¿Muerto? ¡Y corre que se las pela!
—No correrá mucho más, tenga un poco de calma.


Efectivamente, no acabó de decirlo cuando el animal rodaba como una pelota, y el público convirtió en ovación la gritería que daba al espada gaditano.




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