Se han cumplido ciento tres años de que en Valencia fuera creada una escuela-reformatorio para niños delincuentes, y que se debió a la aportación desinteresada de un novillero valenciano. Fue Carlos Gasch, torero local conocido popularmente como Finito. En una corrida celebrada en el ruedo de la ciudad, Finito estoqueó a un novillo, que cayó a la arena; pero cuando el puntillero acudió a dar la cuchillada definitiva en la nuca, el astado se levantó, se dirigió al matador y a punto estuvo de morir el joven Gasch tras ser alcanzado en el cuello.Afortunadamente, el diestro salvó la vida, pero dejó para siempre los ruedos y se dedicó a otras actividades profesionales y comerciales, como recordaba un cuarto de siglo después, en marzo de 1936, el inolvidable Francisco Almela Vives en un artículo publicado en la revista Algo.
Volcado con la infancia abandonada. Finito alcanzó una cierta comodidad económica en su nueva situación y, falto de egoísmo, quiso ayudar a la infancia que por Valencia circulaba en algunos casos provocando delincuencia menor. Esos muchachos -lo recordaba el maestro Almela Vives- eran encontrados a menudo apoyados junto a las paredes exteriores de hornos de la calle del Pilar o del cuartel de Intendencia, y allí se les recogía, se les lavaba y aseaba y se les llevaba a la nueva escuela, donde se crearon talleres para que aprendieran una actividad útil. Porque el ex torero pensó que lo mejor que podía hacer era crear -y así lo hizo- una escuela reformatorio, que se incluiría en la Asociación Valenciana de Caridad que en 1906 -recientemente hemos celebrado el centenario- había creado el alcalde Sanchis Bergón. Y así se hizo; la escuela reformatorio empezó a funcionar en el año 1911, y la dirección de la Casa de Caridad propuso colocar una placa en la que se recordara que tal creación había sido posible gracias a las aportaciones del novillero retirado.
Pero Finito, en su modestia, renunció a esa distinción, y propuso que se colocara un texto, que él atribuyó a Jacinto Benavente, y que dice así: "Que nuestras obras florezcan en tantas obras buenas que no haya por qué recordar quien las hizo."
Curiosamente, cuando años más tarde el escritor, premio Nobel de Literatura, visitó el centro, dijo con su elegante sentido del humor: "Si esa frase no es mía, merecería serlo". Con el tiempo, la legislación española varió en cuanto al tratamiento de los muchachos desviados, y aquella escuela dejó de ser destinada a reformatorio; sin embargo, se ha mantenido como tal escuela, y allí siguen siendo atendidos muchachos necesitados, cuyos padres generalmente también necesitan ayuda.
Recordemos, pues, al cabo de casi un siglo, el gesto de Finito, la ingeniosa explicación de don Jacinto, y el artículo de Almela Vives.e han cumplido noventa y ocho años de que en Valencia fuera creada una escuela-reformatorio para niños delincuentes, y que se debió a la aportación desinteresada de un novillero valenciano. Fue Carlos Gasch, torero local conocido popularmente como Finito. En una corrida celebrada en el ruedo de la ciudad, Finito estoqueó a un novillo, que cayó a la arena; pero cuando el puntillero acudió a dar la cuchillada definitiva en la nuca, el astado se levantó, se dirigió al matador y a punto estuvo de morir el joven Gasch tras ser alcanzado en el cuello.Afortunadamente, el diestro salvó la vida, pero dejó para siempre los ruedos y se dedicó a otras actividades profesionales y comerciales, como recordaba un cuarto de siglo después, en marzo de 1936, el inolvidable Francisco Almela Vives en un artículo publicado en la revista Algo.
Volcado con la infancia abandonada. Finito alcanzó una cierta comodidad económica en su nueva situación y, falto de egoísmo, quiso ayudar a la infancia que por Valencia circulaba en algunos casos provocando delincuencia menor. Esos muchachos -lo recordaba el maestro Almela Vives- eran encontrados a menudo apoyados junto a las paredes exteriores de hornos de la calle del Pilar o del cuartel de Intendencia, y allí se les recogía, se les lavaba y aseaba y se les llevaba a la nueva escuela, donde se crearon talleres para que aprendieran una actividad útil. Porque el ex torero pensó que lo mejor que podía hacer era crear -y así lo hizo- una escuela reformatorio, que se incluiría en la Asociación Valenciana de Caridad que en 1906 -recientemente hemos celebrado el centenario- había creado el alcalde Sanchis Bergón. Y así se hizo; la escuela reformatorio empezó a funcionar en el año 1911, y la dirección de la Casa de Caridad propuso colocar una placa en la que se recordara que tal creación había sido posible gracias a las aportaciones del novillero retirado.
Pero Finito, en su modestia, renunció a esa distinción, y propuso que se colocara un texto, que él atribuyó a Jacinto Benavente, y que dice así: "Que nuestras obras florezcan en tantas obras buenas que no haya por qué recordar quien las hizo."
Curiosamente, cuando años más tarde el escritor, premio Nobel de Literatura, visitó el centro, dijo con su elegante sentido del humor: "Si esa frase no es mía, merecería serlo". Con el tiempo, la legislación española varió en cuanto al tratamiento de los muchachos desviados, y aquella escuela dejó de ser destinada a reformatorio; sin embargo, se ha mantenido como tal escuela, y allí siguen siendo atendidos muchachos necesitados, cuyos padres generalmente también necesitan ayuda.
Recordemos, pues, al cabo de mas de un siglo, el gesto de Finito, la ingeniosa explicación de don Jacinto, y el artículo de Almela Vives.
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