El lunes 28 de marzo de 1873, a las cinco de la tarde falleció en Madrid de resultas de la enfermedad que hace mucho tiempo padecía, José Redondo el Chiclanero. Anteriormente,el ocho de marzo se habia trasladó desde su Chiclana natal a la casa que poseía en Madrid con el convencimiento de que en la capital recibiría una mejor atención y cuidados médicos, con una tisis tuberculosa que padecía desde hacía años y que por momento se fue agravando. Sometido primero el paciente al tratamiento de un empírico por voluntad propia y más tarde a los cuidados de un entendido profesor, fueron ineficaces todos los recursos empleados para salvarle .El lunes por la mañana fue llamado a casa de Redondo el distinguido médico don José de Prada al cual solo quiso encargarse condicionalmente del enfermo en vista de su mal estado, y hasta tanto que se celebrara una consulta. Asistieron a esto los señores Toca y Guardia, quienes desesperando de la curación del paciente como el señor Prada, dispusieron a propuesta de este, que se le administraran los santos sacramentos sin perjuicio de seguir con el plan que por la mañana le había prescrito el facultativo. Así transcurrieron algunas horas sin que al parecer se advirtiera alteración sensible en la salud del enfermo; pero una reacción fatal agoto momentáneamente sus fuerzas y en un acceso del mal le sobrevino la hemorragia y exhalo el último suspiro, José Redondo murió a la edad de 33 años, rodeado de una familia que nada omitió por salvarle, y de amigos que le querían entrañablemente. El martes a la una de la tarde, el cadáver fue trasladado desde la casa mortuoria, calle de León, a la iglesia de San Sebastián donde quedo depositado en una capilla con el mayor decoro y aun con lujo. El día 29, a las cuatro de la tarde se verificó el entierro, y mucho antes de esa hora un gentío llenaba todos los alrededores de la iglesia de San Sebastián. Al salir de esta el cadáver en su ataúd cerrado, fue colocado en el carro fúnebre del cual tiraban seis caballos enlutados, y se ordenó la comitiva.
Delante iba un crecido número de pobres de San Bernardino con hachas encendidas: después el carro: sobre el féretro se veían las insignias de la sacramental de San Ginés y San Luis y del mismo pendían cuatro cintas negras que llevaban los espadas Manuel Díaz, (Laví), Julián Casas, Cayetano Sanz y otro matador, puestos de capa; y en seguida un crecido número de toreros y muchos aficionados, todos a pie. Iba luego el coche de gala del señor Ordoñez, gobernador de Madrid; después otro coche del señor duque de Veragua, otro de los empresarios da la plaza de toros, algunos de grandes y títulos, varios de los más ricos ganaderos de esta corte, y a continuación hasta unos cien carruajes, casi todos ocupados por amigos y apasionados del célebre torero, el cortejo se encaminó por la calle de Atocha, bajó por la de Carretas, siguió la Puerta del Sol! , Calle de la Montera, Red de San Luis, calle de Fuencarral, puerta del mismo nombre, al cementerio de la citada sacramental, donde se dio sepultura al cadáver del lidiador.
Se leyeron ante su tumba sentidas poesías; la Prensa le dedicó artículos necrológicos, y en la corrida siguiente, en señal de duelo, todos las toreros se presentaron vestidos de luto, ante emoción de los espectadores. , «Curro Cúchares» y «el Chiclanero», tan opuestos en sus costumbres y en la forma de torear sólo coincidieron, porque el Destino así lo dispuso, en la forma de pasar a mejor vida, de tuberculosis, y a consecuencia de vómito.
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