jueves, 20 de junio de 2013

FELIX MERINO OBANOS
Nació en Valladolid el 25 de febrero de 1895 (otras fuentes lo refieren de 1894). Debutó como torero en Madrid en una novillada nocturna celebrada el 31 de agosto de 1916, a la que siguió una brillante cosecha de éxitos que lo catapultó como una promesa del toreo. Tanta fue su fama como novillero, que el 16 de septiembre de 1917 tomó la alternativa en Madrid, con toros de Pérez Tabernero, siendo su padrino Joselito “El Gallo” y su testigo Juan Belmonte : los dos más grandes toreros de la historia quisieron refrendar con su presencia la promesa que era Félix Merino. Pero aquella tarde cosechó su primer fracaso, estrepitoso. La desilusión fue seguida por campañas cortas y deslucidas y, amargado, volvió a ser novillero: perdida la gloria quedaba tan solo la necesidad de conseguir el pan.
Como novillero llegó a Úbeda para lidiar unos novillos de Palha. La corrida era el día de San Francisco de 1927. Félix Merino abría un cartel en que también figuraban Pepe Iglesias y Sanluqueño, que sustituía a Cantimplas. Los novillos –grandes, bien armados– habían llegado a los corrales la madrugada del 2 de octubre. Luego, en la plaza, fueron peligrosos. Dicen las crónicas de la época que la tarde fue “de susto, cogidas, carreras, y pánico al por mayor.”
Comenzó la tragedia cuando rompió la tarde de San Francisco sus acordes de pasodoble. En el tercio de varas –aún no llevaban peto los caballos– el primer novillo derriba al rocín y le da una cornada en la ingle al picador Rafael Trajero. Acto seguido, coge a Félix Merino por la parte media del muslo derecho. La cogida es gravísima: El pitón atraviesa el muslo de parte a parte. Lo retiran a la enfermería urgentemente y donde es operado, y desde el Hospital de Santiago, al anochecer, lo trasladan al Hospital de Toreros de Madrid. ¡Qué trágico traslado por aquellas carreteras de entonces! ¡Qué lenta la agonía, qué largo camino! (En el cuarto toro, José Iglesias tuvo que entrar a la enfermería con rasguños y arañazos en la cara por un revolcón del toro). Y allí, en Madrid, moriría Félix Merino el día 8 de octubre de 1927, al amanecer. Fue enterrado en Valladolid, donde vivía. En la plaza de San Nicasio había dejado su vida, víctima de una pasión por torear que le dio alguna gloria y muchas amarguras.

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