En el mundillo del toro las hubo más célebres, pero sólo esta sevillana de Guillena —donde nadó el 25 de septiembre de 1864— tuvo el honor de verse en la portada de «La Nueva Lidia», para escándalo de la afición machista de su época. De grandes ojos negros, nariz griega, boca de labios finos y pelo de azabache, Dolores Sánchez La Fragosa no disimula, ceñida en su traje de luces, una silueta muy femenina, de morbideces naturales bajo la chupa y de firmes caderas apretadas en la seda torzal y el oro de las taleguillas. Asi se explican situaciones como la denunciada por la revista «El Enano», en su campaña contra el toreo femenino: «Porque al autorizarse a las mujeres tal ejercicio, se atenta contra el decoro, y todavía más en los azares de rodar por el suelo y de tener que saltar la barrera, puesto que los que las reciben en el callejón aprovechan la coyuntura, examinando las partes de sus cuerpos donde creen que han podido recibir daño» (julio, 1853).
En ningún tiempo ha sido fácil, para las
mujeres, afrontar este trance, desde los años
de aquella Nicolasa Escamiila La Pajuelera,
inmortalizada por Goya, «que entraba cantando
a las plazas en busca del toro, como
los antiguos españoles entraban cantando en
las batallas, sin que el pánico susto les impidiese
lo festivo» (Almanaque «Sol y Sombra
»). Ni sencillo sustraerse al hecho diferencial
del sexo, motivo de pullas como puyas, al
estilo de un «Reglamento para el gobierno interior
de la Noble y Real Escuela de Tauromaquia
», de Sevilla, original del abogado Manuel
María Romero: «No se admitirán
mujeres en clase de discípulas, a menos que
beban vino y fumen y acrediten por información
sumaria que sus inclinaciones y fuerzas
son varoniles, entendiéndose esto sin perjuicio
de la honestidad».
Así lo comprenden quienes redactan los
carteles de la época, algunos tan descriptivos
como éste, que citan Emilia Boado y Fermín
Cebolla: «Picarán las valientes y varoniles aficionadas
Magdalena García y Mariana Duro,
vestidas gallardamente, la primera de aldeana
y la segunda de valenciana, a fin de que el
público pueda distinguirlas y decidir cuál de
las dos es más intrépida. En el desempeño
de esta lid, procurarán acreditar que su sexo,
aunque débil y delicado, sabe ser decidido,
intrépido y arrojado cuando trata de cumplir
con exactitud lo que se propone ejecutar, sin
que el cuidado de dirigir el caballo ni el manejo
de la vara de detener sirvan de
obstáculos para presentarse con serenidad
ante las reses y castigarlas».
Yo no sabría decir qué gesto será más valeroso
en las señoritas toreras de cualquier
época: si el de colocarse delante de un cuatreño,
a muleta plegada y mostrando el corbatín,
o el de hacerlo frente a un público
masculino en su gran mayoría, dispuesto
siempre al trallazo de la crítica malintencionada:
Cuando clavaban el par
y por el suelo rodaban,
ciertas cosas enseñaban
que ocultas deben quedar.
Así les cantaron a la valiente Martina y a
La Guerrita, a Rosa Carmona y a La Reverte,
caso este último que bien merece un recuerdo,
por desconcertante y misterioso. Porque
La Reverte, María Salomé, triunfadora en
casi todas las plazas, en vez de retirarse
cuando el ministro La Cierva prohibe los
espectáculos de señoritas toreras, de la
noche a la mañana deja de ser María Salomé
para presentarse de novillero con el nombre
de Agustín Rodríguez. «Llega un momento
—dicen los historiadores— en que nadie sabe
si María Salomé es una mujer que de pronto
se ha convertido en hombre, o si Agustín Rodríguez
es un hombre que durante algún
tiempo se ha hecho pasar por mujer».
Pero no hagamos esperar más a nuestra
Fragosa, la primera en usar traje de luces y
en rodearse de una cuadrilla de hombres.
Uno de éstos, Antonio Escobar El Boto, que
siempre está al quite, se deja empapar en el
engaño de Dolores y, porque la de Guillena
no hace sino darle largas cambiadas, lo que
empezó en cargar la suerte con unas pretensiones
de tienta y cerrado, se convierte en
querencia de la que Escobar queda para el
arrastre.
Lo cierto es que, a pesar de lo
arriesgado que le parece dar la vuelta al anillo
con quien tanto sabe de cuernos, cambia
el tercio, le ofrece matrimonio como Dios
manda y rubrica, en la Vicaría, el pase de la
firma.
Algunos autores piensan que “La Fragosa” se casó con uno de sus banderilleros, Rafael Sánchez “El bebe” y que fue la madre de “Bebe chico”.
Las niñas de Sevilla,
Las niñas de Sevilla,
ole salero,
esperaban al toro
junto al chiquero.
Y las peinetas
servían a las niñas
como muletas...
Con el matrimonio, Dolores Sánchez deja atrás sus tardes de triunfo y también los dejos de otra copla con que la musa popular le clavaba banderillas de fuego:
Se llama La Fragosa
Dolores Sánchez,
señorita torera
con mucho aguante.
Pero, pensando,
¿no estaría La Fragosa
mejor fregando?
Fueron rimas cargadas de perversas intenciones,que el crítico taurino Ángel Caamaño “El barquero” escribió pero es justo reconocer que, en esto de las mujeres pisando la arena de una plaza, hay cosas... ...Hay cosas que yo no sé cómo pueden caber en un traje de torero
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