En el año de 1823, en la castiza Madrid, nació Antonio Gil el 27 de enero. Desde pequeño se aficionó a la fiesta
brava y empezó a verle la cara a las vaquillas en la ganadería del duque de Veragua.
Caminar en el medio taurino sin ser sevillano costaba mucho trabajo lograr sobresalir ante la pléyade de
maestros de la fiesta que surgían en la región andaluza.
Construye una plaza
En 1851, ya con 28 años de edad, propone Antonio Gil a varios aficionados construir una plaza para lidiar
becerros. Tarea que se llevó a cabo de inmediato y bien puede afirmarse, se dieron gusto como aficionados.
Al año siguiente, en 1852, el 25 de marzo, alentado por el matador José Redondo El Chiclanero, participó en un
festejo benéfico e hizo cosas importantes, de indudable mérito, como para tomársele en cuenta. Y ese mismo
año, en septiembre, actuó en Aranjuez, en un festejo en que Cayetano Sanz mató cuatro toros y los dos
últimos Antonio Gil, a quien identificaban como Don Gil.
Maduró con rapidez y estaba listo para recibir la borla de matador de toros. Se le anunció en Madrid y el padrino sería El Chiclanero. Pero no hubo tal ceremonia, porque el maestro murió de tuberculosis y la familia de Antonio se empeñó en que no se realizara el espectáculo. Entonces, sus pasos se encaminaron hacia la catedral de la torería: Sevilla. Aduce la enciclopedia de Cossío que el torero armó la que no estaba escrita desde en su modo de vestir. Nunca se había visto en la barroca capital andaluza a un matador engalanarse de frac azul, con botonadura dorada, pantalón blanco y sombrero de copa. Sin embargo, los empresarios no le tomaban atención y un ganadero, que le había visto condiciones, abogó e influyó para que fuese anunciado. Actuó con regularidad en la región andaluza y su éxito motivó a Manuel Domínguez Desperdicios ponerlo bajo su amparo. Y el 25 de mayo de 1854 debutó en Sevilla y es ahí donde, por fin, recibe el codiciado título de matador de toros.
Los triunfos se eslabonaron, lo que, ante sus cualidades, se le abrieron las puertas de las plazas. Este hecho le valió presentarse en Madrid y confirmar el doctorado el 24 de junio de 1856. A la Villa del Oso y el Madroño volvió hasta 1862, en festejo que alternó con Cayetano Sanz y José Antonio Suárez. Su peregrinar taurino fue recorrer los kilómetros que separan a Madrid de Sevilla. La familia intervino nuevamente y a instancias de ella se vio obligado a retirarse de la profesión. La fijeza de sus ideales Los toreros nunca se dan por vencidos, jamás aceptan que han perdido facultades y menos que no puedan ya con los astados. Es la fijeza en los ideales de quienes se "calzan" de seda y metal. Antonio Gil, no obstante, el 23 de septiembre de 1881 consiguió contrato para actuar en Madrid, lo hizo con José Sánchez del Campo Cara-Ancha. Y mató en forma por demás eficiente y clásica, al primero de sus enemigos de esa tarde. La actuación lo llenó de ilusiones y deseos de retornar a la actividad, sin considerar su edad. Tuvo hasta una entrevista con el Rey Alfonso XII. No consiguió el propósito de torear, pero sí un empleo en un monasterio. El tratadista González de Ribera dice de Don Gil: Combatido por una terrible afección al estómago, relegado a humilde y dolorosa estrechez, torturado su ánimo por la nostalgia del pasado y de lo que hubiese podido ser, "Don Gil" vivió largos años. Y agrega: Su conversación era muy amena y muy agradable; su trato correcto, y en su persona veíase uno de esos destinos incumplidos, grandes y plenos de gloriosos horizontes en sus albores, que luego la vida derrumba y arruina.
No hay duda que Antonio Gil, cada vez más doliente y esclavizado de la enfermedad, más nostálgico y, asimismo, más hipocondriaco, llegó a los 79 años de edad el 27 de enero de 1902, en los albores del siglo XX. Sin embargo, días después, el 4 de febrero, decidió poner fin a su existencia y, desde luego, también a los males que le aquejaban. Nadie da fe justa y precisa de lo que pensó, lo que le hizo tomar la decisión de escapar por la puerta falsa. Por la edad quizá desvariaba, es lo lógico. Lo incongruente, en esta historia, es que Antonio Gil Barbero, tomó un revólver y se disparó dos tiros en su domicilio de la calle Luciente 10 en Madrid, arrebatándose la vida.
Maduró con rapidez y estaba listo para recibir la borla de matador de toros. Se le anunció en Madrid y el padrino sería El Chiclanero. Pero no hubo tal ceremonia, porque el maestro murió de tuberculosis y la familia de Antonio se empeñó en que no se realizara el espectáculo. Entonces, sus pasos se encaminaron hacia la catedral de la torería: Sevilla. Aduce la enciclopedia de Cossío que el torero armó la que no estaba escrita desde en su modo de vestir. Nunca se había visto en la barroca capital andaluza a un matador engalanarse de frac azul, con botonadura dorada, pantalón blanco y sombrero de copa. Sin embargo, los empresarios no le tomaban atención y un ganadero, que le había visto condiciones, abogó e influyó para que fuese anunciado. Actuó con regularidad en la región andaluza y su éxito motivó a Manuel Domínguez Desperdicios ponerlo bajo su amparo. Y el 25 de mayo de 1854 debutó en Sevilla y es ahí donde, por fin, recibe el codiciado título de matador de toros.
Los triunfos se eslabonaron, lo que, ante sus cualidades, se le abrieron las puertas de las plazas. Este hecho le valió presentarse en Madrid y confirmar el doctorado el 24 de junio de 1856. A la Villa del Oso y el Madroño volvió hasta 1862, en festejo que alternó con Cayetano Sanz y José Antonio Suárez. Su peregrinar taurino fue recorrer los kilómetros que separan a Madrid de Sevilla. La familia intervino nuevamente y a instancias de ella se vio obligado a retirarse de la profesión. La fijeza de sus ideales Los toreros nunca se dan por vencidos, jamás aceptan que han perdido facultades y menos que no puedan ya con los astados. Es la fijeza en los ideales de quienes se "calzan" de seda y metal. Antonio Gil, no obstante, el 23 de septiembre de 1881 consiguió contrato para actuar en Madrid, lo hizo con José Sánchez del Campo Cara-Ancha. Y mató en forma por demás eficiente y clásica, al primero de sus enemigos de esa tarde. La actuación lo llenó de ilusiones y deseos de retornar a la actividad, sin considerar su edad. Tuvo hasta una entrevista con el Rey Alfonso XII. No consiguió el propósito de torear, pero sí un empleo en un monasterio. El tratadista González de Ribera dice de Don Gil: Combatido por una terrible afección al estómago, relegado a humilde y dolorosa estrechez, torturado su ánimo por la nostalgia del pasado y de lo que hubiese podido ser, "Don Gil" vivió largos años. Y agrega: Su conversación era muy amena y muy agradable; su trato correcto, y en su persona veíase uno de esos destinos incumplidos, grandes y plenos de gloriosos horizontes en sus albores, que luego la vida derrumba y arruina.
No hay duda que Antonio Gil, cada vez más doliente y esclavizado de la enfermedad, más nostálgico y, asimismo, más hipocondriaco, llegó a los 79 años de edad el 27 de enero de 1902, en los albores del siglo XX. Sin embargo, días después, el 4 de febrero, decidió poner fin a su existencia y, desde luego, también a los males que le aquejaban. Nadie da fe justa y precisa de lo que pensó, lo que le hizo tomar la decisión de escapar por la puerta falsa. Por la edad quizá desvariaba, es lo lógico. Lo incongruente, en esta historia, es que Antonio Gil Barbero, tomó un revólver y se disparó dos tiros en su domicilio de la calle Luciente 10 en Madrid, arrebatándose la vida.
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